Jesica, es una chica de una familia media, cuando su madre enferma se ve obligada a comenzar con un trabajo como novia por contrato donde conocerá a Max quien la llevará a un mundo de mentiras y dolor
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preocupación
Al llegar a casa, decidí no despertar a nadie. Me quité los zapatos y subí hasta mi habitación. Allí pasé toda la noche llorando, sintiendo el dolor y la tristeza abrumadores. En un intento de liberarme de esos recuerdos, eliminé todas las fotos y mensajes que tenía con él.
Por la mañana, una llamada telefónica interrumpió el sueño de todos los que estábamos en la casa. Al abrir los ojos, pude escuchar la voz de mi abuelita, así que decidí levantarme y bajar rápidamente.
Al llegar a la sala, vi a mi abuelita Carmen con una expresión de inquietud en su rostro. Sin rodeos, me informó: ¡Jessica, tu mamá está en el hospital! Su tono era grave y lleno de preocupación, lo que inmediatamente me hizo sentir un nudo en el estómago.
¿Qué le ha pasado a mi mamá?! exclamé nerviosa, sintiendo cómo la angustia crecía en mi pecho. Detrás de mí, mi hermano menor, Jeremy, se quedó inmóvil, con una expresión de preocupación en su rostro.
No lo sé, sólo me dijeron que está en el hospital, respondió mi abuelita, tomándose el pecho con una mano. Su mal estado de salud, debido a problemas cardíacos, hacía que recibir noticias impactantes fuera un verdadero golpe para ella.
Tranquila, mujer. Yo iré al hospital. Tú quédate aquí con los niños, y los llamaré más tarde, dijo mi abuelo, mientras se ponía el saco con rapidez para salir.
Yo voy contigo, interrumpí, llena de preocupación, mientras me apresuraba a ponerme los zapatos. Jeremy, al ver mi inquietud, comenzó a llorar asustado, lo que solo aumentaba mi sensación de desasosiego.
Está bien, te espero en el auto, dijo mi abuelo mientras salía de la casa, cerrando la puerta detrás de él.
Hey, Jeremy, mírame, le dije a mi hermano, intentando transmitirle tranquilidad con mis palabras. Todo va a estar bien. Tienes que cuidar de nuestra abuelita, y yo te llamaré, ¿de acuerdo? Le eché un vistazo a su rostro, buscando asegurarme de que entendiera lo que le decía. Luego, sin perder más tiempo, salí de la casa rápidamente, sintiendo la urgencia de la situación.
Al llegar al hospital, mi abuelo se acercó a la recepción para solicitar información sobre mi madre. Tuvimos que esperar un buen rato antes de que alguien nos atendiera. Finalmente, un médico nos condujo a un consultorio. Una vez allí, el doctor comenzó a explicarnos la situación.
La señora Rosalba padece fibrosis pulmonar, una enfermedad que afecta gravemente su capacidad para respirar y deteriora la función pulmonar. Lamentablemente, el estado de su enfermedad es muy avanzado, y uno de sus pulmones se encuentra colapsado, comentó el doctor con seriedad.
Ante estas palabras, una ola de miedo me invadió y empecé a temblar sin poderlo evitar.
Mi abuelo, visiblemente preocupado, interrumpió al doctor: Pero, ¿no hay ninguna posibilidad de curarla, doctor?
El médico, con una expresión comprensiva, respondió: Desafortunadamente, no hay cura para esta condición. Lo que podemos hacer es comenzar un tratamiento y buscar un donante que sea compatible con Rosalba, antes de que ella deje de respirar y muera.
Entonces haga lo que sea necesario, doctor. ¡Ayude a mi hija! exclamó mi abuelo, con el rostro visiblemente perturbado y lleno de angustia.
El doctor, con una expresión seria y compasiva, respondió: Entiendo su desesperación, pero debo aclarar que el servicio médico que tienen no cubre la totalidad de los costos del tratamiento. Solo se hará cargo del treinta por ciento de la cantidad total. Lo demás correrá por su cuenta, y me temo que estamos hablando de una suma muy elevada de dinero. El doctor habló con pesar y preocupación, mientras miraba intensamente a mi abuelo, consciente de la difícil situación en la que se encontraban.
No se preocupe, doctor. Yo conseguiré el dinero necesario, afirmó mi abuelo con determinación, intentando transmitir una sensación de esperanza y resolución ante la adversidad.
Yo era consciente de que nuestra situación económica era muy precaria. Mi madre apenas lograba cubrir los gastos básicos del hogar y las matrículas escolares. Además, mi abuelo todavía no se había jubilado, ya que continuaba trabajando para poder hacer frente a los pagos de la casa en la que residíamos.
—Por favor, vamos, los llevaré con la señora Rosalba —dijo el doctor mientras ambos lo seguíamos.