Matrimonios por contrato que se convierten en una visa hacia la muerte. Una peligrosa mafia de mujeres asesinas, asola la ciudad, asesinando acaudalados hombres de negocios. Con su belleza y encantos, estas hermosas pero letales, sanguinarias y despiadadas mujeres consiguen embaucar a hombres solitarios, ermitaños pero de inmensas fortunas, logrando sus joyas, tarjetas de crédito, dinero a través de contratos de matrimonio. Los incautos hombres de negocia que caen en las redes de estas hermosas viudas negras, no dudan en entregarles todos sus bienes, seducidos por ellas, viviendo intensas faenas románticas sin imaginar que eso los llevará hasta su propia tumba. Ese es el argumento de esta impactante novela policial, intrigante y estremecedora, con muchas escenas tórridas prohibidas para cardíacos. "Las viudas negras" pondrá en vilo al lector de principio a fin. Encontraremos acción, romance, aventura, emociones a raudales. Las viudas negras se convertirán en el terror de los hombres.
NovelToon tiene autorización de Edgar Romero para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 20
Corzo y Chauca empezaron con el Copacabana, el local más exclusivo de Lima, elegante, carísimo y distinguido, ubicado en una zona residencial de la ciudad, rodeado de máxima seguridad y con una amplia cochera al interior, bastante apartado, para evitar a los paparazzis que siempre andan fisgoneando en pos de cazar infragantis a artistas, políticos o millonarios. -¿Cuánto cuesta un vaso de cerveza aquí?-, preguntó divertido Corzo viendo la majestuosidad del local, imponente, alzándose delante de ellos como un gigante, de lunas polarizas y focos amarillentos.
-No sé, creo que no baja de cien dólares, quizás cueste más o quién sabe, solo se pague en euros-, especuló divertido Chauca.
El gerente se mostró solícito, apenas Corzo y Chauca se identificaron como policías. -Buscamos a esta mujer-, subrayó el capitán mostrando la foto de Marcela Belgrano extraída de sus anteriores detenciones.
-Llegan muchas mujeres hermosas al club, es difícil saberlo. En este instante convoco y reúno de inmediato a los mozos. Quizás alguno la identifica aunque será como buscar una aguja en un pajar, más aún tratándose de tantas jóvenes lindas que suelen llegar sobre todo los fines de semana-, explicó solícito el gerente.
Efectivamente, no hubo suerte con los mozos. Ninguno la conocía a la chica.
Fastidiados los policías fueron luego al Moon River, escondido en la carretera central, en un paraje hacia Santa Clara, elegante, pulcro, entreverado con una tupida maleza, igualmente para evitar que sus clientes sean sorprendidos por fotógrafos a la caza de noticias y escándalos. Tampoco tuvieron fortuna. Posteriormente marcharon a paso forzado hasta el Viena, en Retablo, pero igual nadie pudo reconocerla a la susodicha dama. Como le habían advertido a los policías, era igual que buscar una aguja en un pajar
-Seguro cambió su look-, consideró Chauca visiblemente cansado, desanimado por la infructuosa búsqueda.
-Las mujeres se peinan de un millón de maneras diferentes-, le recordó Corzo aceptando también que era casi imposible dar con alguna referencia de ella.
Luego de visitar otros locales, la suerte les sonrió, al fin, en el Muelle Dorado de la Costa Verde, empotrado en un acantilado, cerca de donde reventaban las olas, muy apartado, además, con cochera privada y luces tenues para pasar desapercibido. El gerente la reconoció de inmediato a Marcela.
-Sí. Espléndida dama, muy elegante, correcta, distinguida y de voraz apetito. Inolvidable-, dijo con su acento italiano, sonriendo bajo sus tupidos mostachos, evocando la silueta, su sonrisa deliciosa y los ojitos vivarachos y seductores de aquella enigmática fémina que había encandilado, además, a todos los comensales por sus curvas infartantes.
-¿Con quién venía?-, se apresuró a preguntar Chauca.
El gerente hizo un gran esfuerzo escarbando en su mente, tratando de recordar con quién la había visto. -Deme un minuto, recuerdo que la vi bailar un bolero, bien pegaditos los dos, y me maravillaron las curvas de ella. ¡Mamma mía! Su vestido negro era muy estrecho, pegado y tenía una gran abertura hasta la cadera. Tenía unas posaderas colosales. Eso lo recuerdo bien, era una belleza exquisita, como le digo, pero ¿con quién bailaba? déjeme, déjeme recordar, debió ser alguien muy distinguido y bien vestido, de eso no me cabe duda-, decía trastabillando con sus evocaciones, explorando con afán su memoria, tratando de hallar alguna figura entre las tantísimas que se amontonaban en su cabeza.
-Sí, si, dijo al fin, después de un rato, pagó con una tarjeta de oro, claro, sí. ¡Cómo pude olvidarlo! Yo le pasé la tarjeta y él no dejaba de mirar a la chica. Y me acuerdo de su apellido, porque es de un cañón famoso de Perú. ¡Colca! ¡Humberto Colca!-
El gerente les describió al sujeto, maduro, entrado en años, pero saludable, con algunas canas, alto, sólido y con una gran peculiaridad que a todos le llamaba la atención sobremanera: las cejas de ambos ojos parecían pegadas, haciendo un gran renglón de pelos sobre sus ojos.
Corzo y Chauca volvieron a los locales que visitaron antes y volvieron a preguntar a los mozos, esta vez por Colca. Todos lo reconocieron: " claro, sí recordamos bien a ese hombre, el que tenías las cejas pegadas, inconfundible", dijeron en forma unánime, coincidente, todos, recordándolo perfectamente además de sus espléndidas propinas que dejaba por las atenciones.
-Es raro que a un hombre se le junten las dos cejas-, echó a reír Chauca, pero Corzo estaba muy entusiasmado.
-Colca estuvo con la chica Marcela. Gastó a manos llenas, se daban la gran vida. Eso es lo raro-, dijo el capitán apuntando sus especulaciones en una libretita pequeña que siempre llevaba consigo, a todas partes.
-¿Recuerda la película de esa callejera que se enamora de un súper millonario?, la chica también era una prostituta de baja categoría-, le insistió Chauca.
-Y el sujeto que hizo Gere era empresario, millonario. Coincide, perfectamente, pero ésta no es una película, sino la vida real-, echó a reír de buena gana el capitán Corzo. -Ahora solo nos falta encontrar al hombre de las cejas pegadas-, estaba eufórico Corzo.
Sin embargo, encontrar a Colca resultó una tarea imposible. No existía. No había ningún dato sobre él. Nadie se llamaba Humberto Colca en el país.
-¿Un seudónimo?-, preguntó Tudela.
-No. No creo, se sobó el mentón Corzo, hay una pista para dar con él. Pagaba con una tarjeta clásica de oro. Busquemos allí-
Esa fue otra tarea de titanes, sin embargo tuvieron mayor suerte: un tal Humberto Colca había hecho el retiro de todo el dinero de la tarjeta y presentaba, obviamente, inmensas deudas. Se encontraba con la cuenta bloqueada.
-Le vaciaron la tarjeta-, especuló, ahora desconcertado, Corzo.
-Entonces, ¿quién truenos era ese tal Colca? ¿Un millonario sin suerte en el amor?-, se preguntó intrigado Tudela.
-No lo sé, pero es un hecho que la tal Marcela debe conocerlo-, echó a reír Corzo tratando de disipar su desconcierto.