Sabía que acercarme a Leonel era un error.
Encantador y carismático, pero también arrogante e irreverente. Un boxeador con una carrera prometedora, pero con una reputación aún más peligrosa. Sus ataques de ira son legendarios, sus excesos, incontrolables. No debería quererlo. No debería desearlo. Porque bajo su sonrisa de ángel se esconde un demonio capaz de destrozar a cualquiera en cuestión de minutos. Y sé que, si me quedo a su lado, terminaré rota.
Pero también sé que no puedo –no quiero– alejarme de él.
Leonel va a destruirme… Y, aun así, estoy dispuesta a arder en su infierno.
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Capítulo 3 | Lucia
La semana pasa a una velocidad alarmante.
Entre mis múltiples tareas y clases, apenas tuve tiempo para pensar en lo que había hecho: aceptar salir con Leonel Alvarez.
Me lo he cruzado por los pasillos, pero sólo se limita a guiñarme un ojo y sonreírme con galantería.
Ni siquiera se lo he comentado a Cleo porque tenía miedo de su reacción. Por otro lado, se ha encargado de presentarme a todos y cada uno de sus amigos. Hemos estado charlando tanto, que me explicó el significado de todos y cada uno de sus tatuajes, me mostró los que lleva en las caderas y aquel pequeño tatuaje en su espalda baja.
He intentado saber cuál es la bruma generada alrededor de Leonel Alvarez, pero cada que saco el tema a relucir, Cleo termina evadiéndolo de manera impresionante.
Una vez intenté preguntárselo a Jessica, una de las amigas de Cleo, pero se limitó a mirarme con expresión horrorizada y decir—: Créeme cuando te digo que no quieres saberlo.
Me levanto especialmente tarde el sábado y holgazaneo un rato, navegando en internet y desayunando una nada nutritiva big mac.
Pasadas las tres de la tarde, Cleo me acompaña al cuarto de lavado del edificio y me enseña cómo funciona eso de lavar en máquinas traga monedas. Paso el resto de la tarde sentada con Cleo, charlando y lavando ropa y, cuando menos lo pienso, son casi las siete de la tarde.
— ¡Maldición!, ¡necesito ducharme ahora mismo! —chillo cuando me doy cuenta de la hora.
Cleo está pintando sus uñas de negro y me sonríe —Así es, debes estar lista porque a las ocho iremos a un bar con los demás —dice, soplando hacia sus uñas.
Yo me congelo en la puerta del baño y cierro los ojos mientras me vuelvo hacia Cleo. —E-En realidad tengo otros planes —mascullo, mirando hacia mis pies descalzos.
Siento la mirada de Cleo clavada en mí, pero no la miro. — ¿Qué clase de planes?
Rasco detrás de mi oreja con nerviosismo. —Es algo así como… —me aclaro la garganta y la miro—, una cita.
Las cejas de mi compañera de cuarto se disparan al cielo mientras una sonrisa sugerente se desliza por sus labios. — ¿Tienes una semana aquí y ya conseguiste una cita?, ¡Dios mío, mujer, debes decirme cómo hacerle! —se burla y yo me relajo un poco.
—En realidad es una cita de amigos —miento.
Una parte de mí grita que debo decirle con quién voy a salir, pero otra, más fuerte e insistente, me grita que mienta. Que sólo será una cita y que no volverá a repetirse, ¿qué caso tiene angustiarla?, no es como si estuviera iniciando una relación, ¿o sí?...
—De acuerdo, ¿a dónde irán?, ¿cómo se llama?, ¿lo conozco?, ¿está bueno? —Cleo se acomoda sobre la cama, mirándome con expectación.
Yo no puedo evitar soltar una risita nerviosa. —Iremos por comida mexicana. Y no, no lo conoces. Es alguien de mi semestre —miento.
— ¡Su nombre, Lucia!, ¡quiero su nombre! —chilla con emoción y yo cierro mis ojos.
—John. John Hudson —miento. John es, en realidad, uno de mis mejores amigos en Los Ángeles. Y es gay…
—No me suena —hace una mueca y yo hago un gesto desdeñoso con la mano, restándole importancia.
—Debo estar lista en una hora, me ducharé—digo, escabulléndome al baño.
Al salir del baño, escojo algo rápido: unos shorts, unas medias, mis viejas botas de combate y una blusa de botones a cuadros.
— ¡Eres todo un chico! —se burla Cleo al salir del baño. Lleva una toalla enredada en la cabeza y otra en el cuerpo.
Yo sonrío mientras me aplico un poco de corrector debajo de mis ojos y algo de labial rojo. Tomo una servilleta y quito el exceso de labial hasta que queda un tono suave y rojizo, casi natural. Maquillo mis pestañas y me pongo un poco de rubor rosado.
