Marta trabaja en un rincón oscuro de la oficina, porque no quiere ser vista. Pero el Presidente Joel del Castillo decide sacarla a la luz, como su mujer.
El es un playboy y ella un ratón de biblioteca. Ninguno de los dos cree en el amor, pero por cuestiones prácticas el necesita esposa y ella... ella no necesita nada de él, ¡pero no consigue quitárselo de encima!
Y así, entre tiras y aflojas, se pasan la vida. Es de suponer que es la clásica historia en la que terminarán juntos pero... ¿y si no?
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La prometida
Capítulo 3
Cuando Joel llegó a la mansión de sus padres el vestíbulo estaba completamente repleto de gente y de camareros que atendían diligentemente a todos los invitados. El lujo y la ostentación se hacían presente por doquier, en cada uno de los objetos de la sala. A eso se sumaba la belleza de la arquitectura del espacio y los lujosos y finos materiales que remataban la hermosa construcción. A donde quiera que posara la vista aquel salón olía al dinero y poder, típico de la clase alta.
Era totalmente el estilo de sus padres aunque a él personalmente no le gustaba vivir así. Quizá porque toda su vida se crió de esa manera. Joel tenía dinero y desde luego disfrutaba del lujo y sus privilegios, pero en lo personal le parecía todo muy decadente y elegía un estilo más sobrio en su casa, en su ropa y en su vida.
Sus mejores amigos no eran los más ricos si no los más leales y los conservaba desde sus años de universidad. Obviamente, ellos no estaban invitados a eventos de esta clase pues aunque no eran pobres tampoco estaban entre los más ricos y poderosos. Joel torció el gesto antes de buscar a su madre con la mirada y dirigirse hacia ella. La vio al lado de su padre saludando a los invitados más destacados de esa noche, entre ellos a la familia de su futura esposa.
Su madre, Elena Moreno, destacaba entre las demás mujeres por su elegancia. Llevaba un vestido de su diseñador favorito, Valentino, y el hijo no quiso ni pensar en el precio de la emblemática pieza, que conociendo a su madre sería única y tres veces más cara que cualquiera de los vestidos de las invitadas presentes esa noche. Ella todo lo hacía a lo grande.
Su padre, David del Castillo, era un poco más comedido, pero lucía igualmente imponente junto a su mujer. Hacían una perfecta pareja y Joel podía decir a boca llena que realmente lo era. Tenían sus defectos, desde luego, pero en su casa siempre había primado el respeto y el amor, no solo entre la pareja sino hacia los hijos. Joel era el mayor de tres y por cierto que no conseguía distinguir a Lola ni a Gabriel, sus hermanos más pequeños.
Cuando sus padres lo divisaron sus sonrisas se hicieron más amplias y más sinceras. Con la mano su madre hizo señas para que se acercara, así que avanzó hasta ellos y fue abrazado por su madre y palmeado en la espalda por su padre.
—¡Al fin estás aquí!. Ya estaba dudando de que vinieras —le reprochó su madre a bocajarro, haciendo un mohín con la nariz.
—Por mi gusto no estoy mamá ya lo sabes, pero me comprometí a venir y aquí estoy. Papá ¿cómo andas? ¿Todo bien?.
—Perfecto, hijo. Pensaba ir a visitarte estos días en la empresa a echar un vistazo si te parece bien.
—Siempre eres bienvenido papá, ya lo sabes.
Aunque Joel se encargaba de la mayoría de las gestiones y ejercía como presidente en La Gorgona, su padre seguía siendo un importante referente dentro de la empresa y sus consejos para él eran valiosos.
—Ven que quiero presentarte —interrumpió su madre. No quería que aquello se convirtiera en una charla de negocios pues sus dos hombres favoritos podían entrar rápidamente en eso. Lo disfrutaban. Así que le cogió de la mano y casi le arrastró hasta un grupo de cuatro personas que Joel imaginó que serían su prometida y sus familiares.
—Arianna, te presento a mi hijo Joel. Joel esta es Arianna de Alcázares y estos son sus padres don Juan de Alcázares, Mónica Torres y su hermano, Gonzalo de Alcázares.
Joel inclinó la cabeza ante las mujeres y extendió la mano a los hombres, elegantemente y con el rostro sumamente serio.
—Es un placer conocerlos —dijo.
Su supuesta prometida lo miró como un gato a la leche y efectivamente se pasó la lengua por los labios en un gesto que quería resultar provocativo, pero que a él le dio un poco de ripia. La cosa no empezaba bien, pensó. No negaba que la mujer era hermosa y seguramente talentosa, o eso creía, ya que era la elección de su madre; sin embargo, a él no le producía ningún tipo de atracción o sensación grata.
