Entre Luces De Seúl

Había pasado tiempo. ¿Cuánto? Sora ya no lo sabía.

Los días se deshacían en fragmentos. Las noches eran más largas que antes. A veces despertaba en saunas de barrio, con la piel pegajosa y el cuerpo temblando. Otras veces dormía en estaciones de metro, abrazada a su mochila como si fuera lo único que aún le pertenecía. En su mente, las imágenes inducidas seguían apareciendo sin permiso: Jiwoo sonriendo, Jiwoo llorando, Jiwoo diciendo “esto no está en ningún código”.

Pero todo estaba en algún código. Todo había sido escrito.

Sora caminaba por las calles de Seúl como una sombra. El cabello desordenado, la ropa desgastada, los ojos vacíos. Comía en puestos callejeros cuando podía, arroz frío, tteokbokki barato, mandu recalentado. A veces tomaba soju sola, sentada en banquetas de plástico, mirando las pantallas gigantes que decoraban la ciudad como altares.

La abstinencia era real. No de una sustancia. De una emoción. De una simulación que había sido su vida. Su cuerpo la pedía como una droga. Su mente la rechazaba como un veneno. Y en medio de esa contradicción, Sora se perdía.

Una noche, mientras bebía soju frente a un puesto de calamares fritos, una pantalla se encendió sobre la avenida.

La música era suave, envolvente. Una voz femenina hablaba con dulzura artificial:

—“Elysium 2.0. El nuevo simulador emocional de Daesan Tech. Más profundo. Más preciso. Más humano. Vive lo que mereces sentir.”

Sora levantó la vista. En la pantalla, una gala. Luces doradas. Rostros sonrientes. Jiwoo, vestido de negro, caminando por una alfombra plateada. A su lado, ejecutivos, diseñadores, celebridades. El nieto prodigio. El arquitecto del sistema. El rostro de Elysium.

Sora sintió que el mundo se hundía.

La botella de soju cayó al suelo. El líquido se esparció como una confesión.

—No… —susurró.

La gente a su alrededor aplaudía. Algunos comentaban que querían probar la nueva versión. Que la anterior les había ayudado a superar rupturas, duelos, vacíos. Que Elysium era más que tecnología. Era salvación.

Sora se levantó. Caminó sin rumbo. Las luces de la ciudad la golpeaban como recuerdos. Cada esquina era un déjà vu. Cada rostro, una réplica. No sabía si estaba despierta. No sabía si alguna vez lo había estado.

Cruzó el río Han. Llegó a un parque abandonado. Se sentó en un columpio oxidado. El viento movía su cabello. El frío le calaba los huesos.

—Sora.

La voz la hizo girar.

Haneul estaba allí. Vestía ropa oscura, una mochila al hombro, el rostro serio.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Sora, sin fuerza.

—Buscándote. Te hemos estado siguiendo, sabíamos que lo verías.

Sora la miró con rabia.

—¿Y qué querías? ¿Ver cómo me rompía otra vez?

Haneul se acercó. Se sentó en el columpio junto a ella.

—Quería decirte algo. Algo que no te dije antes.

Sora no respondió.

—Jiwoo te amó desde siempre. Desde el instituto. Desde antes de que existiera el sistema. Lo que hizo… lo hizo por miedo. Por no saber cómo alcanzarte.

Sora se levantó. Su voz era un filo.

—No lo defiendas. Nada de lo que hizo se justifica. Me convirtió en un experimento. Me programó. Me hizo amar una versión de él que no sé si existe.

Haneul la miró con tristeza.

—Lo sé. Y no lo estoy excusando. Solo quiero que entiendas que el sistema nació del dolor. No del poder. Y que ahora… está fuera de control.

Sora caminó unos pasos. Luego se detuvo.

—¿Y tú? ¿Qué quieres de mí?

Haneul se levantó.

—Que te unas a la resistencia. Que uses lo que viviste. Lo que sentiste. Lo que perdiste. Que lo conviertas en ruptura. En fuego.

Sora la miró. Sus ojos brillaban con algo que no era rabia. Era vértigo.

—No sé si puedo. No sé si soy real.

Haneul se acercó. Le tomó la mano.

—Entonces destruye lo que te hizo dudar.

El silencio se volvió denso.

La noche en Seúl seguía girando. Elysium 2.0 pronto estaría en marcha. Jiwoo era su rostro. Sora, su origen.

Y en ese parque abandonado, frente a una amiga que también había sido cómplice, Sora enfrentaba la única decisión que aún era suya.

Unirse.

O desaparecer.