— ¿Sigo siendo un chico? —pregunto, sonriendo.
—Algo así —se burla y veo cómo se enfunda en un bonito vestido negro.
Aliso mi cabello lo mejor que puedo y tomo mi bolso junto con mis llaves y mi cartera. — ¡Me voy! —digo hacia Cleo, quien está maquillando sus ojos con sombra para párpados color negra.
— ¡Usa condón! —me grita cuando estoy cerrando la puerta y no puedo evitar echarme a reír.
Miro mi reloj. Son las ocho en punto. Bajo las escaleras rápidamente. Estoy nerviosa, ansiosa, y estoy casi segura de que Leonel no ha llegado y pienso que ésa será mi mejor escapatoria.
Me congelo al verlo. Está recargado sobre la puerta de su viejo Camaro, con los brazos cruzados sobre su pecho. Lleva unos vaqueros oscuros y una camisa de botones arremangada hasta sus codos y los dos botones superiores están abiertos. Su cabello luce tan alborotado como siempre y lleva unos cómodos tenis vans negros. Se ve tan guapo que mi nerviosismo aumenta.
Me alegro al instante por mi elección de ropa y miro mi reloj. —Ocho en punto.
—En realidad llegué a las siete cincuenta y dos —se encoge de hombros, pero noto la arrogancia en su gesto.
Una sonrisa incrédula se desliza por mis labios y mi corazón se salta un latido cuando lo veo rodear el auto y abrir la puerta del copiloto. Yo me quedo congelada en mi lugar, cruzada de brazos, mirándolo fijamente.
—Prometo que no muerdo —se burla reprimiendo una sonrisa. Me armo de valor y avanzo hasta el auto. Estoy a punto de entrar al auto cuando, de pronto, siento su aliento rozando mi oreja. Un escalofrío estalla en mi columna vertebral y entonces, susurra con la voz enronquecida—: A no ser que tú quieras.
Me vuelvo para mirarlo. Está muy cerca. Está tan cerca que puedo percibir la loción fresca de su cuerpo. Está tan cerca que puedo sentir el calor que emana su cuerpo y la calidez de su aliento golpeando mi mejilla. Él mira mis labios durante una fracción de segundo y luego fija su vista en mis ojos.
Noto cómo los suyos se Lucia oscurecido un tono. O quizás es la poca iluminación del edificio. No puedo evitarlo, miro sus labios.
Son mullidos, gruesos, rosados… Lo miro a los ojos y siseo—: No te atrevas a morderme. O a poner tus manos en mí. O a hacer cualquier cosa que requiera contacto físico entre tú y yo.
Una sonrisa radiante se apodera de sus labios. —Lo tendré en mente —me guiña un ojo y le sostengo la mirada.
Dudo en meterme al auto, pero él hace un gesto exasperado y me deslizo en el asiento.
Leonel cierra la puerta y lo veo recorrer la parte delantera del coche antes de introducir su cuerpo en el asiento del piloto.
El auto enciende con un rugido y yo salto en mi lugar cuando escucho el metal pesado proveniente del estéreo. Leonel baja el volumen y sonríe. —Lo lamento, debí bajar el volumen antes de apagar el auto.
Yo reprimo una sonrisa y él desliza el auto por la grava hasta que salimos a la carretera. Conduce durante varios minutos y yo jugueteo con la correa de mi bolso. —Entonces, un compañero del gimnasio me habló de este lugar de comida mexicana al que iremos. Nunca he probado otra cosa que no sean tacos, ¿verdad?, pero me ha dicho que la comida ahí es deliciosa.
Lo miro una fracción de segundo y sonrío. —No tienes idea de lo que te estás perdiendo si sólo has comido tacos. ¡La comida mexicana es deliciosa! —exclamo.
—No me lo tomes a mal, pero prefiero comer sushi todo el día a comer cualquier cosa mexicana que me pongas enfrente —dice encogiéndose de hombros.
—El sushi también es delicioso —concuerdo con él, y entonces, el silencio se apodera de nosotros.
Recuerdo aquel estúpido juego que solía jugar en secundaria cuando conocía a alguien nuevo. Era sencillo, sólo tenías que preguntar cosas que quisieras saber acerca de la otra persona y responder las preguntas que esa persona te hiciera. Si no querías responder algo, perdías y hacías cualquier cosa que la otra persona quisiera.
—Juguemos a algo —digo, intentando sonar despreocupada cuando en realidad estoy bastante nerviosa.
— ¿A qué? —noto cómo sus labios se curvan hacia arriba en una pequeña sonrisa.
