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PERTENECES A MI

PERTENECES A MI

Status: Terminada
Genre:Completas / Mi novio es un famoso
Popularitas:3.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Deanis Arias

Perteneces a Mí

Una novela de Deanis Arias

No todos los ricos quieren ser vistos.
No todos los que parecen frágiles lo son.
Y no todos los encuentros son casualidad…

Eiden oculta su fortuna tras una apariencia descuidada y un carácter sumiso. Enamorado de una chica que solo lo utiliza y lo humilla, gasta su dinero en regalos… que ella entrega a otro. Hasta que el olvido de un cumpleaños lo rompe por dentro y lo obliga a dejar atrás al chico débil que fingía ser.

Pero en la misma noche que decide cambiar su vida, Eiden salva —sin saberlo— a Ayleen, la hija de uno de los mafiosos más poderosos del país, justo cuando ella intentaba saltar al vacío. Fuerte, peligrosa y marcada por la pérdida, Ayleen no cree en el amor… pero desde ese momento, lo decide sin dudar: ese chico le pertenece.

Ahora, en un mundo de poder oculto, heridas abiertas, deseo posesivo y una pasión incontrolable, Eiden y Ayleen iniciarán un camino sin marcha atrás.

Porque a veces el amor no se elige…
Se toma.

NovelToon tiene autorización de Deanis Arias para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 19 – Fractura

La cabaña estaba escondida entre montañas, lejos del ruido, del calor de la ciudad y, sobre todo, de ella.

Eiden no había vuelto a ese lugar desde que su madre lo llevaba en vacaciones, antes de que todo colapsara, antes de que su vida se dividiera en "antes" y "después".

El aire allí no juzgaba. No preguntaba. Solo estaba. Como él.

Se quedó tres días sin encender el teléfono. Sin conectarse a redes. Sin hablar con nadie. Solo con el eco de sus pensamientos, la imagen de Ayleen llorando de rodillas, y la maldita carta negra que no podía olvidar.

“Un perro siempre muerde.”

—¿Eso soy para ellos? —se preguntó una y otra vez—.

¿Un animal bien entrenado?

Pero cada vez que cerraba los ojos, lo que veía no era furia. Era su madre. Sonriéndole junto al lago. Contándole historias mientras le trenzaba el cabello.

Y su voz…

“Nadie puede decirte quién eres, hijo.

Tú decides si heredas miedo… o rompes cadenas.”

En la ciudad, Ayleen desapareció.

Ni Helena, ni Baltazar, ni siquiera sus aliados más cercanos sabían dónde estaba. Había dejado su móvil en casa. Solo Helena sabía que se había llevado un arma, una mochila y una foto rota de Eiden doblada en el bolsillo de la chaqueta.

Baltazar miró desde su oficina los informes de rastreo.

—¿Y no hay señal?

—Ninguna —dijo su asesor—. Es como si se la hubiera tragado la tierra.

Baltazar se levantó. Caminó hasta la ventana. No dijo nada por un largo minuto.

—Si alguien le hizo daño…

el mundo va a sangrar.

Samantha estaba en el club privado al que nunca la invitaron. Esa noche no necesitó invitación. Sabía que Eiden no estaba. Sabía que Ayleen no estaba.

Y sabía que Helena tampoco podía estar en todas partes a la vez.

Avanzó por el pasillo de luces bajas como si el lugar le perteneciera. Cruzó al área de los reservados y pidió una copa. Estaba sola… pero no por mucho.

Una mano fuerte sujetó su muñeca justo cuando iba a beber.

—Basta.

Era Helena.

Samantha se rió, pero sin gracia.

—¿Vas a pegarme en público?

—No —respondió Helena, bajando la voz—.

Pero si te vuelvo a ver cerca de cualquiera de los dos…

vas a desear que lo hubiera hecho.

Samantha no respondió. Pero su sonrisa se extinguió. Y, por primera vez en mucho tiempo, sus ojos se llenaron de duda.

El pueblo era pequeño, casi olvidado en el mapa. Tres calles principales, una iglesia con las campanas oxidadas, y un cementerio donde las tumbas hablaban más que los vivos.

Ayleen se bajó del auto con el rostro oculto bajo una gorra y el alma hecha nudos. Nadie la reconocía. Nadie tenía que hacerlo. Solo venía por una cosa: respuestas.

