PRIMER LIBRO DE LA SAGA.
Luciana reencarna en el cuerpo de Abigail una emperatriz odiada por su esposo y maltratada por sus concubinas.
Orden de la saga
Libro número 1:
No seré la patética villana.
Libro número 2:
La Emperatriz y sus Concubinos.
Libró número 3:
La madre de los villanos.
( Para leer este libro y entender todos los personajes, hay que leer estos dos anteriores y Reencarne en la emperatriz divorciada.
Reencarne en el personaje secundario.)
Libro número 4:
Mis hijos son los villanos.
Libro número 5:
Érase una vez.
Libro número 6:
La villana contraataca.
Libró número 7:
De villana a semi diosa.
Libro extra:
Más allá del tiempo.
Libro extra 2:
La reina del Inframundo.
NovelToon tiene autorización de abbylu para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 21
A las afueras de la oficina de Abigaíl, Steven caminaba de un lado a otro como león enjaulado. Ya no quedaba una gota de alcohol en su sangre, solo sentía una profunda ira y ganas de matar a Abigaíl. Su ego y orgullo estaban por los suelos, no podía creer que su esposa estuviera en ese momento encerrada en la oficina, terminando lo que él había interrumpido.
Los guardias seguían rojos de vergüenza, nunca imaginaron ver a su emperatriz así.
Tras unos veinte minutos, las puertas de la oficina se abrieron, dejando salir a una Abigaíl furiosa.
Buscó con la mirada al emperador y, al encontrarlo, caminó hacia él con paso firme. Al llegar a su lado, extendió su brazo y le dio una terrible cachetada, dejándole la mejilla roja.
—Que sea la última vez que entras a mi oficina de esa manera. ¿Quedó claro? —dijo, sin levantar la voz, pero con una firmeza que no dejaba lugar a dudas.
Steven la miró, la bofetada había girado su rostro y, lleno de furia, escupió:
—¿Pero qué carajos te pasa? ¡Nunca te creí capaz de algo como esto! ¡No eres más que una mujerzuela!
Abigaíl levantó nuevamente su mano, pero esta vez fue detenida por él. Sonrió de manera burlona y continuó:
—Será mejor que bajes esos aires...
No pudo terminar de hablar, pues Stefan le quitó una de las espadas de los guardias y apuntó al cuello de Steven.
—Será mejor que sueltes a la emperatriz si quieres seguir manteniendo tu cabeza en su lugar —dijo con voz calmada, pero llena de amenaza.
—Y tú, será mejor que bajes esa espada si quieres seguir viviendo después de esto —respondió Steven con una sonrisa desafiante.
—¡Suficiente! —gritó Abigaíl—. Stefan, baja esa espada. Y tú, suéltame. O mejor, prepárate para las consecuencias. Estoy cansada de repetirte que yo no soy la Abigaíl que conocías, esa ya murió. Acostúmbrate a verme con mis otros esposos, así como yo me acostumbré a verte con tus concubinas.
—Vámonos, Stefan —dijo, tirando de su brazo para liberarse del agarre y salir de la escena—. ¡Que vengas, carajo!
—Esta se la dejo pasar, pero solo por esta vez —respondió Stefan, bajando la espada y siguiendo a su emperatriz.
Abigaíl salió del lugar, furiosa. No esperaba que Steven se comportara de esa manera; parecía haber desarrollado una obsesión hacia ella, y eso ya no le gustaba en absoluto. Tendría que tomar una decisión rápida sobre él antes de que se convirtiera en un peligro, tanto para ella como para sus chicos.
Por otro lado, Steven estaba iracundo. Estaba tan furioso que apenas podía controlarse. Se dio la vuelta y se encontró con los dos guardias que custodiaban las puertas de la oficina. Con una mirada llena de desdén, les dijo:
—¿Y ustedes qué me ven? ¡Sigan con lo suyo!
Luego salió de ahí, dirigiéndose al harén, donde últimamente no dejaba en paz a sus concubinas.
Cuando Abigaíl llegó a su palacio, se encontró con su hermano. Al verla, este se levantó de su asiento y preguntó:
—¿Qué pasó?
—El emperador, eso pasó —respondió Abigaíl, con una mezcla de rabia y cansancio—. Stefan, déjame a solas con mi hermano.
—Como ordenes, majestad —contestó Stefan, comenzando a encolerizarse por la actitud de su emperatriz. Durante el camino, la regañó por involucrarlo en esos asuntos y le pidió que no se metiera en lo que no le concernía.
Abigaíl, dándose cuenta de su error, se giró, lo tomó del cuello y lo besó con tanta pasión que casi le sacó el aire. Cuando se separó, apoyó su frente contra la de él y dijo:
—Perdón, me descargué contigo. No fue mi intención tratarte mal. De todas formas, no debiste apuntar a su cuello con una espada... Si algo te llegara a pasar...
