La vida de Kitten siempre estuvo llena de dolor y humillaciones, condenada a vivir como una esclava en la casa del alfa. Ella era presa de las burlas de los cuatrillizos, hijos del alfa. Su único consuelo era que pronto tendría a su loba y con ello quizás encontraría a su mate.
Pero el destino se ensaña con ella cuando descubre que no solo tiene un mate, tiene cuatro y son aquellos que han hecho de su vida un infierno. Ante esto, Kitten teme aceptarlos por todo el dolor que le han hecho pasar, mientras que ellos buscan redimirse y ganarse su afecto, aunque sus personalidades arrogantes hacen difícil esta tarea.
¿Podrán los cuatro conseguir el perdón de Kitten y borrar todo el sufrimiento por el que la hicieron pasar?
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2. Los Cuatrillizos
La casa de la manada siempre estaba cálida, gracias a la excelente calefacción que contrastaba con el frío implacable del exterior. Terminé de arreglarme, colocando una camiseta de manga larga color rosa pastel y unos jeans negros gastados. Me dirigí hacia la cocina a preparar el desayuno de los cuatrillizos.
Era la semana de los cuatrillizos, y desde pequeños, una semana antes de su cumpleaños, comenzaban a mimarlos y consentirlos en todo lo que desearan. Era como un cumpleaños de siete días, culminando en una celebración extravagante al séptimo día.
Preparé una variedad de platos, incluyendo waffles esponjosos, panqueques dorados, crujiente tocino, huevos revueltos y jugosas salchichas. Puse la mantequilla y el jarabe de arce en la mesa. Preparé café. Bebí rápidamente un poco de café dulce con leche para tener algo de energía y comencé a poner la mesa. No se me permitía desayunar con ellos, tampoco comer lo mismo que ellos comían. Debía prepararles primero su desayuno, dejar que comieran y luego preparar el mío.
Luna Ivy, una mujer de piel pálida, ojos verdes y rizos dorados, entró al comedor para verificar que todo estuviera como ella deseaba. Me miró con desagrado.
—¿Has lavado los platos? Asegúrate de hacerlo bien antes de comer. Los cuatrillizos bajarán pronto —dijo Luna Ivy con frialdad.
El Alfa Caspian entró tranquilamente, besó con profundo amor a su luna y me asintió con la cabeza. Él era alguien neutral en cuanto a mí; no era severo, no exigía cosas, pero tampoco me trataba con amabilidad. Era como si le diese lo mismo mi mera existencia. Como una comitiva detrás de él, venían mis "verdugos", los cuatrillizos.
Medían un metro noventa y cinco, veinte centímetros más altos que yo. Se parecían a su padre con su espeso cabello negro brillante hasta los hombros, rostros cincelados, ojos azules de bebé, hoyuelos y hendiduras en la barbilla. Como eran Alfas, todos tenían hombros anchos y musculosos, bendecidos con súper velocidad y súper fuerza incluso más allá de lo que se consideraba extraordinario para un hombre lobo.
Eran perfectamente idénticos y perfectamente atroces, al menos para mí. Sus voces profundas resonaban mientras gritaban con entusiasmo, empujándose unos a otros juguetonamente. Tendrían veintiún años mañana, pero todavía actuaban como si tuvieran doce.
Alex era el mayor y más serio, el que seguramente gobernará con mano de hierro. También es, al que era más difícil acercarse. Le tenía mucho respeto; no era de tener novias, siempre que alguien le preguntaba el motivo su respuesta era la misma: ese título solo le corresponde a su Luna.
Luego venía Samuel o Sam como le decían todos en la manada. Él es el segundo en orden descendente. Si bien también es serio, suele ser un poco más fácil acercarse a él, aunque cuando se enojaba era mejor no estar cerca. También era el más explosivo. A diferencia de Alex, siempre andaba con una loba colgada de su brazo, pero no solían durar mucho. La relación más larga que tuvo fue de tres meses.
Después estaba Axel, el típico playboy y chico malo. Sus novias iban rotando cada dos meses, algo casi religioso. Nunca estuvo con la misma chica más de ese tiempo; a veces incluso le duraban menos. También es quien se encargaba de hacerme la vida imposible cada vez que podía, y eso era siempre. El y Sam eran a los que más le tenía miedo.
Luego venía Ian, el más chico de los cuatro. Él era el más dulce, consentido y carismático. Nunca tuvo novia. A mi forma de ver, era el mejor de los cuatro.
