"Morí traicionada por el hombre que debía amarme... y por la sangre de mi propia hermana."
En su vida pasada, Aelina Valemont, Reina de Thalair, fue humillada y asesinada por su esposo, el Príncipe Heredero, y por su hermana. Sus padres también fueron ejecutados bajo falsas acusaciones.
En su último suspiro, Aelina juró venganza.
Ahora, ha despertado en su cuerpo de 16 años. El día de su boda con el príncipe cruel se acerca... pero esta vez, el destino cambiará.
En el altar, rechaza públicamente al príncipe.
Sabe que ha firmado su sentencia. Su familia sigue en peligro. Y sola, no podrá vencer a un enemigo tan poderoso.
Por eso comienza a buscar aliados. Hombres fuertes, peligrosos, capaces de cambiar el curso del reino. Pero lo que empieza como un plan frío, se transforma en una red de emociones que no podrá controlar:
Un caballero leal.
Un archimago distante.
Un noble rebelde
Un asesino en las sombras.
Un príncipe extranjero con su propia agenda.
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La flor que ya no tiembla
La lluvia seguía cayendo. Pero Aelina ya no la sentía. Caminaba sin prisa entre las ramas torcidas del jardín del castillo, arrastrando la tela empapada de su vestido como si llevara los restos de una vida anterior a cuestas.
Donde antes temblaba, ahora ardía.
Alzó la mirada hacia el cielo ennegrecido, dejando que el agua le golpeara el rostro, como si intentara despertar algo dormido. Pero no quedaba nada que despertar. Ya no era una flor delicada… sino la espina.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Cederic, su consejero, a pocos pasos detrás de ella.
Su voz cargaba una duda que otros no se atrevían a pronunciar. Ella lo miró por encima del hombro, con una media sonrisa rota.
—¿Segura? Jamás lo estuve. Pero aún así lo haré.
Él bajó la cabeza. Sabía que no tenía sentido discutir.
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En la gran sala del trono, los nobles estaban reunidos. Algunos murmuraban, otros fingían no verla mientras entraba. Aelina se paró frente a ellos con la espalda recta, el cabello aún húmedo y pegado al cuello como una corona indeseada.
—Han venido hasta aquí para preguntarse si aún merezco este trono —dijo, sin necesidad de alzar la voz—. Pero yo no vine a preguntar nada. Vine a recordarles quién soy.
Su mirada recorrió uno por uno, como si pudiera verles las grietas del alma.
—Durante años, todos ustedes me observaron desde lejos. Creyeron que podrían moldearme, usarme, encerrarme en su idea de lo que una reina debía ser. Me dieron un nombre que no elegí, un vestido que no me representaba, un futuro que olía a encierro.
Dio un paso al frente.
—Pero se les olvidó algo. Las reinas también sangran. Y cuando una reina sangra… cambia.
Nadie habló.
Ni siquiera los más osados.
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Horas después, en la oscuridad de su alcoba, Aelina se miró en el espejo. No se reconocía. Pero no porque no fuera ella… sino porque, por primera vez, sí lo era.
Se quitó la diadema con dedos lentos, dejando que cayera sobre la mesa. El metal hizo un ruido seco. Como un disparo contenido. Como una decisión sellada.
—Te verán como una amenaza —susurró Cederic, que aún no se había ido.
—Lo soy —respondió ella.
Se giró hacia él, ya sin máscara. Ya sin pretender.
—¿Alguna vez has sentido que tu dolor es tan hondo que solo puede transformarse en fuego?
Cederic asintió en silencio. Y por un segundo, vio a la niña que Aelina solía ser. Pequeña, frágil, sentada en un rincón del pasado con las manos manchadas de barro y esperanza.
—Ese fuego —añadió ella, acercándose al ventanal— es lo único que me queda.
Y afuera, la lluvia seguía. Pero esta vez no era una amenaza.
Era música.
Era bautismo.
Era la prueba de que aún podía sentir algo.
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Más tarde, convocó a su nuevo círculo.
No eran nobles.
Eran los que el reino había dejado de lado: mercenarios, brujas, desertores, viudas con ojos de acero y hombres que ya no creían en nada… excepto en ella.
—No quiero lealtad ciega —dijo, sentándose sobre una roca vieja en el centro del claro—. Quiero su rabia. Quiero su dolor. Quiero que me sigan solo si han sido rotos por este mundo… como yo.
Nadie respondió de inmediato.
Pero uno a uno, se arrodillaron.
No como súbditos. Sino como piezas que sabían que esa mujer no venía a salvar el reino.
Venía a rehacerlo… desde las ruinas.
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Esa noche, Aelina durmió por primera vez en años sin apretar los puños. Pero en su pecho algo latía con fuerza: no miedo, no culpa… sino una promesa.
Y aunque su reflejo aún mostraba los restos de la flor que había sido, ahora había algo nuevo en su mirada.
Una raíz.
Un filo.
Una historia que apenas empezaba a escribirse.
si ya se que hay muchas incoherencias en ciertos capitulos y lo estoy arreglando de a poco.
la verdad que no es muy buena idea hacer varias novelas al mismo tiempo.
Aliado o enemigo...?