LA VETERANA: ¡NO ERES MI TIPO! ALÉJATE
María Teresa Andrade, dueña de una pequeña tienda de esencias naturales y exóticas para postres, lleva una vida tranquila tras diez años de viudez. A sus 45 años, parece que el amor es un capítulo cerrado...
Hasta que Marcello Dosantos, un carismático repostero diez años menor, entra en su vida. Él es todo lo que ella intenta evitar: extrovertido, apasionado, arrogante y obstinado. Lo opuesto a lo que considera "su tipo".
Es un juego de gato y ratón.
¿Logrará Marcello abrirse paso hasta su corazón?
María Teresa deberá enfrentar sus propios miedos y prejuicios. ¿Será capaz de rendirse a la tentación de unos labios más jóvenes?
¿Dejará de ser "LA VETERANA" para entregarse al amor sin reservas? O, como insiste en repetir: “¡No eres mi tipo! ALÉJATE”
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3. ¡No es horrible! Es súper cómodo.
—Quedaste hermosa, solo falta cambiar esos trapos —dice de la manera más despectiva, como si estuviera vestida como una pordiosera.
—Mi ropa no será de la última colección de moda de París, pero es de marquita —giro mi suéter para mostrarle la etiqueta.
—¿Hace cuánto compraste esa reliquia? —pregunta, alzando una ceja con burla.
Me detengo a pensar, contando con los dedos. El año pasado no fue, porque Charill se graduó de la universidad, y le regalé el viaje por Europa que tanto deseaba, así que pospuse renovar mi guardarropa. El año anterior tampoco, porque Rodrigo empezó su negocio y me pidió apoyo económico. Hace tres años... mamá tuvo un implante de cadera. Definitivamente, tampoco fue ese año.
—Deja de hacer cuentas inútiles con tus dedos, que esa ropa que llevas fue de la colección de hace milenio —me recrimina Marla, hablándome con su vocesota que me deja aturdida.
—Pues yo vivo en el mundo real, donde hay hijos, deudas y gastos mensuales que cubrir —respondo molesta—. No todos podemos darnos la gran vida como tú.
—¿Y quién te dijo que yo no vivo en el mundo real? Lo que pasa es que yo evolucioné con él, ¡querida prima! Además de ser madre, también soy mujer, con necesidades. Siempre he sido consciente de que mis hijos son un préstamo y que, algún día, se irán para hacer su propia vida.
—No creas que no lo sé —reconozco, dejando escapar un profundo suspiro—. Eso fue lo que pasó con Adrián y Charril —digo sintiendo un vacío en mi pecho.
—No quiero discutir por bobadas. Hoy es un día para pasarla sabroso —dice Marla, acercándose para abrazarme. Me conoce tan bien que sabe perfectamente que estoy frustrada.
—Gracias por estar aquí… De verdad te lo agradezco —expreso con melancolía.
—¡Ay, no! No te me pongas sentimental, con carita de perro apaleado. Mejor vamos al restaurante de la esquina a almorzar. Y verás que te cambia esa expresión, lo que pasa es que ya tienes hambre.
Sonrío. Cómo extrañaba a mi loca prima.
—Debemos movernos, este clima está espantoso. Terminaron los vientos de agosto y comenzó esta época caótica en la que hace frío, calor y, de un momento a otro llueve. Por suerte, siempre estoy preparada —digo sacando mi chal del bolso con orgullo para ponermelo.
—No me digas que te vas a colocar esa cosa horrible de la abuela —dice, quitándomelo de las manos.
—No es horrible, es súper cómodo —replico, pero su mirada matadora me obliga a guardarlo de nuevo en el fondo de mi bolso.
Al salir del spa, Luis ya nos está esperando.
—Pero si el restaurante está a dos cuadras, ¿podemos ir caminando? —sugiero inocentemente.
—¿Y cómo crees que nos van a tratar al vernos llegar caminando y con esas fachas tuyas? Seguro nos mandan a la puerta trasera, pensando que vamos por las sobras —dice, girando los ojos mientras subimos al coche.
Quisiera refutarla, pero es cierto. Estamos en la zona más exclusiva de la ciudad, donde solo viven los que realmente tienen dinero.
Las calles están rodeadas de grandes edificios con terrazas y ventanales enormes. Los centros comerciales más exclusivos de la ciudad están a unas cuantas cuadras.
En esta manzana de la zona Rosa se concentra la crema y nata de la sociedad. Es el lugar al que se viene si se quiere ser parte de la alta sociedad. Aquí es normal cruzarse con actores famosos, políticos, ministros y poderosos magnates.
Mi pequeño local, de apenas 4 x 4 metros, está a cinco cuadras de aquí.
