Toda mi vida deseé algo tan simple que parecía imposible: Ser amada.
Nací en mundo de edificios grises, calles frías y rostros indiferentes.
Cuando apenas era un bebé fui abandonada.
Creí que el orfanato sería refugio, pero el hombre que lo dirigía no era más que un maltratador escondido detrás de una sonrisa falsa. Allí aprendí que incluso los adultos que prometen cuidado pueden ser mostruos.
Un día, una mujer y su esposo llegaron con promesas de familia y hogar me adoptaron. Pero la cruel verdad se reveló: la mujer era mi madre biológica, la misma que me había abandonado recién nacida.
Ellos ya tenian hijos, para todos ellos yo era un estorbo.
Me maltrataban, me humillaban en casa y en la escuela. sus palabras eran cuchillas. sus risas, cadenas.
Mi madre me miraba como si fuera un error, y, yo, al igual que ella en su tiempo, fui excluida como un insecto repugnante. ellos gozaban de buena economía, yo sobrevivía, crecí sin abrazos, sin calor, sin nombre propio.
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Capitulo 19
La primavera trajo consigo un aire fresco y engañosamente apacible. Las flores comenzaban a cubrir los jardines del palacio real, y con ellas llegaban también las invitaciones a los eventos más esperados de la temporada. Entre ellos, destacaba la Gran Cena de Primavera, organizada por la Casa Real para reunir a las familias más influyentes del reino.
Cuando el duque anunció que asistirían, la protagonista sintió un nudo en el estómago. Sabía que detrás de esas sonrisas cortesanas la aguardaba algo más peligroso que simples cuchicheos: la trampa de los nobles que habían conspirado contra ella.
El carruaje la condujo hasta los salones reales, acompañada de sus hermanos mayores, que lucían impecables en sus uniformes y trajes de gala. Ella, envuelta en un vestido color marfil adornado con hilos de plata, parecía una muñeca de porcelana. Pero sus ojos, maduros y serenos, contrastaban con la dulzura de su apariencia.
—Mantente a nuestro lado —le susurró su segundo hermano, siempre serio—. Esta vez, más que nunca, hay demasiados ojos sobre ti.
Ella asintió, aunque en su interior pensó: "No importa cuánto intenten vigilarme… si de verdad quieren arrastrarme al barro, tendré que enfrentarme sola a ello."
La cena comenzó con música suave y copas que tintineaban. Los nobles conversaban en grupos, lanzando miradas curiosas hacia la joven hija del duque. Algunos sonreían con amabilidad; otros apenas contenían el desprecio.
Y entonces, llegó la primera jugada.
Una doncella se acercó con una bandeja de plata cubierta de copas de vino. Con pasos calculados, tropezó justo al pasar frente a la protagonista. El líquido rojo como la sangre se derramó, manchando el vestido marfil de la niña.
—¡Oh, qué torpeza! —exclamó Lady Mirian, la misma que la había humillado en la fiesta de té, llevando una mano a la boca fingiendo sorpresa—. ¡Y en un vestido tan fino! Qué desgracia…
Los murmullos estallaron al instante.
—Qué escándalo…
—La pequeña duquesa ni siquiera sabe comportarse…
Ella apretó los labios, recordando su vida pasada. Antes se habría quebrado, llorado o gritado, cumpliendo exactamente con el papel de villana que todos esperaban. Pero ahora no.
Respiró hondo, levantó la barbilla y dijo con voz clara:
—No es la doncella quien debe disculparse. Fue un accidente. Y si acaso no lo fue… —sus ojos se clavaron en los de Lady Mirian—, me pregunto quién habría tenido tanto interés en arruinar una velada tan hermosa.
El salón quedó en silencio. Las palabras eran simples, pero el filo de su insinuación hizo que varios rostros palidecieran.
Entre la multitud, Edmund observaba con los brazos cruzados, apoyado en una columna. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa.
"Otra vez se negó a caer en la trampa… fascinante."
La cena continuó, pero el ambiente ya no era el mismo. Los conspiradores murmuraban en las sombras, irritados de que el plan no hubiese funcionado.
Y mientras ella regresaba a su asiento, con el vestido manchado pero la dignidad intacta, comprendió una verdad que la acompañaría siempre:
No importaba cuánto quisieran pintarla como villana. Ella tenía el poder de reescribir su historia.
La cena de primavera había terminado, pero los nobles no quedaron satisfechos. Su intento por humillarla había fracasado, y eso solo alimentó su deseo de verla caer.
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A la mañana siguiente, el palacio real abrió los extensos jardines para la tradicional cacería de primavera, un evento donde los jóvenes de las casas nobles competían en destreza y elegancia. Era el lugar perfecto para que los conspiradores pusieran en marcha un plan más arriesgado.
La protagonista vestía un traje ligero de montar, de tonos oscuros con detalles dorados, y botas altas que apenas rozaban el césped húmedo. Montaba un corcel blanco, guiado con firmeza. A su lado, sus hermanos la acompañaban como guardianes silenciosos.
—Hoy no te separes de nosotros —le advirtió su hermano mayor, el más serio—. Hay demasiados rumores y demasiadas miradas hostiles.
Ella asintió, pero en su interior, una punzada de ironía cruzó su mente.
"Toda mi vida pasada estuve sola… ahora que tengo a mis hermanos, no quiero volver a sentirme como entonces."
La cacería comenzó. Los nobles cabalgaban entre los árboles en busca de ciervos y faisanes, mientras las damas aplaudían desde las carpas. Sin embargo, entre la maleza, un grupo de hombres disfrazados de sirvientes movía los hilos de un plan siniestro.
De pronto, un grito desgarró la calma:
—¡El caballo de la joven duquesa está fuera de control!
Una soga, colocada con precisión en el sendero, había hecho encabritarse al corcel blanco. El animal relinchó, alzándose sobre sus patas traseras, y la niña apenas logró aferrarse a las riendas.
—¡Hermana! —gritó uno de sus hermanos, espoleando su caballo para alcanzarla.
Los espectadores se levantaron de sus asientos, murmurando alarmados. Algunos rostros mostraban genuina preocupación, pero otros… otros ocultaban una sonrisa satisfecha.
Fue entonces que una figura surgió de entre los árboles, montando con sorprendente habilidad. Con un movimiento certero, Edmund von Asterion tomó las riendas del caballo desbocado, estabilizando al corcel hasta que la niña pudo recuperar el equilibrio.
—Tienes un talento especial para meterte en problemas, ¿lo sabías? —dijo Edmund con voz baja, sus labios curvados en una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.
Ella lo miró con frialdad, reprimiendo el temblor en sus manos.
—Y tú para aparecer donde no te llaman —respondió, girando el rostro con desdén.
"Este mocoso acaso no se cansa de molestarme… no me gustan los menores."
Pero en lo profundo de su corazón sabía que, de no ser por él, habría terminado en el suelo, herida y humillada.
La cacería terminó con un aire enrarecido. Los nobles que habían planeado la trampa disimularon, pero el fracaso ardía en sus miradas. Edmund se alejó sin una palabra más, mientras sus hermanos rodeaban a su hermana, protegiéndola con visible furia.
Y esa noche, en los corredores oscuros del palacio, nuevas sombras comenzaron a moverse.
Lo que había empezado como un simple intento de ridiculizarla estaba a punto de transformarse en una conspiración mucho más peligrosa.