Ansel y Emmett han sido amigos desde la infancia, compartiendo risas, aventuras y secretos. Sin embargo, lo que comenzó como una amistad inquebrantable se convierte en un laberinto emocional cuando Ansel comienza a ver a Emmett de una manera diferente. Atrapado entre el deseo de proteger su amistad y los nuevos sentimientos que lo consumen, Ansel lucha por mantener las apariencias mientras su corazón lo traiciona a cada paso.
Por su parte, Emmett sigue siendo el mismo chico encantador y despreocupado, ajeno a la tormenta emocional que se agita en Ansel. Pero a medida que los dos se adentran en una nueva etapa de sus vidas, con la universidad en el horizonte, las barreras que Ansel ha construido comienzan a desmoronarse. Enfrentados a decisiones que podrían cambiarlo todo, ambos deberán confrontar lo que realmente significan el uno para el otro.
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📌Novela Gay.
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Capítulo 20. Confía en mí.
Tan pronto como la última sílaba se desvaneció en el aire, los labios cálidos y húmedos de Emmett se encontraron con los suyos en un beso cargado de deseo y pasión. En ese instante, Ansel supo que no había comparación posible con el beso de Edgar. Lo que sintió al besar a Emmett era incomparable, infinitamente superior. Cada roce, cada movimiento de sus labios y lengua, el calor y la intensidad que desprendía el contacto, eran un millón de veces mejores que cualquier otra experiencia. La forma en que Emmett tomaba posesión de sus labios, cómo jugaba con su lengua y lamía los rastros de saliva que goteaban de su boca, le resultaban increíblemente atractivos y sensuales. Anhelaba más, mucho más, y ese deseo creciente lo inquietaba. Sabía que perder el control ante Emmett sería un gran problema.
Mientras el beso se intensificaba, uno de los brazos de Emmett rodeó su cintura, atrayéndolo hacia sí, y la otra mano se deslizó por su cuello, descendiendo lentamente, quemando su piel con cada roce. Ansel sintió cómo su cuerpo reaccionaba al tacto, con un escalofrío que recorría su espina dorsal, y una creciente necesidad que no podía controlar. El albornoz que llevaba estaba flojo, lo que permitió que Emmett metiera su mano, explorando el torso de su amigo con sus dedos. El simple roce de esos dedos sobre su piel desnuda hizo que Ansel gemiera contra la boca de Emmett, un sonido que lo delató por completo.
Emmett apenas abrió los ojos, y una sonrisa de satisfacción apareció en sus labios. No lo necesitaba decir, pero adoraba ser el único capaz de arrancar esos sonidos de Ansel. Amaba la idea de ser el único que pudiera besarlo, tocarlo y hacerle sentir de esa manera. Sí, Emmett había sido, y quería seguir siendo, el único en la vida de Ansel, ahora y siempre. No había prisa, podía esperar todo el tiempo del mundo. Conocía bien el corazón de Ansel y estaba seguro de que, al final, no lo dejaría.
Sin separarse ni un milímetro de los labios de Ansel, Emmett comenzó a guiarlo hacia la cama, sus movimientos lentos pero cargados de propósito. Con suavidad, se acomodó sobre el colchón y dejó que Ansel subiera a su regazo, en una posición íntima y cercana. El albornoz de Ansel había caído hasta la mitad de sus brazos, pero no hacía ningún esfuerzo por cubrirse. La sensación de estar así, medio expuesto ante Emmett, no le resultaba incómoda; al contrario, lo excitaba. A Emmett le encantaba verlo así, con la piel ligeramente expuesta, vulnerable y a su merced. Subió las manos a los hombros de Ansel, trazando un lento camino con los dedos sobre su piel, recorriendo cada centímetro como si fuera algo precioso. Finalmente, deslizó el albornoz hasta casi quitárselo por completo, dejándolo apenas colgando de su cintura.
Las caricias de Emmett se volvieron más atrevidas, más intensas. Sus dedos rozaban el torso de Ansel, apretando aquí y allá con suavidad, provocando una serie de jadeos que escapaban sin control de los labios de Ansel. Los labios de Emmett abandonaron la boca de su amigo y comenzaron un camino de besos húmedos por su mandíbula, su barbilla, y luego bajaron hasta el cuello. La sensación era incendiaria, un tornado de deseo que se arremolinaba dentro de Ansel, haciendo que todo su cuerpo ardiera de anhelo.
