En Valmont, el poder y el deseo se entrelazan en un juego tan seductor como peligroso. Mi nombre es un susurro en los círculos más exclusivos; mi presencia, un anhelo inalcanzable. Pero en un mundo donde la libertad tiene un precio, cada decisión puede llevarme a la cumbre… o arrastrarme a la perdición.
Soy Isabella Rivas, mejor conocida como Sienna, y esta es mi historia.
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Una Apuesta Peligrosa
...Vincent...
Desde el momento en que Sienna entró en mi despacho, supe que esto iba a ser un problema. Era puro fuego envuelto en seda, una mezcla peligrosa de inocencia y desafío que me sacaba de mi jodido centro.
La observé mientras bailaba, mientras se movía con esa sensualidad natural que ni siquiera parecía notar. Cada curva de su cuerpo era un maldito pecado, cada ondulación de sus caderas me hacía apretar los dientes con fuerza.
No tenía derecho a verme así. A mirarme con esos ojos llenos de rabia, con ese orgullo absurdo cuando, en el fondo, su cuerpo respondía. Podía verlo en la forma en que su piel se erizaba, en la manera en que su respiración se entrecortaba cuando mis ojos se posaban en ella.
No podía seguir sentada en mi regazo sin que yo hiciera algo al respecto.
Cuando le dije que podía levantarse, lo hice a propósito. Sabía que me diría que sí. Sabía que intentaría alejarse de mí como si pudiera escapar de lo que había entre nosotros.
Así que le pedí un beso, auqnue quería más que eso. Quería verla quebrarse, verla rendirse ante la tensión que nos envolvía, ante esta jodida atracción que la asustaba tanto como me frustraba a mí.
Ella negó de inmediato, claro. Se revolvió en mi regazo, como si pudiera quitarse de encima lo que ya estaba hecho. Como si pudiera borrar la forma en que su cuerpo se acomodaba contra el mío con cada movimiento, pero al final, cedió.
Se inclinó y presionó sus labios contra los míos, con la clara intención de hacer que aquello fuera algo rápido, sin significado.
Como si eso fuera posible.
En el instante en que sentí su boca contra la mía, el control que había estado sosteniendo con tanta fuerza se resquebrajó. La sujeté por la nuca y hundí los dedos en su cabello, negándole la oportunidad de escapar.
No la voy a dejar ir.
Mi lengua se deslizó entre sus labios, reclamándola, explorándola, sintiéndola. Y ella se tensó, pero no me apartó. Su boca era cálida, suave, un contraste brutal con la forma en que me odiaba.
Mi mano se deslizó por su muslo, subiendo poco a poco, saboreando cada segundo, cada estremecimiento que lograba arrancarle.
Necesito más.
La presión en mi pantalón se hacía insoportable, mi necesidad por ella crecía con cada jadeo entrecortado que soltaba contra mis labios.
Ella estaba hecha para esto, para provocarme, para hacerme perder la jodida cabeza. Quería que se rindiera. Que dejara de pelear conmigo y contra sí misma, pero entonces se quedó completamente inmóvil.
Su cuerpo, que había estado respondiendo con pequeños temblores, con una respiración alterada, se congeló por completo.
Y lo sentí. Ese instante en el que su mente la llevó a otro lugar. A un recuerdo, tal vez. Solté su boca, pero no su nuca. Sienna abrió los ojos y me miró con algo más que rabia. Era miedo.
La miré, aún sosteniéndola por la nuca, sintiendo cómo su cuerpo estaba rígido contra el mío. Ese miedo en sus ojos me hizo apretar la mandíbula con fuerza.
No me gustó. No me gustó porque Sienna no era así. No era una mujer temerosa, no era alguien que bajaba la mirada ni que se dejaba dominar fácilmente.
Ella peleaba, maldecía, me miraba con fuego en los ojos y veneno en la lengua. Solté su nuca lentamente, pero no la dejé moverse.
No aún.
Mis dedos viajaron desde su cuello hasta su mandíbula, acariciándola con la misma intensidad con la que la deseaba. Con la misma necesidad con la que la quería para mí, pero no como había tenido a Dehlia.
Dehlia había sido posesión, había sido una mujer hermosa que disfruté mientras me entretuvo, mientras se dejó moldear por mis manos y aprendió a moverse exactamente como yo quería.
Sienna era diferente. Me enloquecía de una manera que nunca antes había experimentado. No era solo deseo lo que ardía en mi sangre cada vez que la miraba, no era solo la necesidad de tocar su piel o de perderme entre sus muslos.
Era otra cosa. Algo que no podía nombrar, algo que no me gustaba admitir.
Quería sacarla de aquí, mantenerla donde nadie pudiera verla bailar para otro, donde nadie más pudiera desear lo que solo yo tenía derecho a desear.
