Reencarné como la villana y el príncipe quiere matarme. Mi solución: volverme tan poderosa que nadie se atreva a intentarlo. El problema: la supuesta "heroína" es en realidad una manipuladora que controla las emociones de todos. Ahora, debo luchar contra mi destino y todo un reino que me odia por una mentira.
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Leyenda Viviente
Los rumores, esta vez, no fueron susurros de miedo, sino cantos de alabanza. La historia de cómo la "Bruja de Cabello Rojo" había enfrentado al Rey mismo para derrocar a un noble corrupto se propagó como un reguero de pólvora. No era solo una sanadora o una reconstructora; era una justiciera.
En los barrios, su nombre se pronunciaba con una reverencia que rayaba en lo religioso. Donde antes la gente se apartaba con temor, ahora se agolpaban a su paso, no para pedir, sino solo para verla, para tocar el borde de su capa negra como si fuera un talismán. "La Bruja" ya no era un apodo que ella usaba; era un título que el pueblo le había concedido, un título que significaba protectora implacable. Cualquier problema, por pequeño que fuera, y la gente decía: "La Bruja lo resolverá". Se había convertido en su heroína, un símbolo de esperanza tangible y poderosa.
Su labor no cesó. Si alguien caía enfermo con una fiebre misteriosa, Irina estaba allí, usando una mezcla de sus pociones y un toque de magia vital para sanarlos. Si una bestia amenazaba una granja aislada, ella aparecía, no siempre para matar, sino a veces para ahuyentarla o, con un hechizo de calma mental que rozaba lo prohibido, redirigirla a las montañas. Cada acto solidificaba su leyenda. Ya no era la Dama Blanca que ayudaba en secreto; era una fuerza visible e incuestionable del bien, que operaba con una moral práctica que priorizaba los resultados.
Con Alexander, las cosas habían cambiado. Después del incidente con Lord Tavish, Irina tomó una decisión consciente.
"Alexander",le dijo una tarde en los jardines, "ya no necesitas acompañarme en todo."
Él la miró, confundido. "Es mi deber protegerte."
"Ya no me proteges de los monstruos,Alexander. Me cubres las espaldas", aclaró ella con suavidad. "Y puedo hacerlo sola. Nuestro... entrenamiento... ha terminado. Eres el Príncipe Heredero. Tu lugar está aquí, aprendiendo a gobernar, no siguiéndome a cada misión." No era un rechazo, era una liberación. Ella ya no era la niña que necesitaba un guardaespaldas real. Era un poder por derecho propio, y necesitaba espacio para actuar. Alexander, aunque algo herido en su orgullo, lo entendió. Asintió con solemnidad. Su relación había evolucionado otra vez: de compañeros de juego a compañeros de batalla, y ahora a aliados políticos con caminos que, aunque paralelos, ya no eran inseparables.
Mientras su vida pública era un torbellino de acción y responsabilidad, su correspondencia con Elías se convirtió en su refugio privado. En sus cartas, no era la Bruja ni la Protectora. Era solo Irina.
«Querido Elías, hoy logré que un campo estéril diera sus primeros brotes. La gente lloraba. A veces el poder asusta, pero ver esa alegría... lo hace valer la pena.»
«Mi querida Irina, tus palabras pintan un cuadro más vívido que cualquier libro. Aquí, tu idea para los acueductos avanza. Los ingenieros están asombrados. Eres una tormenta de ideas maravillosas, y me honra ser tu confidente.»
Él era su válvula de escape, el único que la entendía sin necesidad de explicaciones, el que veía la chispa detrás del poder, la niña detrás de la leyenda. Mientras Alexander representaba el deber y el reino que tenía a sus pies, Elías representaba el entendimiento y el reino que podían construir juntos en sus mentes.
Irina Sokolov había reescrito su destino. La villana había muerto, ahogada en un mar de gratitud y en el poder redentor de sus propias manos. En su lugar había nacido una leyenda viviente, una joven que cargaba con el peso de su pueblo sobre sus hombros, encontrando fuerza en su propio corazón y en las palabras de un príncipe aliado que, desde la distancia, le recordaba quién era cuando se quitaba la capa.