Nunca estuvo con una loba. Al principio, quiso experimentar y trató de estar con algunas chicas, pero siempre volvía decepcionado. Un día, así de la nada, se declaró célibe. Dijo que se guardaría para su luna. Sus palabras fueron: “Ninguna loba ha logrado encender la chispa en mi corazón. No voy a perder mi tiempo en relaciones vacías. Esperaré a mi Luna y cuando llegue, la amaré con todo mi ser, haciéndola sentir como la joya brillante que es.” Recuerdo que Luna Ivy estaba eufórica cuando lo escuchó. Después del Alfa, Ian era a quien más celaba. Había algo en Ian que me llamaba. Tal vez era porque siempre trataba de hacerme reír o me salvaba de sus hermanos, realmente no lo se. Lo único que sí sé es que sin él, mi vida sería peor de lo que ya es.
— ¿Me preparaste todo esto, Kattie? — dijo Ian con una hermosa sonrisa, sacándome de mis pensamientos.
Mientras pasaba por mi lado, intentó sacarme el moño del cabello y dejarlo suelto. A Ian no le tenía miedo; solía decir que le gustaba mi cabello suelto y, cada vez que podía, me robaba mis moños. Pero este era el último que me quedaba; no podía permitir que me lo sacara. Lo esquivé dando unos pasos hacia atrás sin ver, y choqué con algo duro. Me giré, y ahí estaba Axel, mirándome con una sonrisa juguetona. Sabía que eso no era nada bueno. Me sostuvo de los hombros, acercando su cara peligrosamente cerca de la mía hasta que nuestras narices se tocaron.
— Gatita traviesa — dijo con una sonrisa en la cara.
— Si Ian quiere este moño, debes dárselo, ¿quedó claro? — terminó por decir Sam, colocándose en mi espalda y terminó de sacarme el moño.
Se giró y se lo lanzó a Alex, quien lo tomó y lo guardó en su bolsillo. Con uno a cada lado, comenzaron a apretarme, enterrando sus rostros en mi cuello y aspirando mi olor. Me sentía atrapada, casi asfixiada.
Empecé a preguntarme qué estaba pasando; nunca se habían comportado de esta manera. Mis ojos se llenaron de lágrimas al sentir su intento de humillarme, pero me negué a dejarlas caer. Me había prometido no llorar por ellos, no iba a darles esa satisfacción.
Con un movimiento rápido, me liberé de su agarre; era mi último moño no podía perderlo, pero los futuros Alfas no estaban dispuestos a dejarme ir tan fácilmente. Ian, al ver mi intento de resistencia, se quedó inmóvil, mientras que Axel y Sam intercambiaron miradas llenas de complicidad, disfrutando de la situación.
— Vamos, Gatita, no quieres que esto se ponga más complicado, ¿verdad? — dijo Axel, acercándose un poco más. Su tono era juguetón, pero había un borde de amenaza en su voz.
— No me toques, Axel. ¡Devuélveme mi moño! —grité, tratando de mantener la voz firme, aunque sabía que estaba perdiendo la batalla.
Sam soltó una risa que resonó en el aire, y eso hizo que me ardieran las mejillas de vergüenza y rabia. Ellos disfrutaban de mi lucha; alimentaban su ego a base de pequeñas derrotas. Intenté dar un paso atrás, pero la espalda de Sam me bloqueó el paso.
— ¿Por qué no te rindes? — murmuró Sam, inclinándose hacia mí, con su aliento cálido rozando mi piel. — No puedes ganar.
Mi corazón latía con fuerza, y un nudo se formaba en mi garganta. Nunca había querido caer en su juego, la presión de sus cuerpos y sus palabras iba desgastando mi resistencia. Miré a Ian, que aún contemplaba la escena con interés, sin hacer ningún movimiento para ayudarme. La decepción se apoderó de mí; él, el más dulce y cariñoso entre ellos, solo observaba como si esto fuera un espectáculo.
— ¡¿Por qué son así?! — les grité, sintiendo que las lágrimas empezaban a asomarse en mis ojos.
Sabía que debía permanecer fuerte, pero la sensación de impotencia era abrumadora.
— Porque podemos — respondió Axel, sacando una sonrisa burlona. Erguí la cabeza, intentando desafiarlo, pero en el fondo, mi determinación se desvanecía.
