En una mezcla de desesperación y determinación, Abigail, una Santa casada con el Duque Archibald, se enfrenta a un oscuro giro del destino. Luego de una confesión devastadora por parte de su esposo sobre su infidelidad con una plebeya, Abigail toma una decisión drástica: pedir el divorcio y romper con el matrimonio que la ha oprimido por años. Sin embargo, esta vez no es una simple víctima. Tras una misteriosa reencarnación, ha regresado al pasado con el conocimiento de su fatídico futuro.
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Capítulo 20
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En la mañana siguiente, en el palacio.
—Qué bien dormí, siento como si un gran peso se me hubiera quitado de encima. "Aunque todo salió como lo planeé, me preocupa que Nina no haya venido a buscarme."
—Oh, buenos días, Santa Abigail. Espero que haya descansado bien. Su hermano me pidió que le informe que desea desayunar con usted y solicita su presencia.
—Sí, muchas gracias.
Abigaíl procedió a cambiarse de ropa con un atuendo que su hermano había comprado con antelación.
—Buenos días, hermano.
—Buenos días, Abigaíl. ¿Descansaste bien?
—Sí, después de la reunión, caí como roca.
—Bueno, era de esperarse. Anoche fue una
locura, pasaron demasiadas cosas. Ven, siéntate, pedí que nos prepararan algo de desayunar.
—Gracias. "¿El príncipe no nos acompañará? Bueno, quizá esté ocupado."
—¿En qué estás pensando, Abigail?
Abigail se sonrojó.
—En nada, hermano. Por cierto, ¿te puedo pedir un favor?
—Dilo. Si puedo ayudarte, lo haré.
—La cosa es que quiero pasar por el ducado de Archibald para recoger algunas de mis cosas y, de paso, asegurarme de que mi sirvienta esté bien.
—No veo necesario que vayas. Después de todo, una vez regreses a casa de nuestro padre, podrás comprar todo lo que necesites.
—Lo sé, pero lo que más me preocupa es Nina. Ella y yo quedamos en que vendría conmigo, pero ayer no apareció. Además, Archibald se fue molesto. No sé por qué, pero no dejo de preocuparme por ella.
—Si quieres, puedo pedirle al príncipe que mande a alguien a revisar, pero tú no regresarás allí.
—Por favor, hermano. No estaré tranquila si no voy yo misma.
—Está bien, pero yo iré contigo, junto con unos guardias, por si ese Archibald trata de hacer algo.
—Gracias, hermano, eres el mejor.
—Ejem, bueno, por ahora desayuna. Después iremos.
Mientras tanto, en la mansión de Archibald…
El duque salía del sótano, cubierto de sangre.
—Buenos días, Duque. Por lo que veo, anoche estuvo muy ocupado.
—Toma, Javier. Haz que alguien limpie mi daga. Por ahora me iré a mi habitación a descansar. No quiero que nadie me moleste.
"Me pregunto qué habrá pasado para que el duque reaccionara así anoche, pero lo más importante, ¿con quién habrá desquitado el enojo?"
Mientras tanto, Archibald se dirigía a su habitación, los recuerdos de la noche anterior asaltando su mente.
-Archibald arrastra a Nina hasta su despacho y cierra la puerta con fuerza.-
¡Habla ahora! ¿Qué más sabes de ese complot? ¡Dime cómo piensan destruirme!
-gritó mientras la sujetaba del brazo con tanta fuerza que sus dedos dejaban marcas.
Nina, sollozando, intentó hablar entre lágrimas:
- No sé nada, Duque. Yo... yo solo quiero irme. He servido a esta familia toda mi vida y nunca... nunca pensé que sería tratada así. Por favor, déjeme marcharme.
Archibald la miró con ojos encendidos de rabia, pero algo en la desesperación de Nina lo hizo retroceder. La soltó bruscamente y caminó hacia una mesa, donde se sirvió un vaso de vino.
Marcharte! ¿Crees que es tan fácil? Si te dejo ir, correrás con Abigail y me traicionarás como todos los demás.
No haré nada, lo juro -respondió Nina, aún en el suelo, temblando.
