Issabelle Mancini, heredera de una poderosa familia italiana, muere sola y traicionada por el hombre que amó. Pero el destino le da una segunda oportunidad: despierta en el pasado, justo después de su boda. Esta vez, no será la esposa sumisa y olvidada. Convertida en una estratega implacable, Issabelle se propone cambiar su historia, construir su propio imperio y vengar cada lágrima derramada. Sin embargo, mientras conquista el mundo que antes la aplastó, descubrirá que su mayor batalla no será contra su esposo… sino contra la mujer que una vez fue.
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CAPÍTULO 13. Recuerdos borrosos.
Capítulo 13
Recuerdos borrosos.
Minutos antes de que Issabelle saliera del bar acompañada por Giordanno, el jefe de seguridad de Enzo irrumpió en su oficina, con el ceño fruncido y el celular aún en la mano.
—Señor Milani… su esposa… está en el "Luxor Imperium Club" —Hizo una pausa incómoda—. En la zona VIP. Rodeada de modelos, bailarines y… mucho alcohol.
Enzo se quedó en silencio un par de segundos. Atónito. Su mandíbula se tensó de inmediato. No era la primera vez que Issabelle desafiaba su autoridad, pero que se exponga de esa forma… y en compañía de otros hombres. Fue realmente un insulto a su ego.
Sin esperar más, Enzo tiró la puerta de su Audi descapotable y arrancó a toda velocidad hacia el bar. Sus nudillos se pusieron blancos alrededor del volante, pero no podía parar. Hasta que la vio... conseguirla en brazos de Lombardi había sido la gota que derramó el vaso.
Llevaba días sospechando que entre Issabelle y Giordanno había algo más que encuentros casuales de negocios. Pero ahora, viendo como él la llevaba en sus brazos… le hacía confirmarlo por sí mismo.
Tiró la puerta de su vehículo y se dirigió a su dirección.
—Déjala —le ordenó Enzo a Giordanno, su voz déspota y cortante.
Giordanno se giró con calma, como si ya lo estuviera esperando.
—La llevaré a casa —respondió, con esa serenidad irritante que lo caracterizaba—. ¿Por qué debería dejarla aquí?
Gabrielle, el asistente de Lombardi, observaba la escena recostado del vehículo. Enarcando una ceja y con las manos en los bolsillos de su pantalón oscuro.
«"¡Vaya, esto sí que es ser un amante! Y yo que creía que mi jefe era puro hielo…», pensó, disimulando una carcajada.
—¡Porque es mi esposa! —vociferó Enzo, estallando en celos y sin pensarlo dos veces, empujó a Giordanno con fuerza y tiró del brazo de Issabelle, intentando sacarla de allí a la fuerza.
Issabelle trató de zafarse. Enzo la observó. Su maquillaje un poco corrido, los ojos brillantes por el alcohol y la rabia.
Una ligera sonrisa se dibujó en la comisura de los labios de Giordanno, disfrutando del caos con la misma elegancia con la que saborearía un buen vino.
Miró a Enzo por encima del hombro antes de responder.
—¡Jaah, su esposo!. Un esposo al que ella no quiere, y un matrimonio que ha sido arreglado.
Gabrielle comenzaba a disfrutar de todo eso. Nunca imaginó ver a su jefe envuelto en una contienda por una mujer.
«"Woow, esto es otro nivel... Amigo, si eres el amante, que nadie se entere de que lo eres. Pero rebajarte a discutirlo con el esposo... eso es algo que no me lo esperaba de mi jefe"». Comentó Gabrielle, con burla, en un murmullo audible solo para él.
—Lo que pase entre mi mujer y yo, no es problema de terceros.
Replicó Enzo, apretando a Issabelle contra su pecho.
El alcohol ya comenzaba a hacer estragos en la cabeza de Issabelle, quien se soltó abruptamente del agarre de Enzo.
—¡No me toque! —gritó, apartándose de él como si su tacto le quemara—. ¡Vaya y quédese con su aprendiz! Le pedí el divorcio, señor Milani, acéptelo de una vez.
