Jazmín Gómez, una joven humilde y trabajadora, jamás imaginó que su vida cambiaría al convertirse en la secretaria de Esteban Rodríguez, un CEO poderoso, reservado y con un corazón más noble de lo que aparenta. En medio de intrigas laborales, prejuicios sociales y secretos del pasado, nace entre ellos un amor tan inesperado como profundo. En una Buenos Aires contemporánea, ambos descubrirán que las diferencias no separan cuando el amor es verdadero.
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CAPÍTULO 17
La madrugada se había instalado con un silencio denso, de esos que no pesan, pero se sienten. Jazmín se despertó desorientada, estirando la mano hacia el otro lado de la cama, y lo sintió vacío. Se incorporó despacio, con el corazón latiendo acelerado, hasta que una suave luz desde la cocina le aclaró la escena.
Esteban estaba ahí, sentado a la mesa, con una taza entre las manos y la mirada perdida en el ventanal. El vapor del té dibujaba espirales lentas que se disolvían en el aire quieto. No parecía triste. Solo absorto. Jazmín se acercó sin hablar. Se sentó frente a él. Lo miró.
—¿No podés dormir? —susurró.
Esteban negó con un leve gesto. Se quedó en silencio unos segundos antes de hablar.
—Estaba pensando en mi viejo. En cómo cuidó a mi mamá hasta el último día. Siempre me decía que el amor no era solo besar o reírse juntos. Que también era limpiar vómitos, aguantar silencios, perdonar errores.
Jazmín lo escuchó sin interrumpir.
—A veces siento que no estoy a la altura de lo que quiero darte —continuó—. Que esta versión de mí no es la que merecés.
Ella apoyó su mano sobre la suya, cálida y firme.
—No quiero una versión perfecta de vos. Quiero la real. Con tus noches de insomnio, tus dudas, tus momentos de silencio. Porque si no te elijo también en lo difícil, entonces no te estoy eligiendo de verdad.
Esteban levantó la mirada. Sus ojos estaban húmedos.
—Gracias por quedarte.
—Gracias por dejarme hacerlo.
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Los días siguientes fueron diferentes. No más fáciles, pero sí más conscientes. Esteban comenzó a organizar su agenda para llegar antes a casa, y aunque los problemas no desaparecieron, comenzaron a tratarlos como un equipo.
Una tarde, Jazmín regresó del supermercado y lo encontró en el living, acomodando papeles sobre la mesa.
—Estoy organizando las tareas de la casa —dijo él, levantando la vista—. Vamos a necesitar una rutina cuando mamá esté acá. No quiero que sientas que todo recae sobre vos.
—¿Y pensás que soy de las que cocinan con delantal y hacen tortas todos los domingos?
—No. Pero sos de las que se involucran. Y eso vale más.
Jazmín rió mientras dejaba las bolsas sobre la mesa.
—Me gusta cocinar contigo. Aunque hagamos lío.
—Entonces hagamos lío juntos.
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La llegada de la madre de Esteban, Elena, fue tan delicada como esperaban. Se instaló en una habitación adaptada especialmente para ella, en la planta baja, con todo el equipo necesario para su rehabilitación.
La primera semana fue intensa. Entre enfermeros, controles médicos y nuevos ritmos, la dinámica de la casa cambió por completo. Jazmín hacía lo posible por ser amable, pero también le costaba encontrar su lugar.
Una noche, mientras acomodaba unos libros en la biblioteca, Elena la llamó desde su habitación.
—¿Puedo pedirte algo, Jazmín?
—Claro, decime.
—No me trates como una visita. Esta es mi casa también, al menos por ahora. No necesitás estar pendiente de mí todo el tiempo.
Jazmín sonrió, sorprendida.
—Solo quiero que estés cómoda.
—Y lo estoy. Sos buena, se nota. Esteban eligió bien. Quiero disculparme por haberte juzgado antes sin conocerte,espero que me aceptes.
Esa frase, tan simple, la dejó sin palabras. Había esperado rechazo. Había temido desconfianza. Pero en cambio, encontró una mirada cálida y sincera. La de una madre que, pese a todo, veía en ella un hogar para su hijo.
