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Fernando López: La Elección de un Hombre

Fernando López: La Elección de un Hombre

Status: Terminada
Genre:Mafia / Matrimonio arreglado / Amor eterno / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:72
Nilai: 5
nombre de autor: Tânia Vacario

FERNANDO LÓPEZ fue obligado a asumir a una esposa que no quería, por imposición de la “organización” y de su abuela, la matriarca de la familia López. Su corazón ya tenía dueña, y esa imposición lo transformó en un Don despiadado y sin sentimientos.
ELENA GUTIÉRREZ, antes de cumplir diez años, ya sabía que sería la esposa del hombre más hermoso que había visto, su príncipe encantado… Fue entrenada, educada y preparada durante años para asumir el papel de esposa. Pero descubrió que la vida real no era un cuento de hadas, que el príncipe podía convertirse en un monstruo…
Dos personas completamente diferentes, unidas por una imposición.

NovelToon tiene autorización de Tânia Vacario para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 19

El coche se deslizó por los portones de la mansión López como si atravesara una frontera invisible. Elena observaba, por la ventana, los jardines meticulosamente cuidados, las fuentes que centelleaban bajo el sol y las esculturas que parecían vigilar cada paso. La imponencia de la propiedad le causaba una mezcla de admiración y nerviosismo.

El chofer estacionó frente a la escalinata de mármol. Al subir los escalones, Elena fue recibida por dos criadas uniformadas. Una de ellas la condujo por el amplio hall, donde lámparas de cristal lanzaban reflejos dorados sobre las alfombras persas.

Al fondo, la figura de María del Pilar López, sentada en un sillón de terciopelo, apoyada en un bastón finamente tallado. A pesar de la edad avanzada, exhalaba dignidad y presencia.

—Elena —la voz sonó grave, pero cálida—. Qué alegría recibirte.

La joven se inclinó levemente de forma respetuosa.

—Doña María del Pilar, agradezco la invitación.

La matriarca sonrió, extendiendo la mano con gestos firmes.

—Siéntate conmigo antes del almuerzo. Quiero mirarte a los ojos.

Elena se acomodó frente a la señora, sintiéndose evaluada, pero no intimidada. La matriarca la observó largamente, como quien pesa una joya para conocer su valor.

—¿Te has adaptado bien al apartamento? —preguntó, con genuino interés.

—Sí —respondió Elena, eligiendo las palabras—. Hay mucho trabajo por hacer, pero... ya no parece la sombra de lo que fue antes.

María del Pilar arqueó levemente las cejas.

—Valiente. Se necesita coraje para ocupar espacios que pertenecieron a otra.

Elena sintió que el corazón se le aceleraba. Por un instante, temió oír el nombre de Valeria, pero la señora no lo pronunció. Solo sostuvo la taza de té con calma.

—Yo intento... construir algo mío.

La matriarca sonrió levemente.

—Eso es lo que espero de ti.

Poco después, fueron conducidas al comedor. La mesa, larga e impecablemente puesta, exhibía arreglos de flores blancas y cubiertos de plata reluciente. Solo dos sillas estaban ocupadas: la de la matriarca y la destinada a Elena.

—Hoy no quiero distracciones —dijo María Del Pilar—. Este almuerzo es solo nuestro. Rodrigo está en una misión...

Sirvieron sopa delicada, seguida de cordero asado con verduras. Elena se mantuvo atenta a los buenos modales, aunque el hambre le era poca ante la ansiedad.

—Debes haber extrañado la ausencia de Fernando —comentó la matriarca, cortando calmadamente la carne.

Elena tragó saliva.

—Yo... no sabía que él viajaría. Me sorprendió.

—Ah, ese muchacho —suspiró María del Pilar—. Siempre tan reacio con aquello que realmente importa.

Elena permaneció en silencio, respetuosa.

Fue entonces que la señora completó:

—Pero no te preocupes. Él no está solo. Alejandro viajó con él.