Una ligera sonrisa se curvó en la comisura del labio de Giordanno, que, al ver a Issabelle dando un traspié, volvió a tomarla en sus brazos.
—¿Lo ves? No tienes que creerme a mí, Milani. Lo has escuchado de su propia boca. No es contigo con quien quiere estar.
Gabrielle casi escupe su trago, de la risa contenida.
—Jefe, si eres el amante, ¡disimula! No des el show completo… aunque, admito, este circo me está gustando.
Giordanno miró fijamente a Enzo por unos segundos antes de dirigirse nuevamente a Issabelle.
—Vamos —susurró con una voz inusualmente tierna—, hace frío aquí. No quiero que vayas a resfriarte. ¡Te llevaré a casa!
Colocó su gabardina sobre los hombros de Issabelle mientras la ayudaba a subir a su vehículo.
—¡El mundo está de cabezas! Ya se han perdido los valores —comentó Gabrielle en tono burlón—. Giordanno Lombardi siendo el amante... Jefe, ¿Aún puedes ser más arrogante?
—Lo escuchaste tu mismo. ¡Ella le pidió el divorcio! Quien está sobrando es otro.
Giordanno le dedicó una mirada asesina a Enzo antes de tomar el volante.
Enzo se quedó inmóvil, clavado al suelo como una estatua de mármol. El ceño fruncido, los ojos encendidos.
No pudo evitar murmurar para sí mismo:
—Ahora todo tiene sentido… Me pidió el divorcio porque ya estaba con él. Desde hace mucho. Desde antes de que yo siquiera me diera cuenta.
Y ese pensamiento lo atravesó como un puñal.
—Lección del día, señor Milani. No descuides a una joya… o alguien más vendrá a pulirla por ti —comentó Gabrielle mientras se subía al vehículo. Con un dejo de humor negro en el tono de su voz.
El motor del Maserati de Giordanno rugió mientras dejaba atrás el caos del bar.
En el asiento trasero, Issabelle descansaba con la cabeza apoyada en el hombro de Sofía, ambas rendidas por el alcohol y el agotamiento. Él las observó a través del espejo retrovisor, su mirada se suavizó por un instante al ver a Issabelle tan vulnerable, como un cristal a punto de romperse.
Al llegar a su mansión, ordenó que no las molestaran. Él, junto a Gabrielle, las llevaron en sus brazos hasta la habitación sin decir una palabra más.
La habitación era amplia, lujosa, con cortinas de lino blanco que dejaban pasar la luz matutina de forma tenue. Faltando poco para las nueve, el sol acarició el rostro de Issabelle.
Se removió con pereza entre las sábanas de seda, confundida, con el maquillaje deshecho y la cabeza palpitando como un tambor lejano.
—¿Dónde…? —murmuró, sin reconocer el espacio ni el aroma de sándalo del lugar—. ¿Dónde estamos?
A su lado, Sofía seguía dormida, con una pierna colgando fuera de la cama. El vestido corto de anoche todavía en su cuerpo, una zapatilla perdida bajo la cómoda.
Issabelle se sentó lentamente, sujetándose la cabeza. Los recuerdos llegaban en ráfagas borrosas: las copas, la risa estridente, el rostro de Enzo distorsionado por la rabia… y luego, el rostro de Giordanno tan cerca del de ella.
Su perfume. Su voz... Su posesividad jodidamente tentadora.
De pronto, el tic tac del reloj de pared la obligó a recordar algo muy importante. "La cita médica con el doctor Moretti"
—Joder... ¡Moretti va a matarme!
Se levantó tambaleante y se acercó a la ventana. Abajo, el jardín privado de la mansión brillaba con el rocío de la mañana.
Estaba en casa de Lombardi. Y no recordaba cómo había llegado.
Una punzada de ansiedad le recorrió el pecho. Pero antes de poder seguir atando cabos, una voz profunda y masculina se escuchó tras la puerta entreabierta:
—Buenos días, señorita Mancini. Espero que haya dormido bien. Tenemos que hablar… a solas.