Tres años habían transformado el reino. Los campos, antes susceptibles a plagas y malas cosechas, ahora florecían con una vitalidad envidiable, gracias a las técnicas de rotación y los pequeños toques de magia terrestre que Irina había enseñado. La hambruna era un recuerdo lejano. Las calles estaban limpias, y el pueblo, aunque aún humilde, vivía con dignidad y esperanza. La red de escuelas y hospitales funcionaba como un reloj. La corrupción, tras el escarmiento de Lord Tavish, se había reducido a un susurro, ahogado por la vigilancia constante de una ciudadanía más empoderada y de una "Bruja" que no dudaba en actuar.
Su padre, el duque Viktor, la miraba con un orgullo que traspasaba lo paternal. Era el orgullo de un gobernante hacia su sucesora natural, aunque su título fuera otro. El Rey, por su parte, ya no la veía solo como la prometida de su hijo, sino como el pilar sobre el que se sostenía la estabilidad y prosperidad del reino. La veía, sin duda alguna, como la futura reina.
Y no era el único. Desde Eldoria, el rey Osric seguía cada uno de sus logros a través de las cartas de su hijo. Para él, Irina era la mente brillante, la arquitecta social, la aliada perfecta. También la veía como la futura reina... de Eldoria, a través de un matrimonio con Elías. Él soñaba con unir sus reinos bajo el yugo de esa joven extraordinaria.
Pero en el centro de este tira y afloja de coronas, Irina permanecía sorprendentemente desinteresada. El trono no era su objetivo. Era una carga, una jaula de oro que la alejaría de las calles, de la gente, de la acción tangible. "Reina" era un título; "La Bruja" era un legado.
Y ahora, el lugar donde ese legado podría desmoronarse se cernía sobre ella: la Academia Real de Magia y Caballería.
Mientras empacaba sus cosas, una ansiedad fría se arrastró por su pecho. Allí estaba Liz. La heroína de la luz. La chica por la que, en otra vida, Alexander la había empalado. Aunque ya no sentía odio, el instinto de supervivencia era poderoso. «Ahí sigue la historia», pensó, mirando su reflejo en la ventana. Ya no era la niña caprichosa, pero la trama original era como una maldición persistente.
Alexander y Elías llevaban dos años allí. Su correspondencia con Elías se había mantenido, pero era diferente. Más formal, llena de consejos sobre la academia, pero carente de la chispa de antes. Con Alexander, el silencio había sido casi total. Eran extraños otra vez, y ella entraría en su territorio.
La noche antes de partir, el pánico la asaltó. ¿Y si, a pesar de todo, la historia se repetía? ¿Y si Liz, con su magia de luz pura y su corazón de heroína, despertaba algo en Alexander que ella nunca podría? ¿Y si, en ese entorno competitivo, sus métodos pragmáticos y su magia "oscura" la volvían a marcar como la antagonista?
Se sentó en su cama, abrazando sus rodillas. Por un momento, fue de nuevo la niña de cinco años aterrorizada por un futuro que había leído.
"Tranquila, Irina", se susurró a sí misma, cerrando los ojos y respirando hondo. "No eres la misma. El reino no es el mismo. Alexander no es el mismo." Abrió los ojos, y en ellos solo había determinación. "Y yo no voy a dejar que un libro decida mi final."
Al día siguiente, cuando partió hacia la academia, no lo hizo como la niña asustadiza, ni como la Dama Blanca, ni siquiera como la Bruja. Lo hizo como Irina Sokolov, Protectora del Reino, maestra de magia y espada, y arquitecta de su propio destino. Iba a enfrentarse al fantasma de su pasado, no para huir de él, sino para demostrarle, una vez por todas, quién mandaba en esta historia.
está historia me hizo recordar los procesos que muchos pasamos 😭😭