En está historia veremos a una joven, dispuesta hacer lo que sea para salvar la vida de su mamá, pero, ¿Qué pasará con ella, si en el proceso se enamora? Los invito a leer.
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Cap. 20
— ¡Qué perra! ¡Ay! Como la envidio. Ese hombre gime como un león, parece que es todo un semental que devora almas.— dijo Luchi con una excitación vulgar, ajena al dolor de su amiga.
— ¡Cállate, Luchi! Eres igual de patética que él, disfrutando del espectáculo de mi miseria.— espetó Sorimar, la furia burbujeando bajo su piel, y se retiró del lugar como si huyera de un incendio.
A los pocos minutos, Paola salió de la oficina, ajustándose la ropa, su cabello rubio un caos satisfecho.
— Ay, perdón por el ruido, chicas. Es que cuando estoy con Eykel no puedo controlar mis emociones. Es un animal, ¿saben?— aclaró la rubia con una sonrisa demasiado amplia.
Sorimar estaba visiblemente temblando de rabia y celos. El silencio de ella fue el grito más fuerte. Eykel salió justo después, con el aura limpia del depredador recién alimentado.
— Vamos a comenzar con la sesión. Estoy listo para trabajar— anunció, su voz cortante.
— Claro, ahora está livianito de cojones. ¡Qué asco!— susurró Luchi, pero Sorimar la ignoró, enfocada en la pared.
Entraron al estudio. El ambiente se sentía espeso, cargado con el olor de la humillación y el semen ajeno. Los demás trabajadores se movían con incomodidad.
— Podemos comenzar ya, por favor. Necesito irme de este lugar, necesito aire puro— dijo Sorimar, sin dignarse a mirarlo, su voz un filo helado.
Todos la miraron, sorprendidos por su desafío. Continuaron la sesión, pero Sorimar no podía concentrarse; cada flasheo de la cámara era la imagen de Eykel enterrado en el cuerpo de Paola, los gemidos repitiéndose en su cabeza.
— Sorimar, necesitas relajarte. Estás tensa, parece que posas para tu propio funeral— le advirtió Edwin.
— ¿Puedo tomar un poco de aire fresco? Necesito cinco minutos, o voy a romper algo— pidió la señorita.
— Por supuesto, no pasa nada.— aclaró Edwin. Eykel la observaba de reojo, con una chispa de triunfo y molestia.
Salió al balcón. Sentía un nudo de angustia que le cerraba la garganta, pero se prohibió llorar. Se preguntó con terror: ¿Será que estoy enamorada de Eykel? ¿Por qué me molesta tanto que esté con otra mujer? ¿Por qué la idea de que esa boca besó a Paola me sabe a ceniza?
Estaba inmóvil en el balcón, mirando el vacío, sus ojos a punto de ceder.
— ¿Qué te sucede? ¿Tan afectada te tiene mi placer?— preguntó Eykel, apareciendo detrás de ella como un fantasma.
— Te crees muy macho, ¿verdad? Eres un imbécil sin escrúpulos que utiliza su dinero para pisotear la dignidad ajena.— expresó, la voz rota.
— Tu actitud es la de una mujer celosa, ardiendo de celos, y eso no puede ser posible. Entre tú y yo no hay nada, y jamás lo habrá. Lo único que tenemos pendiente es tu virginidad, mi pago.
— ¡Celosa yo! ¡Qué patético! Amo a Maicol. Él sí es un hombre de verdad, con alma y respeto. Si dejo que me toques, si permito que me beses, solamente lo hago porque pagaste un contrato por mi virginidad. No te confundas, Eykel. Tú no me interesas. Eres solo un mal trago.— musitó, esforzándose por no ser tan condenadamente obvia.
Eykel se quedó pensativo. Esa negación, esa defensa de Maicol, lo hirió. La agarró por la muñeca, su agarre de hierro le recordó quién era el dueño. Ella, disimulando, gritó en un susurro: "¡Suéltame!". Él no hizo caso.
Volvieron al estudio, Eykel con una determinación fría.
