Se supone que enamorarse te lleva a las nubes, pero Ariel no tiene experiencia en ese tema. ¿Qué debes hacer cuando tienes pretendientes que quieren conquistar tu corazón? ¿Cómo debes reaccionar cuando uno de ellos te rompe el corazón? Ariel tendrá que explorar su corazón romántico para poder tener su primer romance de verdad y así lograr ser feliz de verdad.
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ME ENLOQUECE
El viento estaba soplando agradablemente. Nos encontrábamos caminando entre el bosque. Héctor venía detrás de mí.
—¿Tu padre te enseño a casar?
—Sí. A él le gusta salir de cacería de vez en cuando.
—¿A ti te gusta?
—Sí, es bueno comer carne exótica de vez en cuando.
—¿Carne exótica?
—Bueno, lo más exótico que he comido aquí es la carne de venado. De ahí, solo hay conejos, liebres, codornices, ardillas o palomas.
—¿Alguna vez le has dado a un venado?
—Sí. A ver si encontramos alguno.
—Estaría perfecto. ¡Gracias por aceptar venir conmigo!
—En realidad yo soy quien debería agradecerte. Tenía rato que no salía de cacería y si me sorprendió mucho que quisieras invitarme.
—¿Te sorprendió mi invitación?
—Sí, la neta sí.
Me pareció notar que sonreía.
—Mi abuela dijo que eres muy bueno cazando, que a veces le vendes conejos o liebres.
—Sí, a veces ella es mi clienta.
Continuamos caminando hasta llegar a la zona donde mi padre y yo solíamos cazar. Me quedo de pie, contemplando el movimiento de las hojas por el viento y la sensación de estar aquí me hace sentir mucha serenidad.
—De aquí en adelante, debemos ser sigilosos. Estamos en la zona perfecta.
—Está bien, seré más silencioso —susurra.
Preparo el rifle, lo posiciono en mis manos y avanzo lentamente.
—¿Alguna vez has disparado? —Quiero averiguar, mi tono de voz es suave.
Él camina a mi lado.
—No, nunca he disparado.
—Hoy será tu oportunidad, pero primero, déjame atrapar algo.
Minutos después, una liebre salió de su madriguera. Sigilosamente, me acerqué, comprobé mi puntería y apreté el gatillo. ¡Se escuchó un plomazo! La presa quedó inmovilizada, acerté en la cabeza.
—¡El primero de hoy! —Me siento contento.
Continuamos nuestro trayecto en el bosque, logramos cazar cinco liebres en total y eso me basta. ¡No vimos ningún venado!
—Bien, ahora es el turno de que dispares —le hago saber.
—¿Quieres que dispare?
—Dijiste que no sabías. ¿No te gustaría?
Enfoco mi vista en sus ojos y quiero que él diga que sí.
—Sí, enséñame.
Asiento, tomo el rifle y se lo doy.
—¿Te fijaste en como sostengo el rifle cuando voy a disparar?
—Un poco.
—Bueno, quiero que imites lo que viste.
Se posiciona, toma el rifle con sus dos manos y lo apoya en la zona baja de su hombro.
—¿Está bien así?
—Sí, solo, debes saber que cuando dispares, sentirás un impacto muy fuerte. Pon toda la fuerza de tu hombro contra el rifle. ¿Entendido?
—Lo tengo.
—Bien, entonces, quiero que le dispares a ese pino que está justo enfrente de nosotros.
Me acerco a él, subo mi mano a su hombro y quiero ser el amortiguador para que no le duela mucho.
—Aquí va.
Escucho su respiración, lo cual indica concentración. Su dedo se acerca al gatillo y en un segundo, con un movimiento leve, dispara. ¡Un plomazo fuerte! Mi mano funciona detrás de su hombro y la bala si se impactó en el tronco del pino.
—¡Excelente! Lo has hecho muy bien.
Veo la felicidad en su rostro, sus labios se han curvado en una sonrisa muy amplia.
—¿Puedo intentarlo otra vez?
—Sí, está bien.
Vuelve a disparar tres veces más y de pronto, una brisa comienza a humedecer el suelo y nuestros cuerpos.
