En el corazón del Bosque de Dragonwolf, donde dos clanes milenarios han pactado la paz a través del matrimonio, nace una historia que nadie esperaba.
Draco, el orgulloso y temido hijo del clan dragón, debe casarse con la misteriosa heredera Omega del clan lobo y tener un heredero. Louve, un joven de mirada salvaje, orejas puntiagudas y una cola tan inquieta como su espíritu, también huye del destino que le han impuesto.
Sin saber quiénes son realmente, se encuentran por casualidad en una cascada escondida... y lo que debería ser solo un escape se convierte en una conexión inesperada. Draco se siente atraído por ese chico libre, borrachito de licor y risueño, sin imaginar que es su futuro esposo.
¿Podrá el amor florecer entre dos enemigos destinados a casarse sin saber que ya se han encontrado... y que el mayor secreto aún está por revelarse?
Una historia de miradas tímidas, corazones confundidos y un embarazo no deseado.
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Veneno.
Lysandra cruza los brazos.
—Te daré lo que pides, pero recuerda algo, Draco... si ese "caballo" resulta ser una "esposa" y está cargando vida dentro de sí... — ella hizo una pausa peligrosa—... ni todos los infiernos del mundo te salvarán de lo que viene después.
Draco traga saliva.
Mierda... ¿Y si ya es tarde?
Draco pasa todo el día lejos, lejos de la cueva, lejos de Louve… lejos de esa mirada transparente que lo confundía más de lo que quería admitir.
En sus manos, el pequeño pote con el líquido que su madre le había dado pesaba más que cualquier espada.
—"Una sola gota llega a la sangre y evitarás un embarazo no deseado si es ingerido y absorbido en una semana abortará"— le había dicho su madre con sospecha en los ojos —"Pero cuidado, Draco… si usas esto con tu esposa, más te vale que no me entere que es por órdenes de tu padre."
Draco bufa, fastidiado, caminando en círculos por el bosque cercano.
—Maldito viejo… ¿qué se cree? ¿Que puedo eliminarlo así de fácil después de haber… después de haberlo tenido bajo mí tres días? —se pasa la mano por el rostro sudado— Mierda… esto se me fue de las manos…mejor que no tengamos un bebé ahora. Debo pensar que voy a hacer con papá. Además, tal vez Louve no quiere tener hijos ahora y menos míos. Se nota sumiso pero debe estar muy molesto de descubrir que soy su esposo. Un bebé ahora será un problema, mejor postergarlo. Ya más adelante...por los dioses, esto no está bien. Solo es mi egoísmo. ¿Debería preguntar a Louve que piensa de esto? No, no ,no si le digo sobre esto de seguro que me lincha.
Mientras tanto, en la cueva, Louve está en plena guerra mental.
Recostado sobre las suaves mantas, tocaba su propio vientre con sus dedos largos y finos, sonrojado hasta las orejas.
—¿Cómo es posible… que ese… monstruo… que ese dragón… que ese grandísimo idiota… sea mi esposo? —susurraba—. Tan grande… tan… tan descomunal… —se mordió los labios recordando la sensación de estar lleno, demasiado lleno— ¿Cómo es que… cabía todo eso… dentro de mí?
Se removió incómodo.
—Y lo peor… —se tapa el rostro con ambas manos— es que no me siento tan mal físicamente… No estoy roto… No estoy destruido… —abre un ojo, nervioso— ¿Me acostumbré…? ¿En serio me acostumbré a ese tamaño?
Su rostro se puso rojo de vergüenza.
—¡Soy un idiota! —grita solo, revolcándose en la cama como un cachorro molesto— ¡Y él es un salvaje! Un bruto… ¡Un desalmado! No me dijo cómo se llamaba y yo caí redondo.
Pero no podía dejar de pensar en sus manos grandes sujetándolo, en su calor abrazador, en su cuerpo marcado… y sobre todo en esos ojos azules que lo miraban como si fuera suyo. Pudo sentir el miembro de su esposo reflejado en su estómago, destruyendo sus entrañas, eclipsándolo, tomándolo a su antojo y haciéndolo llorar por el enorme placer.
Y mientras Louve lucha con sus propios pensamientos y emociones, no nota la silueta imponente que había vuelto y lo observaba desde la entrada de la cueva.
Draco lo mira fijamente, con el pote aún en su bolsillo escondido.
Pensando.