Archibald bebió de un trago el contenido de su copa.
¡Hoy aprenderás lo que pasa cuando alguien me traiciona! - gritó Archibald mientras cerraba la puerta tras él, dejando a Nina atrapada en la penumbra.
Nina intentaba liberarse de su agarre, pero el duque era mucho más fuerte. La arrojó al suelo, y ella cayó golpeándose contra el frío suelo de piedra.
¡Por favor, su señoría, no he hecho nada malo! Solo quería irme... solo quería una vida lejos de aquí... -sollozó Nina, arrastrándose hacia la pared.
Archibald se acercó lentamente, sus pasos resonando en el vacío del sótano, En su mano llevaba una daga afilada, su hoja brillando débilmente bajo la tenue luz de una antorcha,
¡Silencio! ¿Crees que puedes simplemente abandonar esta casa después de todo lo que sabes? Si no puedes servir con tu lealtad, entonces servirás con tu sufrimiento.
Nina intentó correr hacia la puerta, pero Archibald la sujetó del cabello y la arrastró de nuevo al centro de la habitación.
¡No escaparás de mí! -gritó mientras la inmovilizaba contra el suelo.
-El duque levantó la daga y, sin
vacilar, se la clavó en una mano a
Nina, que gritó de dolor.-
- ¡Por favor, deténgase! ¡Por favor! -gritaba ella, pero sus súplicas caían en oídos sordos.
¡Cállate! Si sigues gritando, me aseguraré de que no vuelvas a decir una sola palabra. - Con un movimiento rápido, Archibald presionó la hoja de la daga contra su garganta, obligándola a quedarse quieta.
Nina sollozaba en silencio mientras el duque comenzaba a sacarse el cinturón. Su mirada estaba llena de una locura cruel y despiadada.
Has usado tus manos para traicionarme, y tu lengua para hablar en mi contra. Ahora no las necesitarás más.
-En un acto brutal, Archibald cortó las manos de Nina mientras ella gritaba con un dolor desgarrador.-
¡Por favor, no! -fue lo último que pudo decir antes de que Archibald le arrancara la lengua de un tajo.
El sótano quedó en un silencio aterrador, roto solo por los sollozos ahogados de Nina mientras la sangre manchaba el suelo.
Archibald, respirando pesadamente, se levantó y se retiró del sótano.
Nina yacía en el frío suelo del sótano, su cuerpo destrozado física y emocionalmente. Había perdido el sentido del tiempo. La oscuridad del lugar se había convertido en un manto que envolvía su dolor, mientras su mente se debatía entre la desesperación y el deseo de aferrarse a la vida.
El abuso de Archibald no había sido solo físico; la había despojado de su virginidad, dejándola en un estado de vulnerabilidad total, Sus manos mutiladas y la ausencia de su lengua eran recordatorios brutales de la crueldad de un hombre al que alguna vez había servido con lealtad.
Javier entra de golpe, agitado, a la habitación del duque con una expresión de molestia.
—¿Qué quieres, Javier? Te he dicho que no me molesten.
—La cuestión es que, en la entrada, se ha estacionado un carruaje con el logo de la familia imperial. De ahí bajaron la Santa Abigail y su hermano, el señor Lewis.
—¿Ahora a qué viene esa maldita perra?
—No lo sé, pero creo que lo más seguro es que viene a ver sus pertenencias.
—Si ese es el caso, recíbelos y deja que se lleven sus mugrosas cosas. Eso sí, no quiero verlos, así que no permitas que entren a mi habitación.
-Javier sale a recibir a Abigail.-
—Buenas tardes, Santa Abigail. ¿Qué es lo que la trae de regreso?
—Buenas tardes, Javier. He venido por mis cosas. ¿El duque regresó anoche?
—¡Qué descaro el suyo al regresar, y todavía peor, preguntar por mi amo después de lo que sucedió anoche!
—Javier, no entiendo tu enfado hacia mí. Solo preguntaba, nada más. Como sea, he venido por mis cosas.
—Adelante. Espero que no deje nada suyo aquí. Después de todo, usted ya no será más bienvenida.
Continuará....