Las manos de Emmett no se quedaban quietas. Recorrieron la espalda de Ansel, sus costados, su cintura, como si intentaran memorizar cada centímetro de su piel. Los dedos de Emmett encontraron su camino de vuelta al pecho de Ansel, apretándolo suavemente, provocando que su espalda se arqueara de puro placer. El aire estaba cargado, y los sonidos que salían de la boca de Ansel se volvían cada vez más incontrolables. Mordió uno de sus dedos para evitar que esos gemidos salieran, pero ese gesto no pasó desapercibido para Emmett.
—No te muerdas, podrías lastimarte —murmuró Emmett mientras lamía con delicadeza el cuello de su amigo.
Ansel intentó responder, pero antes de que pudiera formar una frase coherente, una mordida suave en su clavícula lo hizo gemir alto y claro.
—¡Ah, Emmett! —soltó entre jadeos, sin poder contenerse más.
Emmett dejó rastros de saliva en su clavícula mientras sonreía con satisfacción.
—Si necesitas morder algo, puedes morderme a mí —dijo Emmett, mientras se quitaba la camisa, revelando su torso desnudo ante Ansel.
El sonrojo invadió el rostro de Ansel, agradeciendo en silencio que la luz era tenue. No quería que Emmett notara el color escarlata que ahora cubría sus mejillas. Sus manos reposaban temblorosas sobre los hombros desnudos de Emmett, pero no se atrevía a ir más allá.
—No... no podría... yo... —intentó excusarse, pero las palabras murieron en su boca cuando las manos de Emmett apretaron su pecho con firmeza.
De repente, los labios de Emmett descendieron sobre su torso, deteniéndose en uno de sus pezones, que comenzó a lamer y succionar con una mezcla de ternura y deseo. La vergüenza que antes sentía Ansel se evaporó en cuestión de segundos, reemplazada por una oleada de puro placer. Los jadeos se convirtieron en gemidos involuntarios, y sin pensarlo dos veces, Ansel hizo lo que antes había negado hacer: mordió el cuello de Emmett, dejándose llevar por la pasión del momento.
Los dos amigos yacían recostados en la cama, viéndose fijamente a los ojos. Sus respiraciones aún se mantenían irregulares, un eco de la intensidad del momento que habían compartido minutos antes. Una cálida sensación de satisfacción envolvía el ambiente, reflejada en las sonrisas genuinas que adornaban sus rostros. Ansel, en ese instante, logró desterrar de su mente todos aquellos pensamientos oscuros que lo perseguían, concentrándose en grabar cada segundo en lo más profundo de su corazón. Por su parte, Emmett estaba igualmente complacido. Volver a sentir la cercanía de Ansel, a restaurar esa complicidad que los unía, lo llenaba de una dicha difícil de describir.
El silencio que reinaba entre ellos fue roto por Emmett, quien, con voz calmada, se irguió un poco en la cama y apoyó la espalda en el respaldo. La tensión en su mirada era evidente.
—Sobre el chico que viste conmigo —comenzó a decir, su tono siendo serio, mientras observaba cómo Ansel lo imitaba, incorporándose lentamente y enfocando su atención en él.
—No tienes que decírmelo si no quieres —murmuró Ansel, tratando de no sonar resentido, aunque era imposible ocultar del todo la inquietud que sentía.
Pero Emmett lo interrumpió con firmeza.
—No, quiero decírtelo —dijo con decisión, sosteniéndole la mirada—. No me gusta verte enojado, y menos aún que me ignores. Sé que fui yo quien te pidió que no me acompañaras, pero tenía razones para hacerlo, aunque quizá no lo expresé de la mejor manera.
—¿Qué razones? —preguntó Ansel, dirigiendo su mirada hacia el techo, intentando procesar todo, aunque en el fondo, su corazón seguía latente de celos y frustración.
—Tony... Él es Tony —explicó Emmett, suspirando con cierto alivio al decir el nombre—. Tiene un problema serio y estoy tratando de ayudarlo. Estudia conmigo, y hemos llegado a llevarnos bien. Necesitaba hablar con alguien, y no quiere que nadie más lo sepa. No tiene amigos cercanos, y por ahora, parece que yo soy el único que puede estar ahí para él. —Tomó la mano de Ansel con suavidad, buscando en sus ojos la comprensión—. Te juro, Ansel, que no quería hacerte sentir mal.
Ansel apretó los labios, resistiendo el impulso de dejarse llevar por sus emociones, pero no pudo contenerse del todo.
