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Amor Sin Límites

Amor Sin Límites

Status: Terminada
Genre:CEO / Cambio de Imagen / Mujer despreciada / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:32
Nilai: 5
nombre de autor: Edna Garcia

A los cincuenta años, Simone Lins creía que el amor y los sueños habían quedado en el pasado. Pero un reencuentro inesperado con Roger Martins, el hombre que marcó su juventud, despierta sentimientos que el tiempo jamás logró borrar.

Entre secretos, perdón y descubrimientos, Simone renace —y el destino le demuestra que nunca es tarde para amar.
Años después, ya con cincuenta y cinco, vive el mayor milagro de su vida: la maternidad.

Un romance emocionante sobre nuevos comienzos, fe y un amor que trasciende el tiempo — Amor Sin Límites.

NovelToon tiene autorización de Edna Garcia para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 22

Simone caminaba por la antigua sala con pasos lentos, aún encantada de ver todo tan bien cuidado. El sonido del viento en las cortinas y el aroma de comida proveniente de la casa de al lado anunciaban que Renata pronto aparecería.

Roger observaba cada detalle, la mirada perdida entre el presente y el pasado. Él recordaba perfectamente las tardes en que llegaba a aquella casa solo para ver a Simone — y las veces en que Renata, la inseparable amiga de ella, hacía de todo para encubrir los encuentros prohibidos.

Pocos minutos después, el sonido de pasos conocidos resonó en el patio.

— ¡Simone! — llamó una voz alegre, emocionada.

Simone se volteó, y el corazón casi saltó de su pecho.

Renata venía sonriendo, los cabellos grises recogidos en un moño simple y el mismo brillo acogedor en los ojos.

— ¡Renata! — exclamó Simone, corriendo a su encuentro.

Las dos se abrazaron largamente, sin prisa, dejando que las lágrimas corrieran.

— No puedo creer que seas tú… — decía Renata, con la voz temblorosa. — Cuántos años, mi amiga.

— Yo tampoco puedo creerlo — respondió Simone. — ¿Tú cuidaste de todo esto? La casa, el jardín… está todo como antes.

Renata sonrió, secándose las lágrimas.

— Yo cuidé, sí. Lo prometí, ¿recuerdas? Dije que mientras yo viviera, la casa de tu padre nunca sería olvidada.

Roger, que observaba la escena con respeto y ternura, se acercó y saludó a la vieja amiga.

— Renata… no sé si te acuerdas de mí.

— Espera, ¿tú no eres Marcelo, verdad?

— Soy Roger, ¿recuerdas?

Ella lo miró por un instante y sonrió.

— Claro que me acuerdo, Roger. ¿Cómo olvidar al muchacho que vivía aquí en la puerta esperando a Simone? — bromeó, y todos rieron suavemente. — Ustedes dos eran inseparables.

El aire se aligeró por un instante, hasta que Renata, aún sonriendo, dijo algo que cambiaría todo:

— Ah, Simone… está todo en su lugar, ¿viste? — dijo, apuntando hacia el interior de la casa. — Todo como tu padre lo dejó. Hasta las cartas que Roger te escribió.

La risa cesó.

Un silencio pesado cayó sobre el ambiente.

Simone abrió los ojos como platos, sin entender.

— ¿Qué? — preguntó, incrédula. — ¿Las… cartas?

Renata asintió con naturalidad.

— Sí, todas ellas. Están guardadas en el mismo baúl en el cuarto de tu padre. Yo pensé que lo sabías.

Roger dio un paso adelante, el semblante mixto de espanto y emoción.

— ¿Entonces… tu padre no las destruyó? — preguntó, sorprendido. — ¿Él solo las escondió?

Simone se llevó la mano a la boca, tomada por un torbellino de sentimientos.

— Yo pensé que él las había roto, quemado… — susurró. — Dios mío… todo este tiempo…

Roger la miró, los ojos humedecidos.

— Ahora puedes ver que yo no mentí, Simone — dijo con voz firme, pero temblorosa. — Yo intenté contactarte. Durante todos aquellos meses, yo escribí, imploré una respuesta.

Las lágrimas escurrían silenciosas por su rostro.

— Y yo esperé… tanto… — murmuró. — Y pensé que me habías olvidado.

Renata, emocionada, tocó el hombro de la amiga.

— Las cartas están ahí, en el cuarto. Ya dejé el baúl sobre la cómoda. — Después miró a Roger y Simone con ternura. — Los voy a dejar a solas. Estoy terminando el almuerzo, y quiero que almuercen conmigo.

Con una sonrisa maternal, salió por la puerta del fondo, dejándolos solos.

El silencio volvió. El sonido distante del viento y de los pájaros parecía resonar dentro de la casa como una canción antigua.

Simone caminó despacio hasta el cuarto. El corazón latía fuerte.

El baúl de madera estaba allí, exactamente donde Renata había dicho.

Ella se arrodilló frente a él, las manos temblorosas. Abrió despacio, y el olor del pasado invadió el aire — papel envejecido, tinta antigua, perfume de recuerdos.

Roger se acercó y se quedó detrás de ella, observando en silencio.

Dentro del baúl, había decenas de cartas amarradas con cintas descoloridas. Simone tomó uno de los fajos y lo abrazó contra el pecho antes de comenzar a leer.

— “Mi dulce Simone…” — leyó ella, la voz quebrada. — “Hoy el trabajo fue duro, pero pensar en ti me da fuerzas. Cuando consiga el empleo que sueño, vuelvo a buscarte. Cada día lejos de ti es un castigo.”

Las lágrimas comenzaron a caer, silenciosas.

Roger bajó la cabeza, con los ojos humedecidos, y apretó las manos para contener la emoción.

Simone tomó otra carta y continuó, con la voz temblorosa:

— “No sé si mis cartas están llegando a ti, pero sigo escribiendo. Si el destino lo permite, aún vamos a casarnos, mi amor. Lo prometo.”

Ella lo miró, el rostro cubierto de lágrimas.

Roger respiró hondo, acercándose un poco más.

— Yo escribía todos los días — dijo él, con la voz ronca. — Cuando el dinero se acababa, escribía igual, solo para no perder el hábito de hablar contigo. Yo pensaba que mis palabras te alcanzarían de alguna forma…

Simone se llevó la mano al rostro, llorando en silencio.

— Y yo… pensaba que me habías olvidado, Roger. Te culpé durante años.

Él se arrodilló a su lado, y por un momento, quedaron solo mirándose uno al otro, rodeados por las cartas que contaban la historia de un amor interrumpido, pero nunca olvidado.

Simone sostuvo una de las cartas contra el pecho y susurró:

— Cuántas noches lloré creyendo que nunca más volverías… y todo lo que necesitaba hacer era abrir este baúl.

Roger limpió discretamente una lágrima y respondió con voz suave:

— Volví, Simone. Volví por ti. Y tal vez ahora… el destino esté intentando unirnos de nuevo.

Ella no respondió. Apenas apoyó la cabeza sobre su pecho, dejando que las lágrimas rodaran libremente — lágrimas de alivio, de añoranza y de amor que, finalmente, encontraba su eco.

Entre cartas amarillentas y promesas escritas con alma, Simone y Roger revivieron la verdad que el tiempo intentó esconder — y allí, en aquel cuarto lleno de recuerdos, el pasado y el presente se mezclaron, como si el amor nunca se hubiera ido.

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