Era un pensamiento peligroso. Un deseo imposible, pero maldita sea, lo quería. Me quemaba en el pecho, me carcomía la jodida mente y me enfurecía. Porque no podía hacerlo.
Ella no era solo mía, no podía sacarla de este lugar sin desafiarlo a él todo lo que había construido. Porque, aunque la deseara más que a cualquier otra cosa, ella me odiaba y aún así, la quería como fuera necesario.
La observé, sintiendo cómo mi rabia se mezclaba con el deseo, con la frustración, con ese anhelo maldito de tenerla solo para mí.
Ella intentó apartarse de mi regazo una vez más , y esta vez la dejé hacerlo.
Pero mientras se ponía de pie, con las mejillas rojas y los labios hinchados por mi beso, supe algo con absoluta certeza:
No pienso dejarla ir.
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Sienna salió de mi despacho casi corriendo, con una desesperación que me enfureció y me divirtió a partes iguales.
Cerró la puerta de golpe, como si quisiera dejarme atrás, y lo que acababa de pasar entre nosotros no significara nada. Mi mandíbula se tensó.
Esta chica me vuelve jodidamente loco.
Me quedé unos segundos en la misma posición, apoyado contra el escritorio, con la vista fija en la puerta cerrada. Podía seguir sintiendo su sabor en mis labios, el calor de su cuerpo sobre el mío, la tensión de su resistencia antes de rendirse por completo.
Y, sin embargo, me había huido como si le quemara. Mi pecho se alzó en una respiración lenta y pesada.
No. No estaba acostumbrado a esto.
Las mujeres siempre me desearon. Siempre fueron ellas quienes se arrojaban a mis pies, rogando por mi atención. Y yo decidía cuándo y cómo. Siempre había sido así.
Pero Sienna… Ella se niega a rendirse ante mí.
Esa negación, esa jodida resistencia, solo conseguía que la deseara más. Era como un reto, como una droga que se colaba en mi sistema sin que pudiera evitarlo y lo peor de todo era que no la quería como una vez quise a Dehlia.
No. es era diferente. Más profundo. Más peligroso.
Quería tenerla solo para mí y eso era un problema. Un problema que me llenaba de rabia porque no podía permitírmelo. No podía ceder ante un impulso tan estúpido.
Maldije en voz baja y salí del despacho con paso firme. No sabía a dónde iba, pero algo dentro de mí me llevó hasta los baños de las chicas.
Y ahí la escuché, era el sonido de arcadas. Me quedé quieto.
¿Estaba vomitando? El enojo me golpeó de inmediato.
¿Le asqueó tanto besarme? Mi primera reacción fue entrar ahí y agarrarla por el brazo, hacerle entender que no tenía derecho a despreciarme de esa manera, pero no lo hice. Apreté los dientes y me obligué a seguir caminando.
Esto no va a quedar así.
Cuando llegué al despacho de Livia, no me molesté en tocar y abrí la puerta de golpe, sin esperar invitación.
Livia estaba sentada detrás de su escritorio, con una copa de vino en la mano y su expresión de fastidio habitual cuando me veía.
—Qué sorpresa —dijo con sarcasmo—. Pensé que estabas demasiado ocupado jugando con tu nueva muñeca.
Ignoré su comentario y cerré la puerta tras de mí.
—Vengo a hablar de negocios.
Livia arqueó una ceja y dejó la copa sobre la mesa.
—¿Negocios? ¿Desde cuándo te interesa la parte comercial del club?
—Quiero que Sienna haga su debut lo antes posible.
Su reacción fue inmediata.
—¿Tan pronto?
—Está lista —respondí con calma.
Livia apoyó los codos sobre el escritorio y me observó con curiosidad.
—Pensé que te gustaba.
—No confundas las cosas. Es una inversión y quiero ver los resultados.
Mentira.
Ella me miró con los ojos entrecerrados, intentando descifrarme.
—¿Y por qué la prisa?
—Porque cuanto antes suba al escenario, antes atraerá a los clientes que pagarán lo que quiero por ella.
Otra mentira.
Livia rió suavemente, divertida.
—Vincent, por favor. ¿Crees que soy estúpida?
—Creo que eres inteligente —respondí con una sonrisa fría—, por eso sabes que si quiero que Sienna haga su debut, es porque conviene.
Livia se recostó en su silla, cruzando los brazos.
—No es por el dinero. Lo sé.
No respondí.
—¿Sabes cómo lo sé? —continuó ella—. Porque te he visto con muchas mujeres, Vincent. Siempre las tratas como si fueran intercambiables. Pero con ella…
Hizo una pausa, analizándome con esa mirada astuta que tanto odiaba.
—Con ella es diferente.
No me moví.
—¿Por qué te obsesiona tanto?