En ese momento, sentí cómo se acercaban más, el aire se volvía denso con el desafío que me lanzaban. Desesperada, empujé a Axel para liberarme, pero solo logré que se riera más.
— Oye, tranquila. Solo estamos jugando — dijo Sam, como si eso lo justificara.
Mi valiente resistencia se desmoronó lentamente, y ante su risa burlona, su crueldad y la sensación de estar atrapada, dejé que los sollozos escaparan. Ya no podía luchar, el llanto era inminente y me rendí ante su diversión, mirando al suelo, derrotada.
— Está bien, pueden llevárselo Alfas — susurré entre lágrimas, con mi voz quebrada. — Solo… déjenme en paz.
Axel y Sam intercambiaron miradas sorprendidas antes de sonreír al unísono.
— Esa es nuestra Gatita — dijo Sam, mientras se estiraba para tocar mi brazo con una gentileza falsa.
Axel se echó a reír.
A medida que se alejaron, dejándome temblando y con la vergüenza aferrada a mi pecho, comprendí que, aunque había perdido esta batalla, la guerra aún no había terminado. Tendría que encontrar la manera de cambiar las reglas del juego.
— Tengo hambre, dejen de jugar — dijo Ian en un vano intento de aligerar el ambiente.
Cuando gire para tratar de escapar pude ver como Luna Ivy, me miraba con odio, si su mirada pudiera matar ya me encontraría tres metros bajo tierra.
Antes de que pudiera escapar, Alex se acercó a mí. Siempre trataba de evitarlo y no mirarlo directamente a los ojos; tenía terror de hacerlo enojar, si bien es uno de los más tranquilos de los cuatro, cuando se enoja es el más despiadado. Se inclinó quedando a mi altura y levantó mi mentón haciendo que lo mirara a los ojos.
— Debes respetar a tus Alfas, Kattie. ¿Entendiste? — preguntó mirándome de forma severa.
Mirándolo a los ojos asentí con la cabeza, ya sin fuerzas siquiera para responder.
— Palabras, Kattie — dijo sin apartar su mirada de la mía.
— Sí, Alfa Alex — dije casi en un susurro, sabiendo que podía escucharme.
Cuando Alex me soltó, corrí a la cocina. Mi corazón latía tan rápido que parecía que en cualquier momento se saldría de mi pecho.
Empecé a ordenar y limpiar todos los trastes. Aún no había comido nada, solo tenía en el estómago el café que pude tomar de manera rápida, y tenía mucha hambre. Me sentía un poco mareada. Esa era una característica mía: cuando pasaba un tiempo sin ingerir sólidos, empezaba a marearme y me dolía la cabeza. Esta mañana solo había tomado unos sorbos de café y aún no había comido nada.
Cuando salí para limpiar el comedor, vi que quedaba un waffle con un poco de tocino y huevo. Se me hizo agua la boca del hambre que tenía. 'Perfecto, no tendré que cocinar para mí' pensé, ya que no tenía tiempo; iba a llegar tarde a la escuela. Me apresuré a recoger el plato cuando escuché una voz que hizo que se me helara la sangre.
— ¿Qué crees que estás haciendo, Kattie? — preguntó Axel, su tono era calmado pero cargado de burla. Me quedé congelada, con el waffle en mis manos, recordando lo sucedido solo hace unos minutos, incapaz de responder.
—¿No puedes esperar hasta que termines tus deberes? —dijo Sam con una sonrisa maliciosa.
— Dejen que coma — intervino Ian, con una voz más suave — Ella también necesita energía para trabajar.
Ambos lo miraron, pero ya no dijeron nada. Mirando a Ian asentí rápidamente, agradecida por su intervención. Me llevé el waffle a la cocina y lo comí rápidamente, apenas saboreando la comida. Luego volví al comedor para terminar de limpiar. Mientras limpiaba, sentía los ojos de tres de los cuatrillizos sobre mí, especialmente los de Sam, siempre observándome con esa sonrisa que me hacía estremecer.
Finalmente, terminé mis tareas y me dirigí a la escuela, tratando de dejar atrás el peso del desayuno. Sabía que el día apenas comenzaba y que me esperaban más desafíos, pero también sabía que debía ser fuerte.
le faltó para mi gusto más , ejemplo
más capitulos que paso emma con los principes alfa
que el papá de los cuatrillos tu viera hijos con su destinada
que tu viera más descendencia los cuatrillos