Pesadillas terribles torturan la conciencia y cordura de un Detective. Su deseó de proteger a los suyos y recuperar a la mujer que ama, se ven destruidos por una gran telaraña de corrupción, traición, homicidios y lo perturbador de lo desconocido y lo que no es humano. La oscuridad consumirá su cordura o soportará la locura enfermiza que proyecta la luz rojo carmesí que late al fondo del corredor como un corazón enfermo.
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El Hombre Sin Ojos. Pt5.
Con una sonrisa torcida y nerviosa le dije:
—Buenas noches, Maik.
Refunfuñó entre dientes con su voz áspera y dura.
—Vaya... así que ahora sí saludas. ¿Qué pasa? ¿Saliste de malas hace rato o qué?
Lo miré incrédulo. ¿Hace rato?. ¿Qué quiere decir con eso? Pero no podía explicarle mi laguna mental. Lo miré y respondí:
—Lo siento, solo salí a ver algo. Estaba apurado, por eso no saludé.
Me miró con una ceja alzada y soltó:
—Mira, idiota, no me interesa si te está esperando la reina del mundo. Lo mínimo que puedes hacer es responder el saludo a quien cuida tu trasero mientras duermes. Para que ningún vago se meta a los departamentos de los demás inquilinos.
Sus palabras me helaron la sangre. Tiene razón. Este tipo impone tanto respeto que ni los pandilleros del distrito sur se atreven a meterse con este edificio mientras él está dentro. Fuera... es otra historia. Afuera, no se mueve de su asiento, como si supiera que su deber no va más allá de esa puerta.
Tragué saliva y le dije:
—Sí, Maik. Lo siento. No volverá a pasar.
Me miró por encima del mostrador, cruzando sus enormes brazos tatuados. Los dibujos en su piel, ya difusos, cuentan la historia de su vida anterior. Nunca me atreví a preguntarle a qué grupo perteneció. Lo único que sé es que se salió de esa vida antes de que yo siquiera terminara la escuela.
—¿A dónde vas ahora? —me preguntó—. Llegaste hace apenas 30 minutos. ¿Y ahora te vas de nuevo a esta hora? Recién van a ser las cinco de la mañana.
—Voy a comprar cigarrillos. No me quedan. Y todavía tengo que revisar algunos casos.
Maik me conoce. Sabe que soy detective. Pero nunca se mete en mis asuntos. Es un tipo de fiar, aunque no me gustaría tenerlo como enemigo.
—¿Necesita que le traiga algo? —le pregunté, más por disculpa que por costumbre.
Me miró unos segundos y respondió:
—Tráeme unos chocolates con nueces y quedamos a mano. Y una soda de uva. No de dieta, o te la lanzo en la cara.
Casi sonreí.
—Está bien. Ya vuelvo.
Salí del edificio, alzando el cuello del abrigo. La lluvia en Cuatro Leguas no parecía tener fin. No era una tormenta como de costumbre, pero sí gruesa y pesada. Cada gota sobre mis hombros me recordaba el pasado del que intento alejarme. Caminé unas cuatro cuadras hasta el viejo negocio de Majim, el extranjero siempre sonriente, el único con las luces encendidas a esta hora.
Me miró como siempre, con su sonrisa cálida.
—Buenas noches, detective.
—Buenas noches Majim, dame una cajetilla de los de siempre, cuatro barras de chocolate con nueces y una soda grande de uva. No dietética.
Majim se giró para buscar los productos. Me quedé apoyado en la reja de metal que protege la entrada del negocio a esta hora. En las paredes se veían las marcas de balazos antiguos. Sin embargo, la luz tenue del interior todavía traía algo de calma a esta ciudad podrida.
Me entregó todo en una bolsa de plástico. Le pagué en efectivo y le dejé los diez dólares de cambio. Majim tiene hijos, madruga cada día para mantener a su familia. Es un buen hombre. Espero que los dioses no le den la espalda en estas noches frías y oscuras.
De regreso a mi viejo edificio, un sonido seco me arrancó de mis pensamientos. Venía de uno de los callejones a mi izquierda. No era el ruido típico de un gato hambriento volcando tarros de basura. No, Mis sentidos, endurecidos por años de ser policía, sabían distinguir esas cosas. Lo que escuché fueron pasos rápidos y puños estrellándose contra carne blanda.
Suspiré, resignado.
Cambié la bolsa de mano, deslicé la pistola de mi cinturón con la derecha y colgué la placa sobre el pecho. El frío del metal contra mi pecho húmedo fue suficiente para recordarme que no hay descanso en Cuatro Leguas.
Me deslicé dentro del callejón como un susurro entre sombras, los pies firmes y la mirada fija en la oscuridad al fondo. Los ruidos seguían allí, cada vez más cercanos, cada vez más desesperados. Una voz emergió de entre la penumbra, grave, maliciosa:
—Bien, este tipo ya no se levantará ni hablará de lo que vio. Larguémonos antes de que alguien nos vea.
Apuré el paso. Doblé la esquina de golpe, saliendo con el arma al frente. Dos tipos estaban allí. Vestían como los típicos y estúpidos pandilleros de Cuatro Leguas. Colores amarillos por todas partes. Los 20 Killer.
No lo dudé.
Apunté directo a las cabezas, el dedo tenso sobre el gatillo.
—¡Alto ahí! ¡Policía!, ¡No se muevan!
Ambos se giraron al mismo tiempo. Sus rostros eran una mezcla de sorpresa y furia. No dijeron palabra. En un solo movimiento sacaron sus armas y abrieron fuego, sin pensar en nada más que en sobrevivir.
Salté hacia atrás, pegándome al muro de donde había salido. Las balas rasgaron el aire. Respondí al fuego, cubriéndome de las ráfagas automáticas que rebotaban contra las paredes húmedas y oxidadas del callejón. No buscaba matarlos, solo detenerlos.
Pero los dos bastardos corrieron. Disparaban sin mirar atrás, escapando por el otro extremo del oscuro corredor. Me apresuré, corrí detrás de ellos. Alcancé a ver cómo saltaban dentro de un auto negro con vidrios polarizados y sin placas. Aceleraron en cuanto la puerta se cerró, dejándome atrás en medio de la lluvia.
Volví al callejón, con el corazón martillando en las costillas. Y ahí, entre los tarros de basura, lo vi.
Un chico, No tendrá más de diecisiete años. El rostro hinchado, sangre en la boca, los ojos apenas entreabiertos. Su ropa, sucia y desgarrada, es delatora. Los colores blancos, los símbolos pintados con aerosol… es de los Cráneo Roto. La Pandilla del distrito Este de la Ciudad.
¿Qué hace un chico de esa banda en esta zona? ¿Y por qué carajo los 20 Killer estan operando en el sur?
Jamás se habían atrevido a mover operaciones a este lado. No les conviene. Le tienen demasiado miedo a Demian, el jefe de la familia mafiosa Cooling, los dueños indiscutibles del distrito Sur.