En "Lazos de Fuego y Hielo", el príncipe Patrick, marcado por una trágica invalidez, y la sirvienta Amber, recién llegada al reino de Helvard junto a sus hermanos para escapar de un pasado tormentoso, se ven atrapados en una relación prohibida.
En un inicio, Patrick, frío y arrogante, le hace la vida imposible a Amber, pero conforme pasa el tiempo, entre los muros del castillo, surge una conexión inesperada.
Mientras Patrick lucha con su creciente obsesión y los celos hacia Amber, ella se debate entre su deber hacia su familia y los peligros que acarrea su amor por el príncipe.
Con un reino al borde del conflicto y un enemigo poderoso como Ethan acechando, la pareja de su hermana Jessica, enfrenta los desafíos de un amor que podría destruirlos a ambos o salvarlos.
(Historia basada en la época medieval)
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Capitulo 21
Patrick tomó con suavidad las manos frías de Amber, observando con inquietud cómo sus delicados dedos habían adquirido un tono violeta debido al frío y la fiebre.
El pánico se intensificó en su interior, pero trató de mantenerse calmado. Las sostuvo entre sus propias manos, frotándolas con desesperación para devolverles el calor que parecían haber perdido.
Mientras la miraba, tan tierna y vulnerable, una mezcla de sentimientos contradictorios lo inundó. La necesidad de protegerla, de tenerla entre sus brazos, lo consumía.
Sabía que estaba mal, que ella era su sirvienta, alguien a quien no debería ver de esa manera. Pero ahora, con su vida pendiendo de un hilo, no podía evitar sentirse profundamente conectado con ella.
Cuidar de Amber se había vuelto más que una obsesión; era casi como si estuviera luchando por una parte de sí mismo.
—Vas a estar bien —susurró Patrick, aunque la voz le temblaba levemente.
Acercándose más, movido por la preocupación y el cariño que intentaba esconder tras su fachada de arrogancia, Patrick le acarició el rostro con una ternura que jamás había mostrado antes.
El contraste entre el calor que intentaba brindarle y la frialdad que sentía en su piel le provocaba una angustia que no podía controlar.
Sin pensarlo, inclinó su cabeza y depositó un suave beso en la frente de Amber. El contacto fue breve, pero en ese gesto se volcó todo el cuidado que sentía por ella, una devoción que no había reconocido hasta ese momento.
La respiración de Patrick era pesada, agitada, mientras trataba de no pensar en el peor escenario posible.
—No te voy a dejar —susurró de nuevo, más para sí mismo que para ella, mientras seguía frotando sus manos, intentando infundirle vida con su propio calor.
Patrick, siempre acostumbrado a ser el centro de atención, a ser el fuerte y el indomable, se sentía ahora completamente impotente.
Aunque las alabanzas de sus hermanos y sus padres le hubieran llenado de orgullo esa misma mañana, ninguna de esas victorias significaba nada si no lograba salvar a Amber.
Patrick pasó toda la noche junto a Amber, incapaz de apartarse de su lado mientras la fiebre la consumía. Tomaba sus manos, cada vez más frías, y las besaba, intentando con desesperación devolverles el calor.
A cada rato llamaba al sirviente, pidiendo más mantas, agua tibia, lo que fuera necesario para ayudarla. Pero nada parecía suficiente. El miedo lo invadía, mezclándose con una devoción que no sabía que tenía.
La habitación permanecía en penumbra, solo iluminada por la tenue luz de la chimenea que parpadeaba en la oscuridad, mientras él continuaba cuidándola.
Cada vez que le acariciaba el rostro, Patrick sentía una punzada de afecto y vulnerabilidad, emociones que normalmente intentaba esconder bajo su fachada de dureza.
En medio de la noche, su madre entró a la habitación con una expresión de preocupación en su rostro. Ella observó la escena: su hijo, el príncipe, cuidando con esmero a una sirvienta febril. La reina no podía aceptar lo que veía.
—Patrick, no debes hacer esto —le dijo con firmeza, aunque su voz estaba teñida de afecto maternal. Sabía que su hijo estaba poniendo su corazón en peligro.
Patrick, visiblemente molesto, se giró hacia ella, su mirada furiosa.
—No me importa lo que creas, madre. No pienso dejarla sola —respondió, tratando de controlar su enojo.
—No es adecuado. ¡Es una sirvienta! No quiero que termines mal por esto —insistió ella, preocupada, aunque sus palabras sonaban duras.
—¡No entiendes! —gritó Patrick, sin poder contenerse—. ¡Ella es más que eso para mí!
La reina lo miró con una mezcla de dolor y resignación. Sabía que, aunque sus palabras intentaran protegerlo, no podía hacer que su hijo cambiara de parecer. Con un suspiro frustrado, se acercó y le dio un beso en la frente.
—Solo quiero lo mejor para ti —susurró antes de retirarse, dejando a Patrick solo con su agonía.
De repente, Amber comenzó a moverse inquieta, y antes de que Patrick pudiera reaccionar, vomitó sobre las mantas.
Llamó rápidamente al sirviente para que limpiara, pero él se quedó junto a Amber, limpiando su rostro con delicadeza.
Al hacerlo, ella abrió lentamente los ojos, sus pupilas dilatadas por la fiebre. Patrick se quedó inmóvil, observando con admiración cómo esos ojos marrones oscuros, que para muchos podrían ser simples, lo miraban con una intensidad que lo desarmaba por completo.
Amber, aunque débil y desorientada, también observó a Patrick. A través de su confusión, fue capaz de notar la belleza de sus ojos verde-azulados, aquellos que siempre le habían parecido tan lejanos y superiores, sus hermosas pecas y su hermoso cabello negro ondulado.
Sus miradas se encontraron por un momento, y Amber intentó hablar, pero el cansancio la venció, y volvió a caer en la inconsciencia.
Patrick, al verla así, sintió un impulso incontrolable de besarla. Verla tan indefensa, con su hermoso rostro pálido y sus labios entreabiertos, lo hizo desearla más que nunca. Pero se contuvo.
Sabía que ese no era el momento. Se quedó a su lado, velando su sueño, acariciando su rostro con una ternura que jamás había mostrado a nadie.
A la mañana siguiente, Amber comenzó a recuperar algo de color. El alivio llenó el pecho de Patrick cuando, finalmente, sus ojos se abrieron con más claridad. Ella lo miró, y él, con una sonrisa de felicidad y alivio, la acarició suavemente en el rostro.
—Te has despertado —murmuró con una calidez que rara vez dejaba ver.
Amber, aún débil, sonrió levemente, sin poder creer que él hubiera estado cuidándola todo ese tiempo.