En un mundo dónde el sol es un verdugo que hierve la superficie y desata monstruos.
Para los últimos descendientes de la humanidad, la noche es el único refugio.
Elara, una erudita con genes gatunos de la élite, vive en una torre de privilegios y olvido. Va en busca de Kael, un cínico y letal zorro carroñero de los barrios bajos, el único que puede ayudarla a encontrar el antídoto para salvar a su pequeño y moribundo hermano.
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Capitulo 4: El Trato
Kael se sentó en el borde de su mesa de trabajo, frente a ella, con el artefacto Hydriano descansando entre ellos como una ofrenda sobre un altar de metal. La luz de la única bombilla del taller proyectaba sombras profundas en su rostro, pero sus ojos ambarinos no se apartaron de Elara, evaluando cada palabra, cada matiz en su voz.
—Lo encontré en la Cripta de los Fundadores —comenzó Elara, su voz recuperando la seguridad de la erudita en su elemento—. Es el nivel más profundo de los archivos del Capitel. Está prohibido. Dicen que guardan textos peligrosos, pero la verdad es que guardan lo que no quieren que recordemos.
Mientras hablaba, desveló la historia que los libros de texto apenas mencionaban: la del Gran Cisma. Narró cómo los antiguos científicos, enfrentados a un apocalipsis que calcularon mal, dividieron a la humanidad. Unos fueron adaptados para la tierra, los Prototipos-Gen de los que todos en Ciudad Perdida descendían. Otros, los Hydrianos, fueron rediseñados para un mundo acuático.
—Eran dos soluciones para el mismo problema —explicó, su pasión haciendo que se inclinara hacia delante—. Pero cuando La Evaporación secó los mares, los Hydrianos quedaron atrapados. La mayoría debió morir, pero su capital, Poseidón, era un arca autosuficiente. Fue diseñada para sobrevivir en las condiciones más extremas. Si algo de nuestra antigua tecnología sobrevivió, está allí.
Kael hizo girar un destornillador entre sus dedos, el gesto monótono y deliberado. —¿Y por qué no salieron a la superficie? Si eran tan avanzados, ¿por qué no reclamaron la tierra cuando el agua desapareció?
—Porque no podían —respondió Elara al instante—. Por el sol. Sus cuerpos fueron alterados para vivir bajo la luz filtrada de cientos de metros de agua. La radiación directa del sol los mataría en segundos. Están tan atrapados por el día como nosotros.
—Así que buscas una ciudad de gente que se fríe al sol, esperando que hayan dejado las luces encendidas y el agua corriendo durante mil años —resumió Kael. Su tono, mordaz.
—Busco su tecnología de soporte vital —precisó ella, sin dejarse intimidar—. Piensa en ello. Un sistema de purificación de agua de ciclo cerrado. Invernaderos hidropónicos que no dependen de un suelo empobrecido. Fuentes de energía geotérmica. Liam... la gente que sufre de La Plaga... no es una enfermedad que se pueda curar con medicinas. Es nuestro entorno el que nos está envenenando. Necesitamos un entorno nuevo, o al menos, la tecnología para limpiar el nuestro.
El nombre de su hermano flotó en el aire entre ellos. Kael dejó de juguetear con el destornillador. Su mirada se agudizó.
—Eres una archivista de la familia principal del Consejo —dijo lentamente—. En el Capitel, todavía pued npermitirse el agua más purificada. La Plaga tardará años en afectarte a ti. ¿Por qué arriesgar tu cómodo cuello en una búsqueda suicida?
Elara sintió un nudo en la garganta. Por primera vez, su voz vaciló, perdiendo el filo académico y dejando al descubierto la herida que había debajo.
—Mi hermano pequeño es Liam. Tiene doce años. Le encanta escuchar historias del Mundo Antiguo... del cielo azul, de la lluvia limpia. Anoche me dijo que soñó que nadaba en un océano que no tenía fin. Y yo... no pude decirle que se va a morir de sed en una ciudad construida alrededor de un acuífero.
El silencio que siguió fue diferente. Ya no era evaluador, sino denso y cargado. La lógica de la misión había dado paso a su corazón.
Kael desvió la mirada hacia una esquina oscura de su taller. —La Plaga se llevó a mis padres cuando tenía la edad de tu hermano —dijo, su voz plana, desprovista de autocompasión. Era una simple declaración de un hecho, tan inmutable como la roca del cañón—. En La Fosa no soñamos con océanos. Solo intentamos que el agua de mañana esté un poco menos sucia que la de hoy.
En ese instante, el abismo que los separaba —la erudita del Capitel y el carroñero de La Fosa— se estrechó. El dolor era un idioma que ambos entendían a la perfección.
Kael se levantó y empezó a caminar por el taller, como un animal enjaulado. —De acuerdo. Digamos que te creo. Digamos que esta cosa —dijo, señalando el artefacto— es real. El precio que te pedí en el bar ya no es suficiente.
—¿Qué quieres? —preguntó Elara, preparada para la negociación.
—No quiero promesas. Quiero el equipo. Antes de irnos —declaró—. Tres baterías de energía de grado militar, completamente cargadas. Seis unidades de purificación de agua, de las que usan en las torres del Consejo. Raciones de nutrientes para mantener a mi tripulación durante dos ciclos lunares. Y todo el equipo de escalada y supervivencia que puedas sacar de los almacenes del Capitel.
Elara se quedó helada. Era un pedido casi imposible. Sacar esos recursos sin ser detectada...
—Eso es traición —susurró.
—No —replicó Kael, deteniéndose para mirarla—. Es un seguro. Para mi gente. Si no volvemos, al menos les habré dado una oportunidad. Esas son mis condiciones.
Elara pensó en Liam. Luego pensó en la gente que había visto en el Sumidero. Asintió lentamente. —Lo conseguiré.
—Bien.
—Y yo voy contigo —añadió ella, su voz firme como el acero.
Kael se detuvo a medio paso. Se giró y una sonrisa incrédula, la primera que ella veía, se dibujó en su rostro. No era una sonrisa alegre. Era afilada.
—De ninguna manera. Eres la cartera. La fuente. No eres parte de la expedición. Serías un lastre. Te matarían en el primer día.
—Este artefacto —dijo ella, poniéndose de pie y colocando su mano protectoramente sobre el cilindro— es inútil sin mí. Los glifos, la interfaz, la navegación... es un lenguaje muerto para ti. Yo soy la única que puede leerlo. Además, si encontramos alguna tecnología, ¿cómo sabrás qué es valioso y qué es una trampa? No me estás llevando como un lastre. Me estás llevando como tu única experta. Sin mí, no hay trato.
Se miraron fijamente, la tensión vibrando en el pequeño taller. Él veía en ella una fragilidad que podría matarlos a todos. Ella veía en él una brutalidad que podría ser su única salvación. Eran herramientas mutuamente necesarias.
Finalmente, Kael exhaló, un sonido a medio camino entre una risa y una maldición.
—Te arrepentirás de esto —le advirtió.
—Ya me arrepiento de no haberlo hecho antes —contestó ella.
Él extendió su mano, no para un apretón formal, sino con la palma hacia arriba, en el gesto de un carroñero que cierra un trato. Era una mano callosa, manchada de cicatrices y de trabajo.
Elara dudó solo un segundo antes de poner su mano sobre la de él. Su piel era suave contra la de él, pero su agarre fue firme.
—Reúne el equipo —dijo Kael, soltando su mano—. Partimos en tres noches. Al inicio de la luna nueva.