Una profesora de campo muere tras un accidente en su escuela-casa. Reencarna en Arlette, la protagonista de una historia donde la verdadera villana es ella. pero ella no seguirá la trama y creará a su propio villano para protegerla
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capitulo 20: Su presencia.
Era de noche. La luna llena iluminaba la habitación de Arlette. La atmósfera era pesada para ella, con el rostro iluminado por la luz lunar, se encontraba sumida en sus pensamientos, reflexionando sobre las palabras de Everest. La noticia de su partida la había dejado desconcertada, un torrente de emociones girando en su interior.
Everest, para Arlette es un hombre que a menudo le traía paz y comodidad emocional y sentimental.
“Me iré dentro de un mes”
Había dicho él, y esas palabras parecía que se arrastraban por la habitación, llenando cada rincón de una tristeza indescriptible. Arlette no podía evitar preguntarse qué significaría su ausencia.
En ese instante, la puerta se abrió suavemente y Alejandra entró en la habitación. Su mirada se posó en el semblante de su hermana, notando la sombra de preocupación que nublaba sus ojos. Arlette intentaba ocultar su inquietud, pero Alejandra, con su intuición aguda, supo que había algo más profundo detrás de su sonrisa amarga.
— ¿Qué tienes? —preguntó Alejandra, su voz suave pero firme.
— solo son cosas mías. No es nada grave —respondió Arlette, aunque su tono no convencía a su hermana.
Alejandra suspiró, sabiendo que la verdad era más complicada. Había escuchado la conversación entre Arlette y Everest en el jardín, y comprendía el peso que la partida de Everest tendría en el corazón de su hermana. Era ese tipo de silencio que respetaba la decisión de no hablar.
— Arlette... —dijo Alejandra, llenándose de valor— me iré dentro de un mes. Aprovecharé que no está el duque. Además que a él no le importará si me casé sin su permiso. Ya para entonces será muy tarde.
Arlette sintió que su corazón se hundía un poco más. Aunque sabía que este día llegaría, aceptar que su hermana también se iría era un golpe duro. Se esforzó por sonreír, aunque la amargura se apoderaba de ella.
— espero que consigas todo para lograr tu libertad —dijo Arlette, intentando ser el apoyo que su hermana necesitaba, a pesar de su propio dolor.
— nuestra —corrigió Alejandra— no se te olvide que iré por ti. Es algo que haré por las dos.
— no te preocupes por mí. Me las ingeniaré para salir de esta familia —respondió Arlette, intentando infundir confianza en sus palabras.
— ¿Y Everest? —inquirió Alejandra, al ver la incertidumbre en los ojos de su hermana.
— Él... está bien. Esta ayudando a Willow con la descarga de cajas de suministro —dijo Arlette, recordando la imagen de Everest, siempre dispuesto a ayudar.
La conversación se tornó pesada. Arlette, deseando escapar de la tensión, le dijo a su hermana que se iría a bañar y a descansar. Había pasado todo el día ayudando a Leticia con los preparativos de una reunión de té que estuvo hoy, y el agotamiento comenzaba a hacer efecto en su cuerpo.
Alejandra, comprendiendo la necesidad de su hermana de estar sola, asintió y salió de la habitación, cerrando la puerta con cuidado. En el silencio que quedó atrás, Arlette se sintió liberada, aunque la incertidumbre seguía acechando sus pensamientos.
En ese momento, la puerta se abrió de nuevo, y una sirvienta entró, encargándose de preparar la tina para el baño. Arlette, sintiendo la necesidad de un momento a solas, se despojó de su ropa, dejando caer las prendas al suelo como si fueran las cargas que llevaba en su corazón. Se colocó una bata ligera, disfrutando del suave roce del tejido contra su piel, y antes de entrar en la tina, alguien tocó la puerta nuevamente.
— ¿Puedo entrar? —preguntó una voz familiar. Era Everest, y su corazón dio un vuelco al escuchar su voz.
— Everest... ¿Qué haces aquí? Pensé que estarías ocupado —respondió Arlette, sorprendida al encontrarlo en su habitación.
— terminé antes. Quería verte —dijo Everest, y su mirada intensa se posó en ella, llenando el espacio con una energía diferente.
Era innegable que Arlette también deseaba verlo, pero el orgullo y la inseguridad la mantenían a distancia. Sin embargo, no pudo resistir la atracción que sentía hacia él. Con un gesto suave, él se acercó más, sus pasos ligeros como si temiera romper la magia del momento.
— solo te quería ver, y luego me iba a mi habitación. No deseo molestarte —dijo Everest, su voz un susurro que la envolvía en calidez.
— No lo haces. Tu presencia me trae paz —respondió Arlette, sintiendo cómo la tensión en su pecho comenzaba a desvanecerse.
— lo sé. Por eso estoy aquí, contigo —dijo Everest, acercándose aún más hasta estar frente a frente.
La proximidad de Everest hizo que Arlette sintiera un torrente de emociones. Era como si el mundo se desvaneciera a su alrededor, dejando solo el suave brillo de la luna y la conexión que compartían.
— ¿Cómo? Si desde el jardín no nos hemos visto —preguntó ella, buscando una explicación, aunque en el fondo sabía que la respuesta era más profunda.
— lo presiento. Así fue cuando el mocoso del príncipe te estaba molestando —dijo Everest, su tono ligero, pero sus ojos revelaban un destello de preocupación.
Arlette sintió cómo Everest la tomaba suavemente del brazo, la calidez de su toque. Era un acto simple, pero cargado de significados ocultos. Mientras él deslizaba la bata que llevaba puesta, solo un poco, mostrando su hombro, ella sintió un escalofrío recorrer su espalda.
— Y sé que estás triste... —dijo Everest, abrazándola suavemente al nivel del hombro, un gesto que la hizo sentir segura y vulnerada al mismo tiempo.
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El corazón de Arlette latía con fuerza, y un torrente de vergüenza la invadió, temiendo que él pudiera escuchar el eco de sus palpitaciones. Era un momento cargado de intimidad, donde las palabras parecían innecesarias.
— Everest... No me abraces... No me he bañado —protestó Arlette, aunque en su voz no había verdadera convicción, más bien un deseo de aferrarse a ese momento.
— hueles bien, Arlette. A canela y miel —respondió él, y sus palabras fueron un bálsamo que aliviaba su nervio.
Arlette se quedó tensa, pero no se separó de él. Al contrario, se aferró a su abrazo, como si en ese gesto encontrara la fuerza que le faltaba. Everest momentáneamente se separa. La miró y se disculpó por lo atrevido que fue.
— perdoname. No debí venir esta noche.
— ¿Que tienes?— preguntó, preocupada. Intentó tocarle el rostro.
— lo siento.— Everest salió de la habitación y Arlette, a punto de seguirlo, quedó sin fuerzas.
Sus piernas pierden equilibrio y caen al borde de la cama. Debido al momento tan eufórico en su corazón. El tiempo pasó, y aunque la luna seguía brillando intensamente, el momento comenzó a desvanecerse, como un sueño del que ambos no querían despertar. Arlette sabía que pronto tendrían que enfrentar la realidad, pero por ahora, se permitió soñar.
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“no pude decírtelo, Arlette. Me duele dejarte dentro de un mes, pero todo lo que hago es por y para tí." pensó Everest. Arrinconado en su habitación.
Luego, abre su balcón para salir ahora. Hizo una promesa hacia alguien de que no vivira después de esta noche.