El mundo cayó en cuestión de días.
Un virus desconocido convirtió las calles en cementerios abiertos y a los vivos en cazadores de su propia especie.
Valery, una adolescente de dieciséis años, vive ahora huyendo junto a su hermano pequeño Luka y su padre, un médico que lo ha perdido todo salvo la esperanza. En un mundo donde los muertos caminan y los vivos se vuelven aún más peligrosos, los tres deberán aprender a sobrevivir entre el miedo, la pérdida y la desconfianza.
Mientras el pasado se desmorona a su alrededor, Valery descubrirá que la supervivencia no siempre significa seguir con vida: a veces significa tomar decisiones imposibles, y seguir adelante pese al dolor.
Su meta ya no es escapar.
Su meta es encontrar un lugar donde puedan dejar de correr.
Un lugar que puedan llamar hogar.
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19
La euforia del botín duró exactamente hasta que Valery, al mirar por el espejo retrovisor, vio la nube de polvo.
No era grande, pero se movía con una persistencia que no era casual. Se aferraba al camino detrás de ellos, manteniendo una distancia constante, como un animal que husmea una presa sin decidirse a atacar.
—Papá —dijo Valery, su voz recuperando instantáneamente la frialdad de acero. No necesitó decir más.
Derek se volvió, sus ojos siguieron la dirección de su mirada y se estrecharon. La escopeta, que había descansado un momento en el suelo, volvió a sus rodillas con un movimiento fluido.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó, su voz un rumor áspero.
—Desde que dejamos el camino de tierra. Dos, tres minutos.
Luka, en el asiento trasero, captó el cambio en la atmósfera. Se enderezó, sus ojos azules se clavaron en el espejo lateral. —¿Qué pasa?
—Nada, Luky —mintió Valery, pero su tono era demasiado tenso—. Solo otro coche. Quédate quieto.
Mintió. No era "solo otro coche". En su mundo, otro coche era sinónimo de peligro. Y este, al mantener la distancia sin intentar adelantarlos ni saludar, gritaba sus intenciones.
Valery probó. Redujo ligeramente la velocidad. La nube de polvo a lo lejos también redujo su avance. Aceleró un poco; la distancia se mantuvo. Era una sombra, un espectro pegado a su estela.
—Nos están siguiendo —declaró Derek, la conclusión inevitable cayendo como una losa dentro del habitáculo.
El peso de las provisiones en el maletero, que minutos antes les había parecido una bendición, ahora se sentía como un lastre. Eran lentos, pesados, un blanco fácil.
—Podría ser casualidad —murmuró Derek, aunque ni él mismo lo creía.
—No —cortó Valery—. Nos vieron salir del almacén. O estaban cerca y escucharon el candado. Vieron el SUV cargado. Somos un premio gordo.
La imagen de la camioneta pickup oxidada y la mancha de sangre fresca en el callejón del pueblo cruzó por la mente de ambos. Los "cazadores". La gente de la que les habían hablado los restos y el silencio elocuente.
—¿Qué hacemos? —preguntó Derek, sus dedos acariciando el cañón de la escopeta.
Valery no respondió de inmediato. Su mente, una máquina táctica, procesaba opciones. Podían intentar perderlos en los caminos secundarios, pero el SUV cargado no era ágil. Podían preparar una amboscada, pero no sabían cuántos eran, ni qué armas tenían. Y estaba Luka.
—No podemos llevarlos hasta donde sea que vayamos a pasar la noche —dijo finalmente—. Tenemos que sacudírnoslos. Ahora.
En ese momento, el vehículo que los seguía se acercó lo suficiente como para que, en una recta breve, pudieran distinguir la silueta a través del polvo. No era la pickup. Era un sedán viejo, sucio, con el capó abollado. Pero en el asiento del copiloto, la figura de un hombre, una mancha oscura contra el vidrio, era claramente visible. Y más atrás, quizás otro.
—Son al menos dos —informó Derek, su voz grave.
—Hombres —añadió Valery, con despreció.
La decisión se tomó en silencio. Valery pisó el acelerador a fondo. El SUV respondió con un gruñido, las provisiones crujiendo en el maletero. La nube de polvo detrás de ellos se hizo más densa de inmediato, el sedán acelerando para mantener el ritmo.
