Alana Alvarado Blanco solía sentarse en un rincón de su pequeño cuarto en el orfanato y contar los huecos visibles en la pared, cada uno representando un día más sin la compañía de sus padres. En su mente infantil, imaginaba que cada uno de esos agujeros era un recuerdo de los buenos momentos que había compartido con ellos. Recordaba con cariño aquellos cinco años en los que su vida había sido casi perfecta, entre risas y promesas. La melodía de la risa de Ana Blanco, su madre, resonaba en su corazón, y la voz firme de Vicente Alvarado, su padre, aún ecoaba en su mente: “Volveremos por ti en cuanto tengamos el dinero, pequeña”. Sin embargo, ese consuelo se había transformado en una amarga mentira, la última vez que le repetían esas palabras había sido poco antes de que la pesada puerta de madera del Hogar de San Judas se cerrara tras ella, sellando a la fuerza su destino y dejando su vida marcada por la ausencia. En ese instante, la esperanza que una vez brilló en sus ojos comenzó a de
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capítulo 21
La Obsesión Creciente
Mientras Alana y Daniel celebraban, Fernando Fuente estaba pagando la fianza, liberado por sus propios abogados, pero destrozado. No fue a la cárcel, pero el daño era peor: su padre, en un furioso pero silencioso juicio corporativo, le había quitado el acceso a todas sus cuentas, vehículos y propiedades corporativas. Había sido castigado con la expulsión social.
Fernando regresó al apartamento que poseía, desprovisto de lujo. Su furia se convirtió en una obsesión enferma. En su mente distorsionada, la victoria de Alana no probaba que él estaba equivocado, sino que ella era la única digna de estar a su lado. Ella era su igual, su rival, su todo. Él debía recuperarla para restaurar su poder.
Un Mes de Paz Rota
Pasó un mes. Alana se concentró en sus estudios y en la vida con Daniel. Se sentían seguros. Ricardo había confirmado que Fernando estaba bajo estricta vigilancia familiar y no se atrevía a usar tecnología rastreable. La vida volvió a ser normal.
Una noche, Daniel estaba fuera por un viaje de trabajo de un día. Alana se quedó sola en el apartamento.
Eran las 10 de la noche. Alana se preparaba para acostarse cuando escuchó un golpe suave en la puerta principal. No era el timbre. Eran golpes secos y rítmicos.
Alana dudó. Miró por la mirilla. No había nadie.
"¿Quién es?" preguntó, sintiendo un escalofrío.
"Soy yo, Alana. El mensajero. Traigo un paquete grande y necesito tu firma," respondió una voz distorsionada y ronca.
Alana se sintió estúpida al abrir la puerta de seguridad, solo un centímetro, usando la cadena. Un brazo fuerte, cubierto por una chaqueta oscura, se deslizó por la rendija.
Un pañuelo empapado en cloroformo fue presionado contra su boca y nariz.
El mundo se inclinó. Antes de que Alana pudiera reaccionar, fue arrastrada fuera del apartamento, la puerta cerrada de golpe tras ella.
El rostro de su captor, aunque cubierto por una gorra, se inclinó cerca del suyo antes de que la oscuridad la consumiera.
"No vas a escapar de mí esta vez, querida. Tú eres mía."
Era Fernando.
El Juego Obsesivo
Alana despertó con una punzada sorda en la parte posterior de la cabeza y el sabor metálico del miedo en la boca. Estaba acostada en una cama, y la primera sensación que la invadió fue el silencio espeso y frío de la habitación.
Abrió los ojos. Estaba en un dormitorio pequeño y claustrofóbico, sin ventanas. Las paredes eran de ladrillo desnudo, y el aire olía a moho y humedad. La única luz provenía de una bombilla desnuda y débil, suspendida del techo. La puerta era pesada, de acero macizo, y estaba cerrada.
Se levantó, la cabeza le daba vueltas. Llevaba puesta la ropa que usaba en casa, pero sus pies estaban descalzos.