Los ojos de Elena se abrieron, un alivio súbito invadiendo el pecho.

—¿Alejandro... está con él?

—Sí —confirmó la matriarca—. No necesita temer malas compañías. El hermano es su ancla.

Elena respiró hondo, como si soltara un peso que la sofocaba hacía días. Saber que Fernando estaba al lado del hermano le traía una paz inesperada.

—Me alegra... saber eso —murmuró, con una sonrisa tímida.

Entre un plato y otro, la matriarca se inclinó un poco más, la mirada fija sobre Elena.

—Dime, hija... ¿Fernando ha sido un buen marido para ti?

La pregunta, directa, hizo que el corazón de Elena se acelerara. No sabía cómo responder sin traicionar su dolor.

—Él... tiene muchos compromisos —dijo, por fin—. Pero creo que, con el tiempo, todo encontrará su lugar.

María del Pilar sostuvo el silencio, como si la respuesta no la convenciera. Sus ojos eran como faros que iluminaban lo que Elena intentaba esconder.

—La juventud carga prisa, pero ciertos lazos no se construyen en un día —dijo, con voz baja—. Aún así, percibo la distancia.

Elena bajó la mirada, sonrojándose.

La matriarca posó la mano arrugada sobre la de ella.

—No es culpa tuya, muchacha —prosiguió María del Pilar, suave—. Fernando carga heridas que no se curan fácilmente. Tendrás que ser paciente.

Elena levantó los ojos, humedecidos.

—Yo solo quiero ser digna de él.

La matriarca sonrió, apretándole la mano.

—Ya lo eres. Solo necesitas creerlo.

Cuando trajeron el postre, un flan delicado con salsa de caramelo, la conversación asumió un tono más íntimo.

—Elena... —comenzó la matriarca, lenta y cuidadosa—. En esta familia, muchas mujeres entraron con sueños y salieron con cicatrices. No permitas que tu valor sea medido por la prisa de Fernando.

Elena escuchó con atención, absorbiendo cada palabra.

—¿Qué debo hacer, entonces?

—Mantente firme —respondió la señora—. Transforma esa casa en un hogar. Muéstrale que no eres sombra de nadie. Y cuando llegue la hora, su corazón lo sabrá.

Elena asintió, emocionada.

—Lo prometo.

Al final del almuerzo, caminaron juntas hasta el jardín interior. La matriarca se apoyaba en su bastón, pero aún se mantenía erguida como una reina en su trono.

—Me agradas, Elena —dijo, mirando el cielo azul entre los árboles—. Eres diferente de lo que imaginé para Fernando, pero tal vez seas exactamente lo que él necesita.

Elena se sintió reconfortada por esas palabras.

—Gracias, señora.

—Llámame abuela —corrigió María del Pilar, sonriendo—. Al fin y al cabo, eso es lo que deseo ser para ti.

El corazón de Elena renació de esperanza. La matriarca no era una amiga, sino una aliada.

Antes de entrar en el coche, Elena aún se volvió para encarar a la matriarca. La señora permanecía en lo alto de la escalinata, erguida, imponente, pero había en sus ojos una ternura que solo quien carga el peso de toda una familia podría ofrecer.

—Abuela... —Elena murmuró, probando la palabra por primera vez—. Gracias por creer en mí.

María del Pilar asintió despacio, los labios curvados en una sonrisa que mezclaba fuerza y compasión.

—Recuerda, muchacha: no es la pasión lo que sustenta un hogar, sino la perseverancia. Fernando aún no lo ve, pero tarde o temprano tendrá que mirarte y reconocer tu fuerza.

Cuando el coche la llevó de vuelta al ático, Elena se reclinó en el asiento, los ojos humedecidos de emoción. Por primera vez desde el matrimonio, sintió que no estaba completamente sola.

Sabía que el camino con Fernando sería largo e incierto, pero ahora tenía un hilo de esperanza que sustentaba su coraje.

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