Una historia de amor paranormal entre dos licántropos, cuyo vínculo despierta al encontrase en el camino. el llamado de sus destinados es inevitable.
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El Alfa
Desde aquella tarde en el bosque, algo había cambiado en Aelis. Una parte de ella seguía con su rutina habitual —las clases, las caminatas por el sendero de siempre, las cenas tranquilas con su madre—, pero otra parte se había quedado atrapada en esos ojos tan intensos como salvajes. No sabía su nombre. Él no lo había dicho... pero esa mirada profunda y la energía que lo rodeaba eran imposibles de olvidar.
—Dicen que Eirik volvió esta semana —murmuró una chica al pasar junto a ella en el pasillo del colegio—. Se le vio cerca del bosque, como siempre.
Aelis se detuvo por un instante. Eirik. No necesitaba confirmarlo. Algo en su pecho lo supo de inmediato. Ese era su nombre. No sabía cómo, pero encajaba. Lo sentía en los huesos, en la piel, como si su alma lo hubiese reconocido antes que su mente.
Aquella noche, el bosque parecía más vivo que de costumbre. El aire entraba por la ventana entreabierta de su habitación, cargado con el perfume húmedo de la tierra y algo más... algo salvaje. Se acostó sin mucha intención de dormir. Cerró los ojos y lo vio otra vez: alto, poderoso, envuelto en una energía que no se podía fingir. Un aura de mando. De peligro.
Eirik.
La sola idea lo traía de vuelta. Su imagen era nítida: cabello oscuro, facciones marcadas, espalda ancha y postura firme. Se movía con una confianza casi arrogante, como si supiera que el mundo entero debía apartarse para dejarlo pasar. Pero no era solo su físico. Lo que más la había inquietado era esa mirada… como si hubiera visto algo en ella que aún ni ella misma comprendía.
No era un chico más. Lo sabía por cómo lo mencionaban los adultos, cuando creían que los estudiantes no escuchaban. Lo había oído sin querer al pasar junto a la oficina del director.
—Es un líder nato —decía la voz grave del director—. Nunca toma una decisión sin pensar en todas las consecuencias. Tiene esa mezcla rara de fuerza y mente fría. Un estratega. Exactamente lo que esta manada necesita.
Así que era eso. No solo era guapo. Era el Alfa. El líder. Y ahora su nombre tenía aún más peso. Eirik. El Alfa más joven en décadas.
Las chicas hablaban de él en susurros. Algunas reían nerviosas, otras suspiraban con aire de novela barata. Pero ninguna sabía lo que ella había sentido cuando sus miradas se cruzaron. Nadie más parecía haber estado tan cerca de esa intensidad contenida. De esa atracción casi física que se le había quedado adherida a la piel.
Su madre llamó a la puerta suavemente antes de entrar con una taza humeante entre las manos.
—No podés dormir, ¿verdad?
Aelis negó con una sonrisa leve y aceptó la taza caliente.
—Gracias.
Su madre se sentó a los pies de la cama, como solía hacer cuando Aelis era más pequeña.
—A veces las cosas importantes llegan sin avisar —dijo en voz baja—. Y a veces… ni siquiera sabemos por qué nos afectan tanto. Solo lo sentimos.
Aelis desvió la mirada hacia la ventana. Más allá del cristal, el bosque estaba quieto. Pero ella sabía que no era solo la imaginación la que le apretaba el pecho. Sentía que algo estaba ocurriendo. Que una pieza invisible se había activado dentro de un engranaje mayor.
El nombre seguía repitiéndose en su cabeza. Eirik. Un desconocido. Un Alfa. Y, sin embargo, ya formaba parte de ella.
Volvería a verlo. De alguna manera, lo sabía.