—Lo que me dolió no fue solo que no me dejaras ir. Ni siquiera me diste una oportunidad de hablar, simplemente me dijiste que no fuera y colgaste. ¿Qué se supone que debía pensar? —Su voz era más firme, mostrando la irritación que intentaba reprimir. Los celos que había intentado tragarse ahora parecían cobrar vida en cada palabra que pronunciaba.
Emmett bajó la mirada por un momento, apretando la mandíbula antes de responder.
—Estaba enojado, Ansel. —Su voz sonaba contenida, casi al borde de la frustración—. Te vi con Edgar y... No puedo soportarlo. Él y yo no nos llevamos bien, y me dio rabia verte tan cómodo con él, incluso permitiendo que te abrazara. Sé que no debería afectarme tanto, pero no pude evitarlo.
Ansel frunció el ceño, desconcertado por la revelación. Así que no era solo una percepción suya, Emmett y Edgar realmente se conocían.
—¿Cómo lo conoces? —preguntó, aunque ya podía intuir que la respuesta no sería sencilla.
Emmett bufó, cruzando los brazos sobre su pecho, claramente molesto por el recuerdo.
—El primer día de clases tuve la mala suerte de toparme con él. —Su tono era agrio—. No es una buena persona, An. Lo sé, por eso no quiero que te acerques más a él.
Ansel sintió cómo la rabia se acumulaba en su interior. Siempre había estado de acuerdo con Emmett, siempre había cedido a sus deseos, pero esta vez no.
—No, Emmett —dijo, firme, sorprendiendo a su amigo. Ansel casi nunca le contradecía—. Hoy, al salir con él, me demostró que no es la persona que tú piensas. Puede que a ti no te guste, pero eso no significa que sea mala persona. No puedes controlar a quién veo o con quién hablo.
Emmett soltó la mano de Ansel, claramente desconcertado por la negativa.
—Ansel, no es solo que no me guste. Hay más detrás de esto —se enderezó, mirándolo directamente—. No es seguro que estés cerca de él, no solo por cómo me siento. No puedo decirlo todo ahora, pero lo sé, y te estoy pidiendo que confíes en mí.
—¿Por qué no puedes decirlo? —preguntó Ansel, cruzando los brazos con escepticismo.
Emmett apartó la mirada un momento, luchando internamente con la situación.
—Es una promesa que hice —dijo finalmente, con un tono derrotado—. No puedo romperla. Pero, por favor, Ansel, no lo veas más. Solo confía en mí, no seas caprichoso, ¿sí? No quiero que salgas herido.
Ansel rió con sarcasmo, sacudiendo la cabeza.
—¿Caprichoso yo? —repitió con incredulidad—. El único que parece estar encaprichado aquí eres tú, Emmett. Si no me vas a decir lo que pasa, no puedes esperar que simplemente me aleje de Edgar. No es justo.
—¿De verdad estamos discutiendo por él? —Emmett se pasó las manos por el cabello, visiblemente frustrado—. Ansel, ese tipo no tiene buenas intenciones contigo, no puedo explicártelo ahora, pero debes creerme.
—¿Cómo lo sabes? ¿Acaso puedes leer mentes? —respondió Ansel, casi desafiante.
—No necesito leer mentes para darme cuenta —replicó Emmett, acercándose—. Lo veo en la forma en que te mira, en cómo se comporta. Él no es de fiar.
—¿Y por qué debería confiar en tu juicio? —dijo Ansel, ya cansado de la conversación.
—Porque te conozco, Ansel —respondió Emmett, con una mezcla de súplica y convicción—. Y sé que solo quiero protegerte. Prometo que cuando llegue el momento, te diré todo lo que necesitas saber, pero por ahora, solo confía en mí.
Emmett tomó el rostro de Ansel entre sus manos, mirándolo a los ojos antes de darle un beso suave y fugaz.
—Por favor, An —susurró—. Solo confía en mí, ¿de acuerdo?
Ansel, agotado por la discusión, finalmente asintió, aunque una parte de él seguía con dudas.
—Bien —murmuró—, confío en ti. Pero espero que cuando me lo expliques, valga la pena.
Emmett sonrió, un alivio genuino cruzando por su rostro antes de besar a Ansel nuevamente, esta vez con más profundidad y ternura.
—Gracias —murmuró contra sus labios—. Te quiero, An.
—Yo también te quiero —respondió Ansel, aunque en el fondo, su mente seguía llena de preguntas sin respuesta.