—Eso no ocurrirá. No es la primera vez que me revelo ante una figura de autoridad. Y con respecto a lo otro, no prometo nada. No puedo quedarme quieto mientras te lastiman. Eres mi esposa, y siempre te protegeré, aunque eso me cueste la vida —respondió Stefan con sinceridad, mirando a Abigaíl a los ojos.
Abigaíl lo miró profundamente, viendo la sinceridad en sus ojos. Asintió y dijo:
—No te preocupes. Esto no volverá a pasar. De mi cuenta corre que ese estúpido emperador pagará por todo lo que me hizo. Y si planea algo en contra de ustedes, yo misma lo hundiré. Ahora déjame a solas con mi hermano.
—Te veo más tarde, nena —le dijo, besándola nuevamente antes de marcharse.
Gael la miró con preocupación al verla tan alterada.
—¿Qué fue todo eso?
—El emperador. Eso fue todo —respondió Abigaíl, dejando caer el peso de la situación sobre ella—. Stefan, déjame a solas con mi hermano.
—¿Cómo ordenes, majestad —dijo Stefan, retirándose de la habitación.
Abigaíl tomó asiento y comenzó a contarle lo sucedido a su hermano.
—El emperador entró a mi oficina sin tocar, y nos encontró a los dos teniendo relaciones.
Gael abrió los ojos desmesuradamente.
—No me mientas.
—No lo hago, y eso no fue lo peor —continuó Abigaíl—. Él no entró solo. Los guardias de la entrada me vieron.
Gael estalló en cólera.
—¡Maldito hijo de perra! ¿Pero qué pretendía, exponerte frente a todo el imperio?
—Y justo cuando estábamos en la mejor parte... —dijo Abigaíl, con sarcasmo.
—¡Abigaíl! No me cuentes esas cosas, soy tu hermano, ¡respeta!
—Solamente te cuento el motivo de mi furia —respondió Abigaíl, en un tono serio.
—Bueno, ¿y luego qué pasó?
—Salí de mi oficina y le di una bofetada. El muy hijo de perra me trató de mujerzuela. Quise darle otra, pero me sujetó la muñeca con fuerza y...
—¿Dónde? —interrumpió Gael, aún furioso.
—Eso no importa...
—¡He dicho, ¿dónde?! —insistió, ya al borde de la desesperación.
Abigaíl le mostró su muñeca, donde ya se notaba la marca de la mano de Steven.
—Pero...
Antes de que pudiera continuar, Gael, completamente fuera de sí, salió corriendo del palacio.
—Voy a matar a ese hijo de perra.
—¡Gael, espera! ¡Que esperes, carajo! ¡Guardias, ayúdenme a detenerlo!
Los guardias se miraron entre sí, indecisos, pero finalmente corrieron para cumplir la orden. Abigaíl los siguió. Cuando lograron reducirlo, después de una breve resistencia, ella volvió a hablar.
—¡Cálmate! ¡Es suficiente! Tengo mejores planes que verlo muerto.
Gael, al oír esto, se calmó un poco.
—Será mejor que esos planes sean buenos, o yo mismo te dejo viuda. Maldito infeliz, ¿cómo se atreve a tocarte?
—Basta —dijo Abigaíl, con firmeza—. Si te tranquilizas, te cuento.
Gael asintió y Abigaíl hizo una seña a los guardias para que lo soltaran.
—Listo, me calmé. Ahora habla —dijo, tomando asiento.
—Vamos dentro y te cuento —insistió Abigaíl.
—Aquí estoy bien...
—¡Adentro! ¡Ahora! —ordenó Abigaíl.
Gael se resignó y, un tanto molesto, la siguió hacia el interior.
Una vez sentados, Abigaíl terminó de contarle todo lo sucedido. Al final, dijo:
—Y eso fue todo. Lo que me preocupa ahora es que Steven no se quede tranquilo por lo que pasó.
Gael, aún furioso, murmuró:
—Que agradezca que no estaba presente, porque le hubiera cortado la mano con la cual te tocó.
—No, aún no hizo nada malo en mi contra. Quiero llevar la fiesta en paz. Eso sí, voy a convencer a cada noble de que yo soy mejor emperatriz que él. Yo me preocupo por el imperio y por mejorar la calidad de vida de todos, mientras él y sus mujeres solo saben malgastar el dinero de las reservas.
Gael sonrió de manera satisfecha.
—¿Dejarlo en la ruina? Mmm... Me gusta cómo piensas, hermanita.
Abigaíl lo miró con determinación.
—Que no lo quiera muerto no significa que deje pasar por alto lo que pasó hoy. Y menos que me haya llamado mujerzuela. No lo quiero cerca de mí, pero tampoco voy a dejar de ser la emperatriz de este imperio. Y lo de hoy solo me confirmó lo que ya sabía: en este imperio solo hay un lugar para gobernar, y es él o yo.