Alejandro es un político cuya carrera va en ascenso, candidato a gobernador. Guapo, sexi, y también bastante recto y malhumorado.
Charlotte, la joven asistente de un afamado estilista, es auténtica, hermosa y sin pelos en la lengua.
Sus caminos se cruzaran por casualidad, y a partir de ese momento nada volverá a ser igual en sus vidas.
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Distancias calculadas
Capítulo 19: Distancias calculadas
La segunda semana de la gira electoral comenzó con un sol que golpeaba los cristales del bus como si quisiera advertirles del cansancio acumulado. Las ciudades ya no eran nuevas, los rostros del equipo mostraban leves signos de agotamiento, y los minutos de silencio en los trayectos se habían vuelto más frecuentes. El vehículo avanzaba por una carretera costera, bordeada por campos de olivos y cipreses, mientras el mar apenas se insinuaba en el horizonte, azul y calmo, como si contrastara con la tensión en el interior.
Charlotte, como era habitual, permanecía en el asiento lateral, observando la luz que entraba por la ventana, revisando cada fotografía del último evento en su tablet. No había papeles de informes ni listados de discursos: su trabajo era sutil, pero esencial. Ajustaba tonos, señalaba cómo la luz podía resaltar mejor los rasgos de Alejandro, evaluaba su postura y la forma en que su expresión se proyectaba en la cámara. Marco estaba a su lado, con el trípode apoyado entre sus piernas, jugando con la configuración de la cámara mientras lanzaba comentarios que hacían que Charlie riera en voz baja.
—Si me permites la sugerencia —dijo Marco en un susurro, mientras ajustaba el ángulo de la lente—, tal vez podrías indicarle que incline un poco la barbilla. Haría que la luz no le haga sombra en los ojos. Aunque, siendo honesto, creo que tu encanto hace que se vea bien hasta con luces de emergencia.
Charlotte levantó la mirada, sonriendo con esa mezcla de diversión y picardía que siempre lograba desarmar a quienes la escuchaban.
—Gracias, Marco —replicó, girando un poco la tablet hacia él—. Pero no estoy aquí para mejorarme a mí misma. Si Alejandro se ve bien, todos parecen más tranquilos.
Desde los asientos traseros Alejandro miraba de reojo. Su ceño estaba ligeramente fruncido, y aunque fingía concentrarse en los informes de la pantalla de su tablet, no podía evitar notar la cercanía entre ellos, la naturalidad con que Charlotte reía, la manera en que Marco parecía anticipar cada gesto suyo. Esa sensación, extraña y molesta, se instaló en su pecho como un recordatorio incómodo: no le gustaba estar observando sin poder intervenir, pero tampoco lograba apartar la mirada.
Cuando el bus descendió hacia la siguiente localidad, Charlotte y Marco fueron de los primeros en bajarse, adelantándose unos metros para coordinar con los organizadores locales. El sol golpeaba con fuerza, pero Charlotte parecía irradiar energía suficiente para iluminar toda la plaza. Ajustó discretamente la chaqueta de Alejandro antes de que él pudiera protestar.
—Solo un segundo, señor Montalbán, está arrugada en la parte de atrás —dijo con una sonrisa ligera.
—Puedo ocuparme solo, gracias —respondió él con un tono frío, seco, midiendo cada palabra.
Charlotte encogió los hombros, como si nada. Continuó con Marco revisando la iluminación y la posición de las cámaras, dando indicaciones sutiles para que cada gesto y movimiento del candidato fueran fotografiables. Desde la distancia, Giulia observaba con ojos afilados, aprovechando la oportunidad para lanzar un comentario venenoso.
—Algunos parecen disfrutar demasiado de esta gira, ¿no crees?
Charlie, sin perder la compostura, respondió con un sarcasmo medido:
—Bueno, Giulia, cuando uno disfruta su trabajo, el cansancio pesa menos. Tal vez deberías intentarlo.
Marco contuvo la risa, mientras Alejandro, a unos metros, percibió el comentario y el tono de Charlotte. Por un instante, su expresión se suavizó apenas, aunque rápidamente volvió a la concentración, fingiendo desinterés.
El acto comenzó minutos después. Alejandro subió al escenario sin saco, con la chaqueta y los pantalones de corte chino, proyectando esa accesibilidad que Charlotte había insistido en sugerir. Su discurso fue firme, estructurado, pero con gestos más abiertos, naturales, menos rígidos. Cada frase estaba medida, pero su tono reflejaba una cercanía inesperada. Charlie observaba desde el costado del escenario, señalando a Marco discretamente los pequeños detalles: cómo inclinar la cabeza, cómo situar las manos, cómo mirar a la audiencia.
Y, sin poder evitarlo, Alejandro miraba de reojo. Cada risa ligera de Charlotte, cada gesto natural que ella compartía con Marco, le provocaba una sensación extraña en el pecho. No era celos exactamente, ni interés consciente; era un ruido interior que no sabía interpretar. El acto transcurrió sin problemas, los aplausos llenaron la plaza, pero la incomodidad permaneció, silenciosa, bajo la superficie.
Cuando Alejandro bajó del escenario, Charlotte se acercó con la intención de ayudarlo a quitarse la chaqueta que llevaba. Su gesto fue rápido, elegante, pero él se apartó apenas lo suficiente para mantener la distancia.
—No hace falta, gracias —dijo, con un tono controlado, frío, pero respetuoso.
Charlotte contuvo una sorpresa apenas perceptible, bajando la chaqueta y manteniendo la sonrisa profesional.
—Como prefiera, señor Montalbán —replicó, con una mezcla de diversión y leve desconcierto.
Marco, a su lado, percibió la tensión. Intentó suavizarla con un comentario sobre la iluminación para el siguiente evento, pero Alejandro apenas asintió, desviando la mirada. Charlotte, consciente de que su presencia no había sido bienvenida, decidió moverse hacia un lado, observando cómo el resto del equipo comenzaba a desmontar equipos y preparar el autobús para la siguiente ciudad.
Esa noche, en la posada costera donde se alojaban, el comedor se llenó del bullicio del equipo. Charlie y Marco se sentaron juntos, compartiendo risas y bromas sobre los detalles del día. Marco, siempre atento, la escuchaba con una mezcla de admiración y complicidad. Alejandro llegó unos minutos después, tomó asiento en el extremo de la mesa, solo, con su plato servido. Desde allí, observaba la interacción sin participar. La tensión era silenciosa, palpable: la cercanía de Charlotte con Marco le irritaba, y al mismo tiempo, despertaba en él un interés que no estaba dispuesto a admitir.
Charlotte notó la mirada de Alejandro varias veces, pero decidió fingir indiferencia. Su humor y sarcasmo eran sus defensas, y la mantenían imperturbable. Sin embargo, mientras reía ante un comentario de Marco, sintió un escalofrío: la certeza de que estaba siendo observada.
Al final de la cena, Charlie se levantó y salió al patio a tomar aire. La brisa marina refrescaba su rostro, despeinando levemente su cabello pelirrojo. Marco la siguió unos pasos detrás, comentando un detalle técnico sobre el próximo acto, pero su atención estaba en ella, y no en la conversación.
Unos minutos después, Alejandro apareció en la puerta del patio, sin decir palabra. Los observó a cierta distancia, con las manos en los bolsillos, en silencio. No había reproche ni sonrisa, solo una mirada intensa, contemplativa. No entendía del todo lo que sentía, solo que algo en ella le resultaba inquietantemente cercano y, al mismo tiempo, inalcanzable.