EL ALMA DEL PUEBLO

El bullicio del mercado de Taxco envolvía a Geovanni y Orange como una manta colorida. Entre el aroma a copal y el vaivén de la gente, se dedicaban a elegir los elementos para su ofrenda. Geovanni, con su buen humor característico, bromeaba sobre el tamaño de las calabazas, mientras Orange, con una mirada más contemplativa, seleccionaba las flores de cempasúchil más vibrantes.

“¿Crees que a mi abuela le gustaría este papel picado?”, preguntó Orange, sosteniendo un trozo de papel adornado con calaveras alegres.

“Seguro que sí,” respondió Geovanni, tomándole la mano. “A ella le encantaban las fiestas. Y a ti también, ¿verdad?”

Orange asintió con una sonrisa. “Sí, siempre fue muy alegre. Y tú, ¿recuerdas a tu abuelo? Siempre contaba historias tan divertidas”.

Caminaron por el mercado, sumergidos en recuerdos y risas. Al llegar a casa, comenzaron a armar el altar. Geovanni, con cuidado, colocó las veladoras en forma de cruz, mientras Orange esparcía pétalos de cempasúchil formando un camino que conducía a una fotografía de sus seres queridos.

“Me gusta cómo quedó,” dijo Orange, admirando su trabajo.

“A mí también,” respondió Geovanni, acercándose a el y besando su mejilla. “Es como si estuvieran aquí con nosotros”.

Esa noche, mientras el aroma del copal se mezclaba con el incienso, Geovanni y Orange se sentaron frente al altar. La llama de las velas danzaba, proyectando sombras que se movían en las paredes.

“¿Te acuerdas de la primera vez que celebramos el Día de Muertos juntos?” preguntó Orange, su voz suave como una caricia.

“Claro que sí,” respondió Geovanni. “Estábamos en la playa y construimos un altar con conchas y estrellas de mar”.

“Fue una noche mágica,” suspiró Orange.

Se quedaron en silencio un rato, contemplando las fotografías de sus seres queridos. Los recuerdos afloraban como olas en la orilla del mar.

“A veces siento que están aquí con nosotros,” dijo Orange.

“Yo también,” confesó Geovanni. “Creo que el amor trasciende la muerte”.

Tomaron las manos y las entrelazaron. La calidez de su contacto los reconfortaba.

“Gracias por estar siempre a mi lado,” dijo Orange, mirándolo a los ojos.

“Y yo a ti,” respondió Geovanni, besando su frente. “Eres la luz de mi vida”.

Pasaron la noche recordando anécdotas y compartiendo sus sentimientos. La ofrenda se había convertido en un puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

Al amanecer, se despidieron de sus seres queridos y apagaron las velas. Se miraron a los ojos, y en esa mirada se reflejaba todo el amor y la gratitud que sentían el uno por el otro.

“Te amo,” susurró Orange, acercándose a él y besándolo suavemente en los labios.

“Y yo a ti,” respondió Geovanni, envolviéndolo en sus brazos.

Se quedaron así, abrazados, sintiendo la calidez del sol que comenzaba a asomar por el horizonte. Y aunque sus seres queridos ya no estaban físicamente con ellos, su amor seguía vivo, floreciendo como las flores de cempasúchil en el altar.

Con el alba asomando tímidamente, Geovanni y Orange se dirigieron al panteón. El aire fresco de la mañana acariciaba sus rostros, y el canto de los pájaros creaba una melodía serena que acompañaba sus pasos. El sol naciente bañaba el cementerio con una luz dorada, creando una atmósfera de paz y tranquilidad.

"Me gusta venir aquí," dijo Orange, mientras caminaban entre las lápidas. "Siento que estoy cerca de ellos."

"Yo también," respondió Geovanni. "Es como si el tiempo se detuviera en estos lugares."

Al llegar a las tumbas de sus seres queridos, comenzaron a limpiarlas con cariño. Quitaron las hojas secas, colocaron agua fresca y arreglaron las flores. Mientras trabajaban, recordaban anécdotas y compartían sus sentimientos.

"Abuelito," comenzó Geovanni, dirigiéndose a la tumba de su abuelo. "Quería contarte algo muy importante. He encontrado a alguien muy especial, alguien que me hace muy feliz. Se llama Orange, y es el amor de mi vida."

Geovanni se quedó en silencio por un momento, como si esperara una respuesta. Luego, continuó: "Sé que tú siempre quisiste que me casara, pero quiero que sepas que Orange es todo lo que siempre soñé. Es amable, divertido y me ama tal como soy. Sé que te hubiera encantado conocerlo."

Orange, que había estado observando a Geovanni con ternura, se acercó a él y lo abrazó. "Él siempre habla de ti con mucho cariño," dijo Orange, dirigiéndose a la tumba. "Sé que te hubiera gustado mucho tenerlo como nieto."

Geovanni sonrió y besó la mano de Orange. "Te quiero mucho," le susurró.

Pasaron el resto de la mañana en el panteón, recordando a sus seres queridos y celebrando sus vidas. Al final, se sentaron bajo la sombra de un árbol y contemplaron el cementerio.

"Me siento en paz," dijo Orange, apoyando su cabeza en el hombro de Geovanni.

"Yo también," respondió Geovanni. "Creo que ellos están felices por nosotros."

De repente, una ráfaga de viento hizo que las hojas de los árboles se movieran, y una mariposa revoloteó alrededor de ellos. Geovanni y Orange se miraron, y en sus ojos brillaba una luz especial. Sintieron como si sus seres queridos estuvieran presentes, celebrando con ellos ese momento de amor y conexión.

Al regresar a casa, Geovanni y Orange se sintieron renovados y llenos de esperanza. Sabían que, a pesar de la ausencia de sus seres queridos, su amor seguiría creciendo y fortaleciéndose con el paso del tiempo. Y aunque la vida estaba llena de desafíos, ellos siempre tendrían el uno al otro para apoyarse y compartir sus sueños.