—No estoy obsesionado.
—¿No? Entonces dime, ¿por qué cada vez que la tocas pareces al borde de perder el control?
Apreté la mandíbula.
Livia sonrió de lado.
—Te conozco. Y nunca te había visto así.
—No me conoces tanto como crees.
Livia rió con burla.
—Claro, sigue diciéndote eso.
Se inclinó un poco hacia adelante y su sonrisa se volvió cruel.
—Pero escúchame bien, Vincent. No importa cuánto la quieras…
Sus ojos se clavaron en los míos, con un brillo desafiante.
—Nunca será tuya.
El silencio se alargó entre nosotros. Ella esperaba una reacción. Esperaba que lo negara, pero no lo hice. Porque en el fondo, odiaba saber que tal vez tenía razón.
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Livia seguía mirándome con ese aire de superioridad y desconfianza. Estaba convencida de que Sienna significaba algo más para mí, pero no podía permitirme que creyera eso. Así que hice lo que mejor se me daba: fingir.
—Sí, me gusta —admití con un encogimiento de hombros—. ¿Y qué con eso? Me gustan todas.
Livia entrecerró los ojos.
—No como ella.
Solté una risa baja.
—Vamos, Livia. Sabes cómo funciona esto. Me divierto un tiempo y luego pierdo el interés. Siempre es lo mismo.
Ella no se veía convencida.
—Así que… ¿vas a acostarte con ella un par de veces y luego te aburrirás? —preguntó con evidente escepticismo.
—Exactamente —dije con una sonrisa indiferente—. Como siempre.
Me apoyé en el escritorio con aire relajado, dándole a entender que el tema no me importaba tanto como ella creía.
—Tienes un problema con eso, ¿no? —pregunté, viendo cómo fruncía el ceño.
Livia suspiró con frustración.
—Lo tengo. Sabes que no me gusta que te acuestes con las chicas.
Solté una carcajada genuina.
—¿En serio? ¿Ahora vas a hacerte la moralista?
Livia cruzó los brazos, molesta.
—No es por moralidad. Es por pérdidas. Cada vez que te encaprichas con una, me jodes las ganancias.
Me reí más fuerte.
—Vamos, Livia. Soy el que trae a las chicas, las entreno y hago que los clientes gasten fortunas en ellas. Lo mínimo que puedo hacer es probarlas de vez en cuando.
Ella me lanzó una mirada de advertencia.
—Deja de jugar así con ellas.
—¿Jugar? —levanté una ceja, burlón—. ¿Te estás escuchando? Mira dónde estamos.
Extendí los brazos, señalando el despacho que representaba el corazón de la Rosa Negra.
—Este lugar es un maldito juego, Livia. Un teatro donde las reglas están claras. No me vengas con estupideces ahora.
—Algunas de ellas podrían enamorarse de ti —soltó, con un tono seco.
Su comentario me hizo reír de nuevo, pero esta vez mi risa fue más corta. Algo en esas palabras me hizo sentir una punzada incómoda.
—¿Y qué si lo hacen? No es mi problema.
Livia me miró con dureza.
—Sí lo es. Cuando se enamoran, empiezan a querer más. Y cuando quieren más, se convierten en un problema.
No dije nada. Porque esas palabras me trajeron un recuerdo que no había pedido.
Dehlia.
Su forma de mirarme. Su necesidad de aferrarse a mí. Su insistencia en que yo era diferente, en que significaba algo para ella.
Todo eso me había dado igual. Y cuando se convirtió en un problema, me alejé de ella.
No es mi culpa, nunca les prometo nada.
Sacudí la cabeza, quitándome ese pensamiento de encima.
—Nunca sería como tú, Livia —solté de repente, casi sin pensar.
Livia se tensó de inmediato.
Vi cómo su expresión cambiaba, cómo sus labios se presionaban con fuerza. Sabía que había tocado una fibra sensible.
Sonreí internamente.Todos sabían la historia. Livia no siempre había sido la fría y calculadora mujer que dirigía la Rosa Negra. Antes, había sido la escort más cotizada, la mujer que todos deseaban. Pero detrás de esa fachada, hubo un tiempo en el que su corazón cayó en la trampa de alguien más poderoso que ella.
El dueño del club. Un hombre que nunca la vio más allá de unas cuantas noches. Y ahora, tantos años después, ella era la que manejaba el juego. Pero aún así… aún así, la herida seguía ahí.
Lo vi en la forma en que sus dedos se crisparon ligeramente sobre el escritorio. Me divertía joderla.
Me incliné un poco hacia adelante con una sonrisa burlona.
—Dime, Livia… ¿todavía duele?
Sus ojos se oscurecieron y su mandíbula se tensó. No necesitaba decir más. Ya había ganado esta partida.