PRIMERA PARTE DE LA TRILOGÍA AROMAS.
SIN EDITAR.
Éley es un omega recesivo.
Lukyan es un alfa dominante.
Ambos se conocen en una noche en un bar y se vuelven amigos, sin embargo, hay un problema. Lukyan tiene un desagrado por los omegas debido a las situaciones por las que ha pasado durante toda su vida. Se mantiene alejado de todos ellos volviéndose odiado por muchos omegas y alfas. Ante eso, Éley finge ser un beta porque, debido a que es recesivo su aroma no se nota. No obstante, un día cuando Lukyan siente un dulce aroma a flores, todo cambia.
¿Para bien?
¿Para mal?
Solo queda descubrirlo...
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20.
No sabía lo que estaba haciendo ni mucho menos qué pensar.
Tocó la bocina con fuerza viendo que el auto de adelante no avanzaba cuando el semáforo ya se había puesto en verde hace más de cinco segundos. Arrancó con fuerza y avanzó sin importarle nada. Tenía un lío en su cabeza y ya casi no le quedaba cabello de tanto que pasaba sus manos por el. Estaba enojado, no, mucho más que eso, estaba furioso y, sin darse cuenta, eso también provocaba algo en Éley.
—Lukyan... —escuchó el susurro proveniente del asiento trasero.
Hizo oídos sordos y centró su mirada en el camino. Cuando estuvo a unas cuadras de llegar, se detuvo en la orilla del camino para poder respirar. Se bajó de forma casi desesperada y echó su cuerpo hacia adelante apoyando sus manos en sus rodillas para poder respirar. Miró sobre su hombro porque tenía un Omega ahí y no sabía si salir corriendo o regresar. Le daba lo mismo si el auto era robado, mas no sabía lo que sentía si dejaba a Éley solo ahí sabiendo lo que le podía ocurrir y quienes podían entrar sin importarle nada con tal de poder disfrutar de un Omega que estaba en pleno celo.
Intentó pensar con claridad porque estaba manejando hasta su departamento. A un lugar donde jamás había entrado alguien como Éley y mucho menos en condiciones tan difíciles como esas.
Por un momento, imágenes horribles y desesperada le llegaron a la cabeza. Cerró sus ojos con fuerza y el sentir las feromonas de Éley le daban ganas de vomitar. Mientras más las sentía, peor iba siendo todo en su interior y un revoltijo se le iba formando. Las sintió dulces, aterradoras, embriagadoras y tentadoras a más no poder y lo peor es que una parte de él le agradaban, una parte de él quería seguirlas sintiendo. Era una clara ambivalencia entre el amor y odio hacia algo. Cuando vio como unos chicos se acercaban, al ver que eran Alfas, solo regreso al auto de forma rápida. Cuando se subió, miró por el espejo retrovisor y lo vio dormido. Por un momento, pensó que era mil veces verlo de aquella manera: tranquilo y silencioso a tener que escucharlo decir su nombre todo el tiempo haciéndole sentir algo extraño en el pecho.
Continuó manejando y cuando llegó al estacionamiento se quedó mirando el volante del auto. Tragó saliva y se bajó para abrir la puerta trasera, pero él seguía estando dormido. Lo vio como algo peligroso y consumidor de la última gota de tranquilidad que podía haber en su sistema. Llevó su mano a su pecho sintiendo su corazón latiendo de forma desesperada y observó sus manos sudadas. Estaba en un caos interno como externo y se estaba resistiendo con mucho esfuerzo a lo que su cuerpo estaba reaccionando.
Y sintió que podía morir ahí mismo.
Entonces, solo lo tomó en sus brazos y salió fuera del auto. Cuando llegó a su apartamento, vio todo igual. La tranquilidad era más que palpable, pero también pudo sentir como todo se iba impregnando de las feromonas de Éley. Casi pudo ver como las flores iban invadiendo todo con su dulce olor. Lo dejó en el sillón por unos segundos mirando a todos lados para ver qué hacer realmente. Podía llamar a su doctora para que le de algún inhibidor, pero el tener que explicar por qué había un Omega en celo en su departamento no le agradaba para nada y odiaba responder preguntas.
Dio un par de pasos para ir por su teléfono que había dejado en su poleron tirado en la entrada cuando sintió como su brazo era tomado y un escalofrío le recorrió la espalda. Se sintió paralizado y tragó saliva con dificultad. La mano que rodeaba su muñeca era pequeña, pero altamente peligrosa.
—Lukyan —escuchó nuevamente de esa forma lenta y provocativa. Podía sentir como su nombre era más que saboreado cada vez que era pronunciado.
Lo observó de reojo viendo como tomaba su brazo y lo acercaba a su nariz para olerlo. Era como un pequeño cachorrito que buscaba cariño.