Debatiéndose.
"¿Le doy esto y lo libero de un posible embarazo… o simplemente… dejo que el destino haga lo que quiera? No, mi padre no va a permitirlo"
Porque lo peor… lo verdaderamente peor… era que por primera vez en su vida… No estaba seguro de querer alejarse de ese lobo.
—Ya llegué.
Louve se incorpora más rápido que una liebre.
—Bienvenido.
—Ven aquí —le pide Draco y él obedece.
Draco deja a Louve sobre una de las sillas de la cocina. El ambiente seguía tenso, denso… cargado de algo más que simple incomodidad. Louve lo mira fijo, serio, con esos ojos de dragón que parecían atravesarlo.
—Draco... —dijo finalmente Louve, en voz baja pero firme—. Necesitamos hablar. Perdón por gritarte hace rato y hacer que te vayas. Seré cuidadoso.
El dragón apretó la mandíbula. No quería hablar. Hablar era enfrentar lo que había pasado en esa cueva durante tres días salvajes, sin control, sin razón. Hablar significaba aceptar que no lo había matado… sino que lo había marcado, lo había poseído y lo peor… lo había disfrutado.
—No hay nada que hablar —gruñe Draco, dándole la espalda mientras sacaba un pequeño pote con líquido traslúcido, casi inodoro, que llevaba cargando todo el día en su bolsillo.
Un brebaje de antiguas hierbas dragonianas. Antiguo… peligroso… efectivo.
Un veneno para sueños de paternidad.
Su madre se lo había advertido: "Draco... eso no es para un caballo. Que no me entere que lo usas en tu pareja."
Pero Draco estaba desesperado.
Toma un vaso, vierte jugo de frutas y, sutilmente, deja caer unas gotas del líquido envenenado. Lo remueve como si nada, girándose con toda su fachada de frialdad y autoridad.
—Toma —le ofrece a Louve, serio—. Te hará bien después de todo lo que... ocurrió. De seguro no has comido nada por estar preocupado.
Louve lo mira... lento... desconfiado. Sus finos sentidos de lobo captaron algo. Olfateó de manera casi imperceptible. Ese aroma… eso no era solo frutas. Eso tenía algo más. Algo que no debería estar ahí.
Pero sonrió... con la más dulce, engañosa y perfecta sonrisa que jamás había mostrado.
—Gracias... esposo —dijo fingiendo inocencia.
Draco se relaja un poco, viéndolo beber... o eso creyó.
En un descuido, mientras Draco se daba la vuelta, Louve vació el contenido en una planta cercana. Las hojas chisporrotearon apenas un segundo. Una señal clara: eso era veneno.
"¿Me quiere esterilizar?"— piensa Louve, con rencor. Pues veremos quién gana este juego, maldito dragón.
Durante un mes entero, Draco repitió su rutina, confiado. Le daba jugo, sopas, brebajes… todos preparados con la misma poción. Y Louve, paciente, astuto como el lobo que era, siempre encontraba la forma de deshacerse de ellos sin levantar sospechas.
Hasta que llegó el siguiente mes...
El cuerpo de Louve comenzó a calentarse... pero no era fiebre. No era malestar.
Era su celo.
Y no cualquier celo... era uno feroz, descarado, descaradamente sensual.
Louve comenzó a pasearse por la cueva apenas vestido, a veces completamente desnudo, con gotas de sudor resbalando por su piel perfumada de feromonas dulces y salvajes.
Draco sentía que el diablo lo estaba tentando en su propia casa.
El lobo se acercaba a él, gimiendo bajito, tocándose el cuello, las caderas, dejando su aroma por todas partes.
—Me duele... —susurra Louve con sus labios rojos y entreabiertos—. Mi cuerpo... duele, Draco... necesito... que alguien me sostenga.
El dragón apretaba los dientes con furia, mientras permanecía frente a una mesa con un mapa abierto, mientras trabaja.
Esto era una trampa… pero maldita trampa deliciosa.
Trata de salir, huir, despejarse.
Error.
Louve lo acorraló contra una pared, jadeando, casi llorando de necesidad. Toma su mano y la coloca justo en su trasero húmedo del deseo.
—No te vayas... no me dejes solo... me siento tan... vacío —susurra contra su cuello, dejando marcas suaves de sus colmillos—. Solo tú puedes llenarme, Draco…
Y el dragón cayó.
q esperabas