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Los días se convirtieron en semanas. Y en medio de la nueva rutina, Jazmín y Esteban comenzaron a descubrir otros rincones del amor. Ya no todo era pasión y adrenalina. Ahora también eran silencios compartidos, risas pequeñas, desayunos lentos.
Una noche, mientras preparaban pasta juntos, Esteban se detuvo a mirarla.
—¿Qué?
—Nada. Es que… te veo ahí, con harina en la cara y el pelo suelto, y no entiendo cómo fui tan afortunado.
—¿Porque sé hacer ñoquis?
—Porque sabés quedarte.
Jazmín dejó el cuchillo y se acercó. Lo besó despacio.
—No me gusta huir de lo que vale la pena.
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Un sábado a la tarde, salieron a caminar por los Bosques de Palermo. Llevaban meses sin hacerlo. El sol otoñal teñía las hojas de dorado, y el aire fresco les despejaba la mente.
—¿Sabés qué extraño? —dijo ella.
—¿Qué?
—Los domingos de barrio. Ir a la feria, tomar mate en la plaza, escuchar a los músicos callejeros.
Esteban sonrió.
—¿Y quién dice que no podamos hacerlo?
—¿No te importa que te reconozcan?
—Me importa más vivir con vos cosas simples, que esconderme detrás de una imagen. Si alguien me reconoce, bienvenido sea. Que sepan que estoy con la mujer que amo.
Esa declaración, en voz baja y sin adornos, le llenó el pecho de ternura.
—Me hacés sentir en casa, Esteban.
—Eso sos. Mi casa.
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Esa noche, cuando llegaron, Elena dormía. Todo estaba en calma. Jazmín se metió en la ducha y Esteban la esperó en la habitación, recostado con un libro.
Cuando ella salió, con el cabello húmedo y una bata blanca, él la miró con una mezcla de deseo y admiración.
—No te lo digo seguido, pero estás más hermosa cada día.
—Tampoco hace falta que me lo digas siempre. Me alcanza con cómo me mirás.
Él dejó el libro a un lado y la atrajo hacia la cama.
—Te miro así porque no puedo creer que seas real.
Se amaron despacio. Como si cada caricia fuera una promesa nueva. Como si el mundo entero se detuviera en esa habitación.
Y cuando se quedaron dormidos, abrazados, no sabían que esa noche quedaría en su memoria como una de las más plenas. No por lo extraordinario, sino por la paz compartida.
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A la mañana siguiente, Elena los esperó en el desayuno con una sorpresa.
—Hablé con mi fisioterapeuta. Me dio el alta para caminar sola por tramos cortos. Quiero que se tomen un día para ustedes. Vayan a pasear, al cine, lo que quieran. Yo me arreglo.
Jazmín se acercó, con una sonrisa.
—¿Estás segura?
—Sí. Y si algo pasa, están los botones de emergencia. No voy a caerme por querer que ustedes se rían un poco.
Esteban le tomó la mano a su madre, con emoción.
—Gracias, má.
Y así fue como ese domingo, salieron sin planes, sin agenda, sin presiones. Solo ellos dos, en la ciudad, como cualquier pareja enamorada.
Comieron choripán en Costanera. Compraron un libro usado en una feria. Se sacaron una selfie en el Rosedal. Y al caer la tarde, se sentaron frente al río.
—No quiero perder esto —dijo Jazmín—. Esta tranquilidad, esta complicidad.
—No lo vamos a perder. Vamos a cuidarlo.
—¿Y si vienen más obstáculos?
—Entonces los enfrentamos. Como hasta ahora. Juntos.
Jazmín lo miró, sintiendo que esa era la verdadera promesa. No un anillo, no una ceremonia. Sino ese compromiso tácito, profundo, de sostenerse cuando todo parece flaquear.
Y así, bajo un cielo anaranjado, entendieron que el amor que estaban construyendo no necesitaba fuegos artificiales. Solo necesitaba verdad.
Y un poco de coraje.
Martin llegó tu hora de pagar por extorsión a más de una mujer eres un vividor y estafador.
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