—Dame más de tus feromonas —pidió —. Me gustan.
Éley se puso de pie de forma temblorosa, pero segura. Se acercó a él y Lukyan no tuvo tiempo para alejarse cuando lo rodeó con sus brazos.
—Me gusta aquí —susurró en su oído —. Me gustas tú. Vamos, abrázame un poco. Hay que hacerlo. Quiero hacerlo contigo, ¿acaso tú no quieres?
Sintió la enorme cantidad de feromonas que seguían inundando sus fosas nasales y todo su departamento. Sintió su cuerpo caliente contra el suyo y vio sus mejillas sonrojadas con sus labios húmedos por donde había pasado su lengua un par de veces.
Pudo sentir como la mano de Éley iba bajando por su abdomen, entonces se alejó. Cuando cerró la puerta de su habitación, se dejó caer en el suelo sintiendo miedo y nerviosismo. Cubrió sus oídos y cerró fuertemente sus ojos con desesperación, pero de nada servía. Su cabeza dolía de tanto que pensaba en qué hacer realmente. Quería salir, pero no se atrevía. Quería volverse sordo, pero eso era imposible. Quería perder el olfato para no oler nada más, pero tampoco era algo que fuera muy sencillo de lograr.
Éley llegó a la puerta e intentó abrirla, pero estaba con seguro.
—Lukyan, abre —rogó sintiendo que comenzaba a llorar.
Tenía tanto calor que quería quitarse toda la ropa. Tenía tanta calor que sentía que estaba mareado y la respiración le faltaba. Golpeó la puerta un par de veces e intentó abrirlas muchas veces más.
—N-no me dejes aquí afuera, yo quiero estar... contigo —sollozó —. No seas así. Solo abre. Lukyan.
Cubrió sus oídos con fuerza e intentó ignorarlo, pero le costaba. Intento convencerse del hecho de que solo era un Omega en celos más y nada más que eso, pero le costaba.
—¡Es tu culpa! ¡Yo no quería estar así, pero es tu culpa por querer besarme! Es tu culpa que me gustes tanto —continuó llorando —. Solo ayúdame un poco, no me dejes aquí afuera, por favor. Solo quiero estar contigo. Con mi... Alfa. Solo pienso en ti, solo me gustas tú. Solo quiero que me beses y me toques. T-tengo… miedo…
No sabía que hacerse para poder respirar bien, pero sabía que si Lukyan abría la puerta todo se iba a calmar. Podía sentir que su corazón le dolía e intentó abrir la puerta un par de veces más, pero no funcionaba. Sintió sus mejillas mojadas mientras apoyaba su espalda en la puerta justo como Lukyan lo hacia. Ambos estaban desesperados sin entender muy bien lo que ocurría. El Alfa por estar recordando todas esas cosas horribles por las que les habían hecho pasar y que lo torturaban a diario y el Omega por no tenerlo a él.
Lukyan quería solo ignorar esas palabras, pero sentir la intensidad de cuando le decía que le gustaba era casi cegadora. Cada vez que oía eso podía sentir como su corazón se saltaba un latido.
De pronto, lo que le rodeó el cuerpo fue reconfortante. Fue tan intenso que sintió que era como un abrazo, como un nido de amor que lo rodeaba con todo lo que Lukyan podía ser. Sintió que el miedo y la intranquilidad se iba y soltó una pequeña sonrisa porque sintió su pecho lleno de paz.
—Ah... feromonas —susurró —. Solo quiero sentir las feromonas de mi Alfa.
Lukyan no sabía muy bien lo que estaba haciendo, pero solo quería que se quedará tranquilo por un segundo. Pensó en que, si le daba una parte de lo que quería, entonces podría descansar y solo libero sus feromonas.
Cuando abrió la puerta, lo vio tirado en el suelo vuelto un ovillo. Ya no había ningún olor y se podía ver que ya no se encontraba en celo. Lo vio durmiendo de forma tranquila y pacífica y le aterro el darse cuenta de que había sido por él. Lo vio pequeño e indefenso, pero dulce y lindo como siempre. Cerró sus ojos con fuerza y solo lo tomó para dejarlo en la cama.
Cuando Éley despertó, estaba solo. Pudo sentir como el lugar solo gritaba Lukyan con intensidad desmedida. Pasó sus manos por su rostro y observó la cama donde estaba pero no había nadie, ni el más mínimo rastro de que alguien se había acostado a su lado.
Cuando miró a su derecha fue que vio la nota que había en el velador de al lado y leyó las palabras que le provocaron un dolor punzante en el corazón y que solo lo hicieron llorar otra vez:
Cuando despiertes, lárgate. Lo que hice fue por el simple hecho de que no quería que hubieran falsos rumores. Ya te dije que no me gustan los malditos Omegas y no te volveré ayudar jamás.