Los Que Imitan

Emily

Bajé del ático al amanecer, cuchillo en mano, cada músculo en tensión.

Esperaba encontrar algo —o alguien— dentro de la casa, pero solo hallé polvo y restos de vida olvidada. Una taza rota en el suelo. Un marco de foto volcado boca abajo. Pedazos de ropa deshilachada colgando de un perchero oxidado.

La luz matinal entraba por los agujeros del techo como haces delgados de oro pálido. Todo estaba en silencio, y ese silencio no era pacífico, sino expectante. Como si la casa esperara algo.

Mis pasos eran lentos, calculados.

Sentía que cada rincón podía ocultar un secreto o una amenaza.

Había huellas antiguas en el polvo, pero no frescas.

Pisar sobre ellas era como caminar sobre memorias ajenas.

La cocina estaba vacía, salvo por un cuaderno tirado en una esquina.

Lo recogí con cuidado, temiendo que se deshiciera entre mis dedos.

En su portada, con letras descoloridas, estaba escrito un nombre: Daniela.

Las letras estaban garabateadas como si hubieran sido escritas con prisa, con miedo.

Al abrirlo, descubrí páginas llenas de palabras apresuradas, como si la autora hubiera escrito huyendo de algo invisible.

Leí fragmentos dispersos.

Habla de su hermano, de un refugio perdido, de traiciones entre los sobrevivientes.

Describe cómo algunos de los suyos comenzaron a cambiar, a moverse y hablar de formas que no reconocía.

"Mimetismo perfecto", escribió una y otra vez, como un mantra desesperado.

No decía dónde estaba ahora.

Solo que huía hacia las montañas, buscando un lugar seguro.

Sentí un estremecimiento al leer esas palabras.

Como si, de alguna manera, nuestros caminos se estuvieran entrelazando, aunque nunca nos conociéramos.

Había algo en su forma de escribir que me recordaba a Joel.

La manera en que mezclaba desesperanza y determinación.

Cómo cada palabra era un acto de resistencia.

Daniela, quienquiera que fueras, me diste más fuerza de la que imaginas.

Antes de irme, dejé un mensaje en una hoja vacía del cuaderno:

"Emily. Humana. Estoy yendo al este, hacia la voz de la radio. Si lees esto, busca la guitarra."

Quizá algún día Daniela encuentre mis palabras. Quizá no.

Pero quería dejar una señal.

Una prueba de que no todos nos hemos rendido.

Pensé mucho en cómo firmarlo.

"Emily" parecía poco. Pero agregar más...

No quise escribir quién era Joel. Ni hablar de Madison, ni de Ethan.

No todavía.

Porque quizás algún día, si alguien encuentra este diario también, esas historias se conectarán por sí mismas.

Como ramas de un mismo árbol roto, creciendo en direcciones contrarias pero unidas por una misma raíz.

Revisé el resto de la casa en busca de provisiones, pero no había nada útil.

Solo recuerdos convertidos en polvo.

Una muñeca sin ojos bajo una mesa caída.

Un armario vacío que todavía olía a humedad y perfume.

Un espejo roto en el baño que, por un segundo, me devolvió una imagen que no reconocí.

Me vi más delgada, más dura.

Los ojos más oscuros.

Me vi como alguien que ya no podía recordar la última vez que durmió sin miedo.

En una estantería del pasillo encontré una caja metálica con documentos viejos.

Cartas, boletas, recetas médicas.

Papeles que antes significaban algo y que ahora solo eran recuerdos en descomposición.

Tomé uno al azar.

Una tarjeta de cumpleaños con letras infantiles y la frase:

"A mi hermanita Daniela. Nunca te dejaré sola."

No la guardé, pero me costó dejarla allí.

Salí cuando el sol ya trepaba alto en el cielo, dispuesta a seguir avanzando, aunque cada paso se sintiera más pesado que el anterior.

El calor comenzaba a apretar y el aire tenía ese olor a tierra seca que antecede a las tormentas.

Caminé por una carretera estrecha, bordeada de árboles que se cerraban sobre mí como un túnel natural.

En el silencio de esa marcha lenta, las palabras de Daniela me seguían resonando.

Mimetismo perfecto.

¿Qué tan perfecto puede volverse alguien que imita?

¿Podría engañar incluso a quienes lo aman?

¿Y si ya lo han hecho?

Recordé al grupo que vi hace dos días.

Marchando como autómatas, con ojos vacíos y pasos idénticos.

Pensé en el niño que llevaba la radio, en su rostro sin expresión.

Y por primera vez me pregunté:

¿y si ya no son ellos?

¿Y si alguien más está usando sus cuerpos?

El viento soplaba con más fuerza.

Una ráfaga levantó polvo del camino, obligándome a cubrirme la cara con el brazo.

Cuando pasó, vi una bandada de pájaros alzar vuelo desde un árbol cercano.

Algo los había asustado.

Me detuve, agachada entre los arbustos, esperando.

Pero no oí pasos.

Ni voces.

Ni nada.

Solo el sonido distante del viento jugando entre las ramas.

Avancé con más cautela.

Cada crujido bajo mis botas me parecía un grito.

Cada sombra, un posible enemigo.

Mi respiración era el único sonido constante.

Ya entrada la tarde, me detuve junto a un arroyo para beber.

El agua estaba fría, limpia.

Me lavé el rostro, dejando que el frío se llevara algo del miedo.

En ese momento, me aferré a la idea de que si Daniela escribió, si yo escribo, si alguien más lo hace, quizá podamos unir nuestras voces.

Que aunque nunca nos veamos, nuestras palabras puedan encontrarse y sostenerse unas a otras.

Esta noche dormiré bajo un árbol cercano, envuelta en la manta, con la guitarra a mi lado y la radio cerca.

No espero sueños.

Solo deseo silencio.

Uno que no sea amenazante.

Uno que me deje, aunque sea por unas horas, descansar sin miedo.