"Veo que la bella durmiente ha despertado."
La voz de Fernando vino de una esquina de la habitación que Alana no había notado. Él estaba sentado en una silla de madera, observándola con una intensidad que la hizo temblar más que el frío. Parecía desaliñado, pero la obsesión en sus ojos brillaba con una claridad aterradora.
"¿Dónde estoy, Fernando? ¿Qué demonios estás haciendo?" preguntó Alana, intentando que su voz sonara firme, aunque sentía un escalofrío recorriéndole la espalda.
"Estamos en un lugar que conoces bien," respondió Fernando con una sonrisa enferma. "Un almacén abandonado que solía pertenecer a mi abuelo. Está fuera de la jurisdicción de la Corporación. Aquí no hay abogados, ni chóferes traidores, ni 'Danieles'. Aquí solo estamos tú y yo, Alana."
Fernando se puso de pie y caminó lentamente hacia ella. Alana retrocedió hasta chocar con la pared.
"Tuviste tu pequeña victoria, Alana," dijo, su voz elevándose con la pasión de un fanático. "Me humillaste. Me quitaste mis cargos. Pensé que con eso iba a desaparecer la necesidad, pero sucedió lo contrario. Me enseñaste que eres una fuerza de la naturaleza. Eres mi igual, mi rival, mi destino."
"Estás loco," espetó Alana. "Violaste una orden de restricción, me secuestraste. Vas a ir a prisión por esto."
"¡Cárcel!" Fernando se echó a reír. "La cárcel es para los débiles. El juego terminó en la sala de conferencias, Alana. Ahora, estamos en la nueva etapa: la reconciliación."
Fernando le puso la mano suavemente en la mejilla, un gesto que Alana sintió como un asco punzante. Ella se apartó.
"Tú y yo éramos una pareja de poder. Éramos un motor en la Corporación. Ese arquitecto... Daniel... es una debilidad. Una distracción. Él te ama por la mujer simple y segura que él cree que eres. ¡Pero yo te amo por la mujer que me destruyó!"
Alana se dio cuenta de que el miedo no la salvaría. Necesitaba estrategia.
"Si me amas tanto, ¿por qué secuestrarme? Sabes que mi silencio es lo único que te salva de la quiebra total," le recordó.
"No, no lo es. Ahora, tú y yo vamos a llamar a tu abogado. Le dirás que todo fue un malentendido y que te has dado cuenta de que quieres renegociar las cosas conmigo. Le dirás que nuestro amor es más fuerte que un contrato. Una vez que estemos casados de nuevo, la evidencia de la malversación se convierte en un asunto de pareja, y mi padre no tendrá motivos para destruirme."
Fernando fue hacia una mesa donde había un teléfono satelital viejo.
"Te devolveré tu puesto como mi esposa, Alana. Y juntos, recuperaremos todo lo que perdí. Pero primero, tienes que llamarlos. Y tienes que convencerme de que me has extrañado tanto como yo te he extrañado a ti."
Fernando le tendió el teléfono. El juego había comenzado: no era un juego de escape físico, sino una peligrosa y desesperada batalla psicológica.
La Señal Oculta
Alana miró el teléfono satelital que Fernando le extendía. Su corazón latía con fuerza, pero el terror puro se estaba transformando en una gélida concentración. Sabía que si se negaba, Fernando se volvería violento, y ella perdería la oportunidad de alertar a Daniel.
"¿Llamar a mi abogado? De acuerdo," dijo Alana, dando un paso adelante. Su voz era sumisa, pero sus ojos eran una promesa helada. "Pero no llamaré a Zúñiga. Él es demasiado formal. Hablaré con Catalina en Londres. Ella es mi única abogada y mi única familia. Ella lo entenderá, y luego le pasará las instrucciones a Zúñiga."
Fernando sonrió, satisfecho. "Excelente. La familia siempre es mejor. Llama a la pequeña Catalina. Dile que su cuñado te ha convencido de que la Corporación Fuente es tu verdadero destino."