Se fijó en los padres de la mujer y el hermano que, en cambio, parecían gente agradable. Esperaba que la chica hubiera heredado algo de eso también porque lo que más odiaba en el mundo era la vulgaridad y las salidas de tono. De todos modos, si esa era la escogida por Elena, no pensaba negarse a lo que quería para él.
Llegó el momento de ir al salón para la gran cena y por supuesto a él lo sentaron junto a esa chica… y eso fue un verdadero error por parte de la gran dama Elena Moreno.
La señorita de Alcázares no paró de hablar y cotorrear en toda la cena insufriblemente, de una manera tan desagradable, narcisista y egocéntrica, que Joel por un momento se quedó mirándola y la visualizó como un enorme pez que no dejaba de boquear. La idea lo hizo reír y casi se atraganta por su propia estupidez. Ella lo miró desconcertada y curiosa pues no creía que le hubiera dicho algo gracioso.
Joel juraba que incluso se había molestado por su risa a destiempo, pero es que esa mujer había cruzado el límite de su paciencia y no le importó ni lo más mínimo. Él ya no estaba dispuesto siquiera a ser cortés y empezó a tratarla con un poco de irónico desprecio disfrazado de exquisita educación.
Y eso era algo que Joel dominaba muy bien pues en el tipo de sociedad en la que se crió, uno aprende el arte de convertir lo políticamente incorrecto en totalmente aceptable. Así que a partir de cierto punto el hombre comenzó a burlarse sutilmente y de una forma en que solo era evidente para alguien despierto y atento como sus padres y sus hermanos.
Estos últimos habían quedado sentados frente a la pareja y apenas podían contener la risa. Sabían perfectamente lo que estaba haciendo Joel. Ya lo habían visto antes actuar así antes con otras personas que le resultaban desagradables. El culmen fue cuando le ofreció un gran vaso de agua a la mujer y cuando ella le preguntó para qué él comentó.
—¡Oh! Solo pensé que necesitaría respirar. Descanse la garganta un momento.
La mujer río encantada.
—Qué amable es usted señor del Castillo.—Ella creía que estaban haciendo avances.
Él la miró con una sonrisa malévola y asintió varias veces con la cabeza.
—Sí. Se me conoce precisamente por mi amabilidad.
—Su cara decía todo lo contrario y la chica lo miró dudosa, pero su voz era tan agradable que no quiso llevarle la contra.
Su madre lo fulminó con la mirada desde la distancia. Él le hizo un gesto inocente como diciendo que no entendía a qué se refería. Lola y Gabriel, por su parte, se tapaban la cara para no ser descubiertos desternillándose. Por su parte Arianna cada vez que intentaba soltar el vaso y seguir hablando era interrumpida por Joel que le decía:
—Beba otro poco, beba otro poco que hidratarse es sano.
Ella negaba con la cabeza e intentaba explicarle que ya había bebido suficiente, pero él le ponía el vaso casi en la boca y la obligaba a seguir hasta que llegó un momento en que la mujer se disculpó para ir al baño con prisa. Los hermanos de Joel apenas podían contenerse, mientras el mayor les hacía gestos traviesos y desesperados.
Y por fin la cena terminó para dar paso al baile de gala. Los tres hermanos se reunieron rápidamente para abrazarse pues antes de la cena no se habían visto casi. Lola y Gabriel estaban felices de verle. Sin embargo, la alegría les duró poco porque la prometida de papel siguió al hombre que la traía loca y de manera desconsiderada se plantó entre ellos, interrumpiendo el momento.
Arianna intentaba pegarse a Joel cogiéndole del brazo y tratando de que la invitara a bailar. Le ofrecía miradas insinuantes y pretendía con sus gestos y sus movimientos que él se fijara en su figura y en su escote. Pero Joel cada vez sentía más asco por la mujer y la apartaba tratando de encontrar a sus padres para que le explicaran por qué demonios habían escogido a esa señorita con un comportamiento tan inapropiado, para él. No conseguía entenderlo pues precisamente su madre era una de las mujeres más elitistas que conocía.
—Mamá, tenemos que hablar. —Arrinconó a su madre y le habló con los fiebres apretados. Elena suspiró. Su hijito estaba muy enfadado.
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Mientras todo eso sucedía, en otra parte de la ciudad y ajena al drama, una mujer con el largo cabello suelto y en pijama era iluminada por una luna llena de las más hermosas del año. Marta aparecía bonita y tierna con su vestimenta de unicornios. Uno de sus pocos placeres femeninos e infantiles. Le gustaban los pijamas de unicornios y tenía una gran variedad de ellos.
Respiró el aire de la noche, feliz. Presentaría su renuncia mañana y por fin sería libre. Dejaría atrás a la supervisora psicópata y aquel oscuro sótano. Abrió los brazos estirándose, abarcando el paisaje como si toda la ciudad le perteneciera. Se sintió como una auténtica ganadora.