No era una persecución de película. Era una prueba de resistencia, una partida de ajedrez a alta velocidad por caminos rurales. Valery tomó curvas cerradas, aceleró en las rectas, buscando perderlos. Pero el sedán, más ligero, se aferraba a ellos como una garrapata. Cada vez que Valery forzaba una curva, las llantas del SUV protestaban, escupiendo gravilla contra los guardafangos. El sedán replicaba con una precisión desesperante, su conductor conocía los límites de su vehículo y los explotaba sin piedad. El paisaje se convirtió en un borrón de matorrales polvorientos y postes de madera podridos.
—No funcionará —resopló Derek después de varios minutos—. Son muy persistentes.
Valery lo sabía. Miró el indicador de combustible. Todavía tenían margen, pero no infinito. Miró a Luka por el espejo. El niño estaba pálido, sus manitas aferradas al cinturón de seguridad, sus ojos muy abiertos. No tenía miedo, solo una concentración intensa y adulta.
—Luky —dijo Valery, sin apartar los ojos del camino—. Recuerda lo que practicamos. Silencio. Y si te toca... el último recurso.
Luka asintió, una sombra de comprensión mortal cruzando su rostro infantil. Su mano derecha se movió hacia la pistola en su cinturón, un gesto que no debería pertenecer a un niño. Derek observó el intercambio con una mezcla de orgullo y una pena profunda, amarga. Este era el mundo que le habían legado.
Valery tomó una decisión. En el mapa mental que tenía de la zona, recordó un cruce unos kilómetros adelante. Uno de los caminos llevaba a una zona de colinas boscosas, con caminos más estrechos y sombríos, donde la luz del atardecer apenas se filtraba. Allí, la ventaja del sedán en las rectas se desvanecería. Allí, el terreno se volvería su aliado.
—Nos metemos en el bosque —anunció, su voz era un cuchillo—. Allí tendremos ventaja.
Derek asintió, apretando la escopeta. —Allí los enfrentamos. Prepara la munición de postas. Si es que llega a eso.
El SUV rugió, llevando consigo no solo el peso de la comida y el agua, sino el de una nueva y inmediata amenaza. La esperanza del almacén se había teñido de urgencia. Ahora, la cacería había comenzado de nuevo, y esta vez, ellos eran la presa. El capítulo termina con el SUV girando bruscamente hacia el camino forestal, seguido de cerca por el persistente sedán, adentrándose en la espesura donde la partida se decidiría.
El camino se estrechó de golpe, como si el bosque quisiera tragarse la carretera. Ramas largas y sedientas arañaron los flancos del SUV con un chirrido agudo que se sumó al rugido del motor. La luz se tornó verde y quebrada, filtrándose a través de un dosel de pinos y robles que ahogaba el cielo de la tarde. El polvo que levantaban ya no era una nube, sino una neblina espesa que se enredaba entre los troncos, traicionando su posición pero también ocultando detalles.
—Ahora no nos perderán de vista, pero tampoco podrán adelantarnos —masculló Valery, esquivando un bache profundo que sacudió todo el vehículo.
Derek se aferró al tirador sobre la puerta, su mirada fija en el espejo lateral. El sedán, más bajo, sufría con el terreno irregular. Un golpe seco resonó cuando su parachoques trasero raspó contra una roca semi-enterrada. La distancia entre ellos se redujo unos metros, forzando a Valery a acelerar aún más.
—Se están acercando más —advirtió Derek—. Parece que quieren empujarnos o forzar un error.
En el asiento trasero, Luka contuvo la respiraón. A través la ventana, entre los árboles, alcanzó a ver un destello de luz reflejada en el parabrisas del sedán. Por un instante, creyó ver el rostro ceñudo del hombre del copiloto, sus ojos fijos en ellos con una intensidad que le heló la sangre. Bajó la vista hacia la pistola en su regazo, sintiendo el frío del metal a través de la tela de sus pantalones. Su padre le había enseñado a usarla, pero nunca había tenido que hacerlo de verdad. El último recurso. Las palabras de su hermana resonaban en su cabeza, mezcladas con el zumbido de la adrenalina. El bosque se cerraba a su alrededor, un túnel verde y polvoriento del que solo uno saldría.