ZADDY "RECUPERANDO A MI ESPOSA

POV MARLA.

Tener a Gerónimo tan cerca hacía que mi piel ardiera, que mis piernas se volvieran de gelatina y mis bragas se empaparan. Mi cuerpo traidor anhelaba sus caricias, suplicaba por su tacto.

Pero mi orgullo se interponía. Con el rostro lleno de desprecio, le impedía el más mínimo acercamiento.

—Madrina, padrino, les traje sus bebidas favoritas —dice Charrill.

Sin pensarlo, tomo la copa y la bebo de un solo sorbo. El alcohol desciende por mi garganta como fuego líquido, pero no logra apagar el calor en mi cuerpo.

—Gracias —responde el infiel, con esa maldita elegancia que me vuelve loca.

Trato de ignorarlo, pero cada fibra de mi ser grita su nombre. Lo miro con disimulo y sé que él no ha dejado de observarme.

Su mirada está cargada de deseo… de necesidad. Su respiración es pesada, su mandíbula tensa, y su manzana de Adán sube y baja.

No es dueño de sus emociones.

Está al borde del descontrol.

Jodidamente sexy.

—¡Mierda! —Muerdo mi labio. ¿Cuánto tiempo más podré resistir? Es el sueño de cualquier mujer… Y yo lo tengo aquí, a mi lado… dispuesto a todo.

Lo veo sudar.

"¿Y si solo me dejo llevar y luego culpo a las copas de más?"

Una idea peligrosa, pero tentadora.

—Sí, sí… eso haré —susurro para mí misma.

Mi mirada busca la suya. Mis dedos, como si tuvieran vida propia, toman los suyos y los entrelazan con descaro.

Él no duda ni un segundo. Solo sonríe, tan sexy, tan varonil, y se deja guiar, como si hubiera estado esperando este momento tanto como yo.

Nos dirigimos al ascensor sin decir palabra, pero el aire entre nosotros es denso, cargado de electricidad. Apenas se cierran las puertas, presiono el botón de emergencia.

El ascensor se detiene.

Silencio.

Mi corazón late descontrolado.

Entonces me lanzo sobre él.

Mi boca atrapa la suya en un beso hambriento, desesperado. Mi lengua busca la suya con fiereza, mis manos se aferran a su cabello, a su cuello, a su espalda. Meses de deseo contenido explotan en este instante.

Él me responde con la misma intensidad, sujetándome por la cintura y pegándome contra la pared del ascensor. Sus dedos recorren mi cuerpo con urgencia, con hambre.

Levanta mi vestido, teniendo completo acceso a mí... no estoy usando bragas, lo que lo hace sonreír. Levanta mi pierna con su brazo y frota su masculinidad en mi sexø.

El aire se vuelve espeso, su aroma me envuelve. El sonido de nuestras respiraciones entrecortadas y el leve zumbido del ascensor son lo único que existe.

Sus labios bajan por mi cuello y un escalofrío me recorre la espalda. Me derrito entre sus brazos, vulnerable, entregada.

Lo miro a los ojos y veo la misma necesidad que me consume. No se trata solo de deseo. Es algo más profundo, más visceral.

—Te amo… mi vida —su voz ronca y entrecortada me destroza—. No sabes cuánto he soñado con este momento.

Sus palabras son mi perdición.

Ya no soy dueña de mí. Soy suya.

—Gero… —susurro contra sus labios—. Hazme olvidar todo. Hazme tuya.

Y no hace falta más. En cuestión de minutos, su hombría se hunde dentro de mí, arrancándome un gemido ahogado.

"¡Dios, este hombre es un dios del sexø!"

Sus embestidas son intensas, cada vez más rápidas, más frenéticas. Sus manos recorren mi cuerpo con hambre, reclamándome como si nunca hubiera dejado de ser suya.

El ascensor es nuestro mundo. Solo existen nuestros jadeos, nuestros cuerpos chocando, la locura de este reencuentro.

—¡Mierda! —gruñe, con la voz cargada de placer. Sé que está a punto de explotar.

Y yo también.

Lo miro con descaro, con la seguridad de saber que me pertenece.

—Vente… quiero sentirte dentro de mí —susurro contra su oído, lamiendo su lóbulo con picardía.

Su cuerpo se tensa, suelta un gruñido profundo y se deja ir.

Y en ese instante, lo sé.

Ese hombre es mío.

Y solo mío.

La maldita perra que intentó quitármelo… que se joda. Sé que él nunca dejó de amarme. Y yo, jamás dejé de ser suya.

Ahora es mi turno de recordarle por qué soy su esposa. Por qué soy la única mujer a la que pertenece.

"Así que prepárate, pequeña zorra…"

Estoy de vuelta. Y esta vez, no pienso dejar a mi hombre por nada del mundo.

Cuando llegamos al clímax, me aferra con fuerza contra su pecho. Mi cuerpo sigue temblando, tratando de recuperar el aliento.

Pero no ha sido suficiente.

Lo necesito otra vez.

Lo quiero muy dentro de mí. Quiero su boca recorriéndome, su lengua saboreando cada centímetro de mi piel. Quiero sus manos reclamándome, devorándome sin tregua.

—Te deseo… —susurro contra sus labios, bebiéndome su aliento aún agitado.

Él sonríe, con esa maldita expresión que me enloquece.

—No sabes lo feliz que me haces… pero debemos salir de aquí antes de que los de mantenimiento nos encuentren infraganti y piensen que necesitamos ser rescatados.

Levanto el rostro y le hago un puchero juguetón.

—Mi amor, vamos… —ronronea, deslizando sus dedos por mi oreja y bajando lentamente por mi cuello—. Te aseguro que recuperaremos el tiempo perdido. Y te compensaré cada caricia que no te he dado.

Suelto un gruñido bajo y presiono el botón de emergencia, desbloqueando el ascensor. Luego el número 1.

La caja metálica se sacude levemente antes de comenzar a descender.

Cuando las puertas se abren en el primer piso, los hombres de mantenimiento están ahí, listos para intervenir. Sus miradas cómplices nos atraviesan.

Yo me sonrojo.

Gerónimo, en cambio, solo se encoge de hombros con absoluta despreocupación.

Afuera, una limusina negra nos espera. Sin perder tiempo, subimos apresurados.

Las puertas se cierran, aislándonos del mundo.

Y en cuanto lo hacen, me lanzo sobre él.

Me acomodo en su regazo, presionando mi trasero contra su masculinidad con un movimiento lento y provocador. Lo siento tensarse bajo mí.

Me giro para quedarme a horcajadas sobre él. Mis manos lo recorren con hambre, con una necesidad insaciable.

Su respiración se vuelve pesada y un gruñido bajo escapa de su garganta.

Sé que está a punto de perder la cordura.

Mi Hulk se recuesta contra el respaldo de la silla, ofreciéndome su cuerpo sin reservas, completamente a mi merced.

Mis manos lo recorren con hambre, con una necesidad insaciable.

Desabrocho su camisa con urgencia, deslizando mis dedos por su torso firme antes de bajar con mis labios, explorando, saboreando…

La noche apenas comienza.

Tenemos trescientos sesenta y cinco días que recuperar.