Entró al registro civil del ayuntamiento, donde una mujer mayor con lentes gruesos la atendió con lentitud.

—Busco información sobre una mujer que murió hace más de una década. Se llamaba Luisa Marent.

Tenía un hijo. Eiden.

La mujer la miró, como si ese nombre despertara algo.

—La señora Marent… sí. Me acuerdo. La joven que quería denunciar a los grandes.

—¿A quiénes?

La mujer dudó. Bajó la voz.

—A un despacho legal vinculado a nombres pesados.

Uno en particular… Rivas.

Ayleen sintió cómo el corazón le temblaba en el pecho.

—¿Sabe cómo murió?

—Dicen que fue un accidente. Pero en el pueblo…

nadie creyó eso nunca.

Eiden encendió el fuego en la chimenea. No tenía ganas de nada. Hasta que encontró la caja.

Estaba en el fondo del armario, cubierta de polvo, sellada con cinta vieja. Dentro, fotos de infancia, una pulsera rota… y una carta con su nombre.

“Para Eiden. Si algún día decides buscar la verdad.”

La letra de su madre era inconfundible.

Con manos temblorosas, la abrió.

> “Hijo mío:

Si estás leyendo esto, significa que decidiste mirar hacia atrás.

Que ya no te basta con sobrevivir, que quieres comprender.

No te mentiré: tuve miedo. Miedo por mí.

Pero más por ti.

Fui testigo de cosas oscuras. De nombres que no podía repetir.

Y me enfrenté sola a hombres que se creían dioses.

Uno de ellos tenía una hija pequeña.

Una niña de ojos fuertes.

No te acerques a ella, decía la voz del miedo.

Pero eras un niño… y corriste hacia la niña del parque.

Desde entonces, supe que nuestros destinos estaban entrelazados.

Cuidado, Eiden. El amor puede salvarte.

Pero también puede atarte con cadenas que no verás hasta que sea tarde.”

Cuando terminó de leer, Eiden no supo si llorar… o salir corriendo a buscarla.

La niña de la que su madre hablaba…

siempre había sido Ayleen.

La lluvia comenzó justo cuando Ayleen se detuvo frente a la tumba de Luisa Marent.

No sabía por qué había ido hasta allí. No era culpa. No era redención. Era… necesidad. Necesidad de entender qué la unía realmente a Eiden, más allá del deseo, más allá del poder, más allá de su historia juntos.

Se agachó frente a la lápida. Sus dedos tocaron la tierra húmeda.

—Perdón —susurró—.

Por lo que él no sabe.

Por lo que yo aún no sé cómo proteger.

Se quedó así varios minutos. Y al levantarse, vio una figura entre los árboles.

Un hombre.

Lentes oscuros. Ropa costosa. Mirada que cortaba.

Baltazar.

—No tienes que seguir con esto —dijo él—. Puedo arreglarlo todo.

—¿Todo qué?

—Él. Su dolor. Su ausencia. Puedo hacer que vuelva contigo… o que no vuelva jamás.

Ayleen lo miró fijamente.

—No quiero que regrese por miedo.

Quiero que regrese por amor.

Y si no lo hace… entonces no lo merezco.

Baltazar frunció el ceño. Su hija lo estaba desarmando. De nuevo.

—¿Y si te rompe?

—Entonces me romperé por elección.

No por cobardía.

---

Eiden empacó pocas cosas. Había pasado cuatro días en la cabaña. Había leído la carta tres veces. Cada palabra le dolía, pero también lo liberaba. Su madre lo había amado. Y lo había advertido.

Pero Eiden ya no era ese niño que corría hacia la niña del parque sin pensar.

Ahora sabía quién era.

Y lo que quería.

—Voy a encontrarla —dijo en voz baja.

Pero antes de salir, escuchó pasos fuera de la cabaña. Agarró el cuchillo del cajón. Abrió la puerta lentamente.

Una mujer lo esperaba bajo un paraguas rojo.

No era Ayleen.

Era Silvia.

—Eiden —dijo ella, empapada—.

No tienes tiempo.

Tu nombre salió en una lista.

Y no solo te quieren lejos de ella…

te quieren muerto.

1
Yesenia Pacheco
Excelente
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