—Es hora de irnos, antes de que apriete el aguacero —le digo.
—Claro. Volvamos.
Pero fue demasiado tarde, el poder de la naturaleza se hizo presente y comenzó a llover muy fuerte. Empezamos a correr. Yo cargaba el rifle y dos conejos. Héctor llevaba los otros tres. El trayecto de regreso a la camioneta se volvió un poco complicado, algunas zonas del suelo se volvieron resbalosas.
Cuando llegamos a la camioneta, pusimos las cosas en la batea y entramos. ¡Literalmente escurríamos! Encendió el motor, la calefacción se encendió y comenzamos a avanzar.
—El cielo se está cayendo —me atrevo a decir.
—Sí. Es mi primera lluvia aquí.
—¿Hace cuanto que llegaste a casa de tu abuela?
—Llegué la mañana del sábado.
—O sea que llevas tres días aquí.
—Sí.
—¿Cuánto tiempo te quedarás?
—Aún no lo decido, pero me gusta la vida en esta zona. Ya tenía mucho tiempo que no venía a visitar a mi abuela.
—Pues que bueno que estás visitándola.
—Sí, ya me hacía falta. Aquí puedo desconectarme de la rutina y puedo hacer cosas que me hacen sentir feliz.
Sonrio suavemente y durante algunos segundos, contemplo su perfil.
—¿Quieres poner música? —Me pregunta.
—Bueno, eso estaría bien.
—Si quieres puedes conectar tu celular.
Me toma unos segundos poder conectarme. Lo primero que empieza a sonar es Wicked Game de Chris Isaak.
—Esa canción me gusta —dice Héctor.
—A mí también.
Escuchar esta canción a esta hora de la noche, lloviendo, viajando en carretera, acompañado; el momento me pareció muy agradable. Dirigí mi vista a ver como conducía. Sus ojos estaban enfocados al frente, sus manos aferradas al volante y la luz de afuera le iluminaba muy tenuemente el rostro.
—¿Y vas a la escuela? —Me pregunta.
—No. Ya no voy.
—¿Trabajas?
—Sí. Le ayudo a mi papá con las gallinas o los borregos y también, escribo de vez en cuando.
—¿Escribes?
—Sí. Mis hermanas dicen que tengo mucha imaginación, así que uso ese don para crear web novelas.
—¿Y te pagan por eso?
—Pues no mucho. Bueno, en realidad depende de la plataforma en la que decida publicar, pero más que me paguen, es como uno de mis pasatiempos favoritos.
—¡Orales! Suena muy bien.
—Sí, ojalá pudieras leer una de mis historias.
—Va, solo es cuestión de que me enseñes.
—Claro, cuando lleguemos a casa.
Asiente.
—Por cierto, mi abuela nos espera a cenar, espero que no tengas mucha prisa.
El reloj marcaba las ocho de la noche.
—No, no tengo prisa.
—Genial. Al parecer, hornearon lasaña para nosotros.
—¡Qué rico!
—Y también, mande a comprar más Boones de durazno. ¿Si te gusto el de hace rato?
—Obvio. Sabía chido.
—Perfecto. Estoy en deuda por haberme enseñado a disparar.
...🩵🩵🩵...
Él me prestó una muda de ropa. ¡Pero las prendas me quedaron superaguadas! Como sea, tuve que vestirme con su ropa después de haberme duchado.
Baje al comedor principal y me sorprendió mucho ver lo hermosa que lucia la mesa. ¡Tanto lujo! Parecía mesa de la época del renacimiento. Con sus velas, la vajilla bien acomodada, fruta variada, la botella de bebida, unas copas y música suave sonando para dar ambiente.
—¿Disfrutaste la ducha? —Me pregunta él.
—Sí, ya se me quito el frío.
Asiente, se detiene frente a mí y me examina con mucha curiosidad.
—Mi ropa te queda bien.
—Bien aguada será.
—Tienes razón. Pero no sé, a mi parecer, te ves tierno.
¿Tierno?
—Es hora de cenar. Siéntate —me pide él.