EL TRONO DE CENIZAS

El campo de batalla seguía humeando cuando los cuernos resonaron de nuevo.

Kael alzó la vista. Esta vez, no era el sonido de guerra… sino de advertencia. Un ritmo lento, ancestral, que no pertenecía a ningún reino humano.

—¿Los reconoces? —preguntó Lyra, aún tambaleante.

—No —respondió Kael—. Pero no vienen a ayudarnos.

Los soldados de Aeloria se reagruparon, maltrechos, cubiertos de sangre y escarcha. Algunos se arrodillaron al ver las siluetas aproximarse entre la niebla de ceniza.

Caminaban como sombras.

Altos, cubiertos con capas grises que ondeaban sin viento. Rostros ocultos. Ojos como agujeros negros. Cada paso que daban hacía vibrar el suelo.

—No puede ser… —susurró el general Vareth—. Los Exiliados…

—¿Quiénes? —preguntó Lyra.

—Fueron desterrados hace siglos por practicar magia prohibida. Devoradores de fuego, portadores del eco. Se creía que murieron en la Última Llama…

Kael retrocedió un paso.

Uno de los Exiliados se adelantó. Su capa cayó. Y debajo… no había rostro. Solo un casco vacío, con marcas de fuego antiguo.

—Lyra del fuego oculto —dijo con una voz metálica y grave—. Has despertado algo que no debías. Y ahora debes rendir cuentas.

Ella alzó la barbilla, a pesar del miedo.

—¿Quién los envió?

—Nadie. El fuego nos llama… igual que a ti.

Kael dio un paso al frente.

—Si vienen por ella, tendrán que pasar sobre mí.

El Exiliado lo miró. O eso pareció.

—Tú eres el protector. Lo vimos en la visión. Pero tu espada no podrá detener lo que ya está escrito.

—¡Entonces borren lo escrito!

Las sombras se agitaron detrás del Exiliado. Cientos. Tal vez miles.

Lyra tembló. No por miedo… sino por reconocimiento. Algo en su interior reaccionaba a ellos. Como si los conociera. Como si… hubiera sido una de ellos.

—Ustedes… ¿me crearon?

—No. Pero tú… fuiste el fuego que nos condenó.

Kael alzó su espada.

Pero antes de que pudiera avanzar, Lyra lo detuvo con una mano en el pecho.

—No. Necesito saber la verdad.

Los Exiliados abrieron un círculo. Una grieta se abrió en el suelo, y dentro… una escalera que descendía a la oscuridad.

—Ven, Lyra. Solo tú. Si deseas respuestas, están abajo.

Kael negó con la cabeza.

—No dejaré que entres sola.

Lyra lo miró, con fuego y lágrimas.

—Kael… debo hacerlo. Porque si no entiendo lo que soy… no podré protegerte a ti.

Él apretó los dientes, pero asintió.

—Prométeme que saldrás.

—Lo haré.

Y sin mirar atrás, Lyra descendió a la oscuridad.

A la historia que nadie quiso contar.

A la verdad enterrada con fuego y sangre.

El descenso fue largo.

Lyra bajó peldaño tras peldaño, envuelta en sombras tan espesas que ni su fuego podía disipar. Solo el eco de sus pasos la acompañaba… hasta que incluso eso desapareció.

Al final, la escalera terminó en una cámara circular. Paredes cubiertas de símbolos antiguos, respirando fuego latente. En el centro… un espejo.

Pero no uno común. Era un cristal líquido, oscuro, que vibraba al ritmo de su respiración.

—Lyra… —susurró una voz.

Ella giró.

Frente a ella apareció una figura translúcida: una mujer de cabellos de fuego, ojos dorados, y un vestido hecho de ceniza flotante.

—¿Quién eres?

—Tu madre.

Lyra se congeló.

—Eso no es posible. Mi madre murió cuando era bebé…

—Esa fue la historia que te contaron. La verdad es otra.

La figura extendió una mano. El espejo tembló y mostró una imagen: un templo ardiente, una niña recién nacida bañada en llamas… y un ejército intentando destruirla.

—Naciste en fuego, Lyra. Pero no eras una amenaza. Fuiste una esperanza. El fuego Primordial… no se creó para destruir. Fue el equilibrio. Hasta que él lo torció.

—¿Rhaegar?

—No siempre fue un monstruo. Fue… tu padre.

El mundo se quebró bajo sus pies.

—No —dijo Lyra, retrocediendo—. Eso no puede ser cierto.

—Él era un guardián del fuego, como yo. Pero el poder lo corrompió. Quiso usarme… para crear un heredero que pudiera controlar ambos extremos: el hielo y el fuego.

Lyra cayó de rodillas.

—No puede ser…

—Tú eres su mayor creación… y su condena. Por eso te oculté. Por eso morí.

El espejo mostró otra imagen: Kael, fuera de la cámara, rodeado por los Exiliados, luchando por no entrar. Gritando su nombre.

—Él es tu ancla, Lyra. Pero si no aceptas quién eres… no podrás protegerlo.

Ella alzó la mirada.

—¿Y si acepto… y pierdo el control?

—Entonces destruirás todo lo que amas.

La figura se desvaneció, dejando una llama suspendida en el aire.

Lyra extendió la mano. Al tocarla, sintió todo. Calor. Dolor. Amor. Oscuridad. Luz.

Y entendió:

Era ambas cosas. Creación y destrucción.

Salió de la cámara con los ojos encendidos.

Y los Exiliados se inclinaron.

No por miedo.

Por reconocimiento.

Kael corrió hacia ella.

—¿Estás bien?

Ella lo miró. Una lágrima ardía en su mejilla.

—No. Pero ahora sé quién soy.

Y eso… lo cambiaba todo