José Augusto pretende ser el Ceo en la empresa de su padre, pero este le puso como condición que debía casarse en un año. De lo contrario otro ocuparía ese lugar.
Así que él buscaba afanosamente una esposa.
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Estás despedida
Adán entró a trabajar a la empresa de Augusto. Los primeros días estuvo en capacitación con Julio.
Era un hombre serio y responsable y jamás le gustaba meterse en chismes.
Lucrecia pronto se enteró de que había entrado un nuevo empleado en un puesto muy importante y fue a reclamar a Augusto.
Obvio, se topó con Graciela en la entrada del despacho de Augusto.
¿Otra vez tú?, ¿pero qué es lo que quieres aquí?, tu puesto está en otro lado.
Vengo a hablar con Augusto, perdón, con "don Augusto".
Muy bien, sobre qué asunto, tengo que ver si te puede atender porque está muy ocupado.
Es un asunto privado que a ti no te importa. Necesito hablar con él.
El que hayas sido amante de mi esposo en aquellos años no te da derecho a nada, así que si me dices de qué asunto quieres tratar con mi esposo pasas, si no puedes irte retirando porque estoy muy ocupada también.
Lucrecia se fue bufando como los caballos iba superenojada.
"Esta mujer ya se cree tocada de Dios, estúpida", pensó Lucrecia.
En cuanto vio que Augusto salía del despacho rumbo a la puerta principal se le acercó con gesto amenazador.
Augusto ¿cómo es posible que hayas contratado a otra persona y le hayas dado un puerto muy importante y a mí me tengas en la limpieza?, ¿acaso eres misógino?
Los empleados que iban saliendo se detuvieron al escuchar a Lucrecia.
¿Qué te pasa, quieres armar un escándalo?, y ya te dije que para ti soy don Augusto.
No importa quién seas, sino lo que haces.
Los guardias de seguridad trataron de llevarse a Lucrecia.
¡Suéltenme!, gritó ella.
Déjenla, dijo Augusto. Tres cosas, continuó, aquí no es el mercado para que vengas a gritar, ahora vete a trabajar si no quieres que te despida, tú y yo no tenemos nada de que hablar. Y por último, si te acepté aquí es solo por humanidad, pero si sigues molestando tendré que despedirte.
Augusto siguió su camino y los guardias estuvieron a Lucrecia quien se soltó muy enojada y regresó a seguir trabajando.
Los mirones no pudieron quedarse callados y pronto se corrió el rumor por toda la empresa.
Y como era de esperarse llegó a oídos de Graciela.
Decidió averiguar qué es lo que estaba pasando.
¿Qué les pasa? ¿Por qué están murmurando y no se ponen a trabajar?, preguntó a dos empleadas que estaban cuchicheando cerca de ella.
Lo que pasa que la empleada nueva estaba discutiendo con su esposo en la entrada del edificio, dijo una de ellas.
¿Hablas de Lucrecia?, dijo Graciela.
Sí, le estaba hablando muy confianzuda al patrón, dijo la otra.
Bueno, a trabajar, no se metan en chismes.
Las dos mujeres se fueron a sus respectivas labores.
Graciela decidió acabar de una vez y por todas con esa situación.
Mandó a Efraín, el mensajero al departamento de limpieza. Ahí estaba Lucrecia con las demás compañeras, todas reían como si les hubieran contado un chiste.
Al verlo todas guardaron silencio.
Lucrecia, la señora Graciela quiere que vayas a su despacho ahora, le dijo.
Ash, ¿y para qué me quiere?
No sé, yo solo soy el mensajero.
Ok, ya vuelvo, les dijo a sus compañeras y salió.
¿Me mandó llamar?, dijo Lucrecia golpeando la puerta que estaba medio abierta.
Sí, necesito aclarar unas cosas contigo.
Pues hable usted.
Supe lo del escándalo que armaste en la entrada del edificio.
Ah, ¿ya te fueron con el chisme?
Sea cual fueren los motivos, no voy a permitir un escándalo más. Y luego dijo sin contemplaciones: Estás despedida. Ve a RH para que te paguen tu sueldo. Te voy a pagar el mes completo, aunque solo llevas tres semanas aquí.
No me puedes correr, a mí me contrató José Augusto y solo él tiene el poder de correrme.
Te equivocas, yo soy su mano derecha, su esposa y tengo todo el derecho de correrte si así se requiere.
Haz lo que te mandé y no me hagas perder el tiempo.
Lucrecia le lanzó una mirada de odio y se fue directo a su lugar de trabajo por sus cosas.
¿Qué pasó Lucrecia? ¿Por qué vienes así?
Graciela acaba de despedirme y no entiendo el motivo.
¿Crees que hablarle a don Augusto como le hablas no es un motivo para correrte?, eres una cínica.
Y tú eres una amargada que quieres descargar en mí todas tus frustraciones.
Tal vez si soy una amargada como tú dices, pero yo no me ando metiendo en la vida de los hombres y menos si son casados.
Pues qué bueno que ya me voy de este maldito lugar yo no nací para andar limpiando baños, babosa.
Caro tenía una sonrisa en su boca cuando Lucrecia se fue.
"Idiota, estúpida", pensó.
Augusto regresó a las 6 en punto para recoger a Graciela que ya estaba lista para salir.
¿Cómo te fue, amor?, preguntó Graciela al llegar a casa.
Bastante bien, hemos vendido más autos que el año pasado.
¿Y a ti, cómo te fue?
Amor, tuve que despedir a Lucrecia es una pedante y majadera. Está bien amor, tú sabes lo que haces.
¿No te molesta?
Claro que no. Acuérdate que tú tienes parte en esta empresa y puedes tomar todas las decisiones que creas pertinentes. Tienes toda mi confianza.
Gracias, mi vida, no esperaba menos de ti.
Solo espero que no nos vaya a traer problemas esa mujer, dijo Augusto un poco preocupado.
Sin embargo, Lucrecia no se fue del cuartito que le había prestado Augusto.
Esa parte de la trama no se la sabía Graciela. Ella no tenía idea de que Augusto le hubiera facilitado un cuarto de los que estaban destinados a los trabajadores puntuales y honestos.
Pero tarde o temprano se tendría que enterar de eso.