— No hay sesión de fotos. La señorita Sorimar está indispuesta. La llevaré personalmente a su casa— explicó.
— Mi sol, ¿qué tienes? ¿Te sientes mal?— preguntó Luchi, preocupada.
— Ella lo único que necesita es descansar. ¿Te puedes ir en uno de los autos de la agencia?— dijo Eykel, la orden velada en su voz.
— ¡No te pregunté a ti, cretino! No voy a dejar a mi amiga sola contigo.— desafió Luchi.
— No te preocupes, Luchi. Voy a estar bien. Él tiene que llevarme, ¿recuerdas?— mintió Sorimar, la verdad de su destino sellada en sus ojos.
Salieron de la agencia. Él la tomaba de la mano, no como un amante, sino como si ella fuera una joya robada de la que dependía su vida. Condujo hasta un hotel cinco estrellas, una jaula de lujo. Al llegar, la recepcionista lo saludó con reverencia; era un cliente VIP. En ningún momento soltó su mano. Ella era la presa que no podía escapar, y él, el cazador paciente.
Sorimar permaneció en un silencio tenso, pero sentía una sensación oscura en el corazón: la de la fatalidad. Este momento debía llegar.
Entraron a una suite con una vista imponente, un escenario perfecto. Para ella, era el sacrificio que debía consumar. Para él, solo era un rato de humillación y conquista.
— ¿No piensas decir nada? ¿O planeas quedarte callada como una virgen asustada?— preguntó él, mientras se desvestía con lentitud, saboreando el poder.
— Sí. Esta noche voy a cenar con Maicol. ¿Podemos terminar rápido con esta farsa?— le espetó, intentando inyectar desprecio en su voz.
— ¡Siempre Maicol! El nombre del cordero que voy a deshonrar— rugió, deteniéndose. —Tranquila, solo vamos a tener sexo. Sexo, Sorimar. Brutal y sin ternura. ¿Estás lista?
— Jamás. Óyeme bien, jamás voy a estar lista para tener "sexo" de esta manera.— le gritó, por primera vez, con la verdad desnuda.
— ¡No te estoy obligando! ¿O sí?— Su pregunta era retórica, cínica.
— No. Pero tampoco lo voy a hacer por gusto. No vas a tener la satisfacción de mi deseo— sentenció.
— ¡Maldita sea! ¡Eso debiste pensarlo antes de venderte como una prostituta de élite! Yo tampoco estoy aquí por gusto. Estoy aquí porque quiero follar a la mujer de Maicol Green, quiero tomar lo que es suyo. Quiero que cuando él te acaricie, ahí estén mis huellas, mi olor, mi veneno en tu alma.
— ¡Patrañas! ¿Acaso Paola no es suficiente mujer para ti? ¿Necesitas destrozar la vida de un hombre noble para sentirte poderoso?
— ¿Acaso crees que con un polvo sin alma puedo saciar mis deseos? Tú me debes el cuerpo.— El bóxer fue al suelo.
Él quedó desnudo, un dios pagano de músculos tensos y deseo puro. Ella permaneció parada, observándolo con una mezcla de horror y fascinación. Se acercó a ella, su mano tocó su rostro, luego sus labios. Al principio, la besó con rabia, castigo, como si la estuviera marcando con fuego. Pero cuando sus labios se suavizaron bajo los de ella, la rabia se transformó en una ternura peligrosa y posesiva.
Mientras ambos se perdían en el beso, él sintió su cuerpo rígido, una resistencia férrea.
— No hagas esto difícil, Sorimar. No quiero que sea a la fuerza. No quiero odiar este momento.— suplicó, una pizca de derrota en su voz.
Ella no emitió palabra, la lucha interna en su mirada. Él la empezó a desvestir, con una delicadeza inesperada, con una ternura casi reverente. Realmente deseaba poseerla, no solo como un objeto, sino como a una mujer. Ella, al sentir sus suaves manos descorriendo la tela de su cuerpo, se erizó, la piel de gallina no por miedo, sino por un placer prohibido que la traicionaba.