—Pregunta y respuesta. Nos preguntamos cosas el uno del otro y, quien no quiera responder algo, hace cualquier cosa que el otro quiera —digo y mis palabras suenan estúpidas ahora que Lucia salido de mi boca.
—De acuerdo —asiente, sin despegar la vista del camino, pero noto un atisbo de sonrisa en sus labios—. Las damas primero.
— ¿Tu nombre completo?
— ¡Oh, Dios mío! —hace un gesto horrorizado.
— ¡Oh, vamos!, es la primer pregunta, debes responderla.
— ¿No te burlarás?
—Lo prometo.
—De acuerdo… —toma una inspiración profunda —, soy Leonel Wade Alvarez.
— ¿Wade?, ¿qué clase de nombre es Wade? —reprimo una sonrisa, pero noto la expresión exasperada de él. Me trago mi risa y me aclaro la garganta—, de acuerdo, tu turno.
—Primero dime tu nombre completo y luego te hago una pregunta —alza las cejas con superioridad.
—Lucia Lynn Hale —respondo con naturalidad.
—De acuerdo, es mi turno. ¿Cuántos años tienes?
—Dieciocho, ¿tú?
—Diecinueve.
—Mi turno —digo y lo pienso un poco—, ¿Qué es lo que haces en tu tiempo libre?
—No tengo tiempo libre —responde—. Saliendo de la escuela voy al gimnasio, después del gimnasio voy a casa a hacer tareas y por las noches voy a fiestas.
— ¿Vas al gimnasio?, ¿Por qué?, ¿Vas a fiestas todas las noches? —las preguntas burbujean en mi garganta sin que pueda detenerlas.
— ¡Es sólo una pregunta! —Exclama con una sonrisa, pero luego responde—: Voy al gimnasio porque entreno. Soy boxeador, el año pasado entré a la liga profesional en peso ligero y quedé en segundo lugar en el campeonato nacional. Y si, voy a fiestas casi todas las noches.
— ¡No puedo creerlo! —Exclamo con asombro—, ¡estoy en una cita con un campeón nacional de boxeo!
Él hace una mueca y me corrige—: En realidad no soy un campeón. Fui segundo.
— ¡Segundo nacional!, ¿tienes idea de cuántos matarían por lo que lograste?, debes ser impresionante —sonrío con entusiasmo.
Él está serio. No sonríe conmigo y me quedo callada. Estaciona el auto y me doy cuenta de que hemos llegado. Baja del auto y yo bajo después de él. Tiene la mandíbula apretada, y noto el coraje en su mirada.
Toma un par de inspiraciones profundas y yo espero, recargada en la puerta del copiloto, con la cabeza gacha.
Él se acerca a mí con expresión más serena y siento un dedo calloso en mi barbilla, haciéndome levantar la cabeza. —Es mi turno —dice y sonríe, pero la sonrisa no toca sus ojos. Yo no respondo. Me limito a observarlo fijamente.
— ¿Eres virgen? —noto la diversión bailando en sus ojos y quiero golpearlo. ¿Acaso sólo piensa en sexo?... Me obligo a sostenerle la mirada a pesar de sentirme completamente humillada.
No puedo evitar sentir el rubor agolpándose en mis mejillas, pero tomo acopio de toda mi dignidad, levanto la barbilla y contesto con un hilo de voz—: Sí.
La diversión desaparece de los ojos de Leonel y me mira una fracción de segundos antes de hablar una vez más—: ¿Por qué?
—Sólo es una pregunta —susurro con un hilo de voz.
Niega con la cabeza y se acerca un poco más. —Tú hiciste cuatro. Lo justo es que yo pueda hacer cuatro también.
Cierro mis ojos y trago saliva. —S-Soy virgen p-porque estoy esperando al indicado —susurro.
Una sonrisa burlona se desliza por sus labios. —Sea quien sea, te va a follar y va a disfrazarlo diciendo que te ama —su voz suena amarga y la ira hierve dentro de mi pecho.
— ¡No todos son como tú! —espeto.
De pronto, un puño vuela cerca de mi rostro y es estrellado justo a mi lado, sobre el metal de la parte alta de la puerta del auto, haciéndome chillar del horror. El cuerpo de Leonel acorrala el mío y lo único que puedo ver es ira en su mirada. Ira cruda, fría, aterradora…
Mi respiración se vuelve agitada. Mi corazón late a una velocidad impresionante, mis manos tiemblan, quiero gritar, quiero golpearlo y correr...
Lo único en que puedo pensar, es en aquellas tres palabras que me dijo Cleo al iniciar la semana:
Leonel es peligroso.