Amaris creció en la ciudad capital del magnífico reino de Wikos. Como mujer loba, fue entrenada para proteger su reino por sobre todas las cosas ya que su existencia era protegida por la corona
Pero su fuerza flanquea cuando conoce a Griffin, aquel que la Luna le destino. Su mate que es... un cazanova, para decirlo de esa manera
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El llamado del destino
Amaris vendía sus presas en el mercado del pueblo, 5 conejos, 1 alce adulto que había cazado en el camino a la que sería su nueva casa. El mercado de Amanecer es enorme, con muchas tiendas colocadas en fila a las afueras de la ciudad amurallada que es donde vivían los nobles
Desde aquí se ven los enormes muros blancos con detalles amarillos que dan honor al nombre del pueblo capital. a su alrededor había cientos de casas de madera y adobe que los ciudadanos comunes usaban para vivir. Amaris termino la venta consiguiendo 1 moneda de oro y 25 de bronce
50 de bronce hacen 1 de plata y 25 de plata hacen 1 de oro. El alce estaba gordo y su piel, intacta. La flecha había impactado directamente en el ojo del gran animal así que eso aumento su precio de las normales 20 a 25, mientras que cada conejo valía 5 de bronce cada uno
Una buena caza. Guardo las monedas de plata en su bolsillo y camino tranquilamente entre la gente pensando que necesitaba para su día. Habían pasado al mercado antes de presentarse al señor feudal que pronto serviría, para refrescarse y comprar lo que quisieran y vender lo que habían cazado en el camino en el caso de Amaris
Se sentía ansiosa y no podía sentirse así
Ella es una mujer loba, una hija de la noche que fue bendecida por la diosa Selena para transformarse en un enorme lobo negro. Aunque claro, aquello era un secreto y si se ponía ansiosa, su loba interior también lo haría y eso era algo que no quería
Amaris se detuvo un momento frente a un puesto de especias, inhalando profundamente el aroma del mercado. La mezcla de olores—carne fresca, panes recién horneados, hierbas y tierra húmeda—le recordaba los mercados de su propio hogar, pero había una diferencia palpable en el aire de Amanecer. Este lugar vibraba con una energía que no existía en su aldea. El bullicio de la gente, los gritos de los mercaderes, los sonidos metálicos de las herrerías cercanas… Todo era más grande, más ruidoso, más vibrante.
A pesar de que su manada se había dispersado por el mercado para sus propios negocios, Amaris nunca se sentía verdaderamente sola. Su naturaleza de beta implicaba que siempre estaba conectada con los suyos. A través de miradas y gestos discretos, aseguraba que todos estuvieran donde debían. Su manada confiaba en ella para guiarlos, y aunque no era la alfa, su posición como beta era esencial para mantener la estructura y la armonía del grupo.
El zumbido de la gente a su alrededor comenzaba a afectarla. Sentía el leve hormigueo en su piel, el signo de que su loba interior estaba inquieta. Tomó una respiración profunda, centrándose en la calma que la luna siempre le traía. No podía permitirse un momento de debilidad, no aquí, no ahora.
Mientras continuaba caminando por el mercado, una sensación extraña la asaltó. Era un tirón en el estómago, algo primitivo y ancestral, una fuerza magnética que la atraía en una dirección. Al principio lo ignoró, atribuyéndolo al estrés del viaje y las responsabilidades que pronto asumiría como guardia del señor feudal. Pero el tirón se hizo más fuerte, más insistente, como si algo o alguien la estuviera llamando.
Amaris se detuvo en seco y cerró los ojos, permitiendo que sus sentidos de loba tomaran el control. Escuchó el murmullo de la multitud, pero hubo un latido más fuerte, más intenso, que cortaba todo el ruido. Era un ritmo que reconoció en lo más profundo de su ser, aunque nunca lo había escuchado antes. Su "Mate".
Su corazón se aceleró. La palabra resonó en su mente, en su sangre. El vínculo que los lobos bendecidos por Selene compartían con sus mates era sagrado. Un lazo inquebrantable que los unía no solo en cuerpo, sino en alma. Había escuchado historias de cómo los lobos sentían ese llamado por primera vez, cómo el mundo cambiaba cuando sus miradas se cruzaban, pero nunca imaginó que lo experimentaría de esta manera: repentino, poderoso, inevitable.
Su cuerpo comenzó a caminar hacia la fuente de ese tirón en contra de su voluntad, cada paso pesado con la anticipación de lo que vendría. El mercado continuaba a su alrededor, la vida seguía, pero para Amaris, el mundo había cambiado. Todo estaba a punto de cambiar.
Finalmente, lo vio.