El precio del canon de arrendamiento que pago es muy bajo en comparación con su valor real. Lo conseguí durante la pandemia del COVID-19. Doña Bertha y don Manuel, los dueños, siempre me dicen que están agradecidos conmigo; aseguran que mis esencias los ayudaron a superar el virus, y en gratitud, me dejaron el local a ese precio tan bajo.
He ido conquistando mi mercado poco a poco, pero no lo suficiente. Si en los próximos meses no logro cerrar un contrato importante, me veré en la penosa necesidad de cerrar el negocio. Los gastos ya están superando las ventas.
—Bella durmiente, llegamos. Toma, ponte mi abrigo, porque aquí no basta con ser; también hay que aparentar ser parte de ellos.
Las palabras de Marla me hacen reflexionar. ¿Será esa la razón por la que mis productos no han tenido la acogida que merecen? Cuentan con todos los registros sanitarios, alimenticios y de exportación, y realmente son de alta calidad. Tendré que pedirle a ella que les eche un vistazo para que me dé unas sugerencias de empaques.
Bajamos del coche, y agradezco que me haya prestado su abrigo. Los vientos todavía soplan fuertemente, a pesar de que agosto quedó atrás, aún golpean con fuerza.
El mozo, al notar la llegada del automóvil y la ligera llovizna, se apresura con un paraguas para protegernos de ella.
—Bienvenidas, señoras. ¿Tienen reservación? —pregunta con aparente cortesía, aunque no puede evitar escanearme de pies a cabeza, como si tuviera micos en la cara. "Otro que critica mi ropa". Todo esto mientras nos acompaña hacia la puerta principal.
—Por supuesto, está a nombre de Marla Andrade de Báez.
—Adelante, por favor.
Nos abre la puerta de vidrio, y un mesero muy atento nos guía hasta nuestra mesa. El lugar es deslumbrante. Grandes lámparas cuelgan del techo, los pisos de mármol brillan impecablemente, y las mesas están dispuestas con una elegancia acogedora. Todo aquí grita riqueza y lujo, justificando que un almuerzo pueda costar entre 400 y 500 dólares.
Estoy absorta, pensando en cómo podría ofrecerle al repostero del lugar mis productos, cuando una voz me saca de mis pensamientos.
—¿No que tenías hambre? —pregunta Marla al ver mi plato intacto, y mirándome fijamente como si quisiera leer mis pensamientos. Así que hablo sobre la comida.
—Sí, pero creo que me puede dar una indigestión solo con pensar en el precio de este platillo —respondo, mirando la exquisita langosta frente a mí.
—Si no comes, lo que te va a dar es una gastritis.
—Dime, ¿cuándo te ganaste el Baloto y no me lo contaste?
—Ese es un tema del que hablaremos luego. Por ahora, disfruta de la cortesía de mi adorado marido.
—¿Por qué tanto misterio? —insisto, solo para recibir una mirada amenazante. Suspiro y, en un gesto exagerado, paso mi mano por la boca como si cerrara una cremallera.
Seguimos comiendo y disfrutando una botella de vino mientras hablamos de lo delicioso que está el menú. Marla, por su parte, no deja de mirar a los meseros con un aire que parece más de cazadora que de comensal.
—Listo, vámonos. Ya se nos hizo tarde y aún tenemos que ir de compras —dice de repente.
Nos levantamos y salimos del restaurante. Luis ya está esperándonos afuera. Nos toma 30 minutos recorrer tres cuadras debido al caos del tráfico.
Finalmente, llegamos al centro comercial más grande y prestigioso del sector, donde solo encuentras prendas exclusivas y de diseñador. No sé si Marla se ganó el Baloto o asaltó un banco.
Caminamos entre las tiendas, mirando los escaparates llenos de ropa increíblemente sofisticada. Comparo sus prendas con las mías y siento que llevo harapos, así que, por instinto, comienzo a cerrar el abrigo que Marla me prestó.
Entramos a una de las tiendas más exclusivas. Desde la puerta, todo grita lujo y dólares. Me da miedo tocar algo. Mientras Marla revisa una blusa, mi vista se detiene en la etiqueta del precio. 5,000 dólares. Casi me desmayo.
—Creo que deberíamos irnos. No puedo permitir que gastes tanto —digo, girando sobre mis talones e intentando salir, pero sus palabras me detienen en seco.
—Eso significaría que tienes un millón de dólares para regalar.
Me quedo paralizada, sintiendo cómo mis pasos se congelan en el aire. Me giro lentamente hacia ella, forzando una sonrisa y tomando unas cuantas prendas.
—¿Tú?...
*** Hola, Bellas mujeres dejen sus comentarios, las leo. Nos vemos si Dios no la presta mañana a la misma hora.