Estaba inclinado sobre una mesa en un pequeño puesto de apuestas, con una sonrisa traviesa en su rostro mientras hablaba con un grupo de hombres. Su cabello oscuro y desordenado le caía en mechones sobre la frente, y sus ojos, de un verde profundo, brillaban con un fuego que parecía no tener fin. Había algo despreocupado y salvaje en él, algo que gritaba libertad.
Amaris sintió que sus pies se clavaban en el suelo, como si sus piernas se negaran a moverse. Su loba interior rugía en reconocimiento. "Mate", susurró en su mente, y por un instante, sintió que el aire se detenía.
Él levantó la vista, sus ojos encontrando los de Amaris a través de la multitud, y el mundo a su alrededor pareció desvanecerse. El bullicio del mercado desapareció, el tiempo mismo pareció detenerse, y solo quedaron ellos dos, conectados por un lazo invisible.
Él entrecerró los ojos, como si tratara de entender qué era lo que lo había llamado a mirarla, pero había algo en su mirada que indicaba que también lo sentía. No de la misma manera que ella, tal vez, pero lo suficiente como para que supiera que Amaris no era una mujer cualquiera.
Amaris se armó de valor y dio un paso adelante, forzando a sus pies a moverse. Sentía su corazón latir en sus oídos, un tambor constante que acompasaba sus pasos. No podía retroceder ahora. Su destino estaba sellado.
Cuando llegó lo suficientemente cerca, El hombre se enderezó y la miró con una mezcla de curiosidad y desconcierto. Él no podía saber quién era ella, qué significaba para él, pero sus instintos le decían que esta mujer no era como las demás.
—¿Qué te trae por aquí, cazadora? —preguntó con una sonrisa pícara, sus palabras impregnadas de confianza y despreocupación.
Amaris mantuvo su rostro impasible, aunque por dentro su loba luchaba por salir, deseando marcarlo como suyo en ese mismo instante. No podía dejarse llevar por sus instintos, no ahora, no cuando estaba tan cerca de asumir su nueva posición como guardia. La lealtad hacia su manada y su deber debían ser lo primero, además, era humano, no un hombre lobo como ella.
—He venido con mis compañeros —respondió Amaris, su voz firme pero controlada—. Nos uniremos a la guardia del señor feudal.
Él la observó durante unos segundos, como si estuviera evaluando cada palabra, cada gesto. Luego, inclinó la cabeza ligeramente, un gesto casi desafiante.
—La nueva guardia al servicio del señor feudal, ¿eh? Parece que la vida en Amanecer se pondrá más interesante.
Amaris no respondió de inmediato. Estaba demasiado ocupada intentando calmar a su loba, que se agitaba cada vez más bajo su piel. Quería huir de él, pero al mismo tiempo, deseaba acercarse, olerlo, marcarlo. Era una lucha constante entre su deber y su deseo. Le habían dicho que el señor Feudal les estaba llamando justo ahora por rebeldes y no podía desconcentrarse de aquello
—No somos como los demás guardias —dijo finalmente, sus palabras cargadas de una advertencia que él parecía ignorar o, peor aún, disfrutar.
Sonrió, esa sonrisa fácil y despreocupada que parecía formar parte de su esencia.
—Eso puedo verlo. No eres como ninguna otra persona que haya visto antes.
Amaris frunció el ceño ante sus palabras. Sabía lo que era, sabía lo que él representaba para ella, pero él no lo sabía. No todavía. El vínculo era unilateral en ese momento, una carga que solo ella llevaba. Pero con el tiempo, él lo sentiría también. Selene se aseguraría de ello.
—Nos veremos pronto —dijo Amaris, tratando de mantener la compostura mientras daba un paso hacia atrás, alejándose de él.
No hizo ningún intento por detenerla, pero sus ojos nunca abandonaron los de ella mientras se retiraba. Amaris se giró y comenzó a caminar de nuevo por el mercado, intentando mantener la respiración bajo control. Su loba rugía dentro de ella, frustrada por la distancia, pero Amaris sabía que ahora no era el momento.
No podía permitirse el lujo de ceder a sus deseos. No todavía. Tenía una misión, un deber que cumplir, y no podía dejar que este hombre—su mate—se interpusiera en su camino.
Pero en lo profundo de su ser, sabía que, tarde o temprano, el destino los uniría de nuevo. Y cuando eso sucediera, nada podría detenerla. Ella tomaría a su mate para si misma
Amaris continuó caminando, pero ya no veía el mercado con los mismos ojos. Todo había cambiado. Había encontrado a su mate. O, mejor dicho, su mate la había encontrado a ella. Y en ese momento, supo que su vida nunca volvería a ser la misma.