Bajo La Mentira Del Diamante

---Damián

Una venganza sutil. Bien jugado. La verdad es que la detestaba y la admiraba al mismo tiempo por no dejarse intimidar. La mayoría de las personas en su situación se habrían encogido ante mi ira. Pero Valeria, no. Valeria estaba lista para luchar.

—Te has divertido remodelando mi vida en mi ausencia, ¿verdad? —la peligrosidad en mi voz era palpable.

—Me lo he pasado de maravilla —subrayó las dos últimas palabras, y una chispa de desafío brilló en sus ojos—. Ha sido un verdadero placer vivir aquí sin tantas órdenes y ese ceño fruncido perpetuo que siempre tienes.

—Y yo que pensaba que me habrías echado de menos… —dije, con un toque de sarcasmo.

—Me disculparía —respondió, imperturbable—, pero cuidar de tus sentimientos no está en nuestro contrato. Es solo un asunto de negocios, ¿recuerdas?

Una sonrisa reticente se asomó a mis labios. Touché.

Ella se dirigió hacia el coche, con su figura esbelta y erguida, como una reina que abandona un campo de batalla que, de alguna manera, había logrado dejar en empate. Yo me quedé atrás, sintiendo aún el calor de su toque en mis manos, el eco de su perfume resonando en mis sentidos.

Esta mujer, mi prometida por obligación, no solo estaba invadiendo mi espacio personal, sino que también comenzaba a agrietar los cimientos de mi control. Y lo más inquietante era que una parte de mí, una parte que había estado enterrada durante años, encontraba ese desafío increíblemente atractivo.

Silvia, que había estado agachada para conseguir el ángulo perfecto, se levantó con una sonrisa de oreja a oreja.

—Creo que sois la pareja más fotogénica con la que he trabajado nunca —dijo, y su entusiasmo sonaba genuino—. Estoy deseando que veáis las fotos finales. La tensión entre vosotros es... palpable.

—Gracias —respondió Valeria, con las mejillas sonrojadas, recuperando parte de su compostura—. Seguro que serán preciosas.

—¿Hemos terminado? —pregunté, alisándome la chaqueta con un gesto brusco e ignorando la mirada reprobatoria que me lanzó. Ya habíamos acabado la puñetera sesión, ¿qué más quería? ¿Y por qué diablos hacía tanto calor en el estudio con ese sistema de climatización de última generación?

—Sí —confirmó Silvia, haciendo como si no hubiera oído mi tono cortante—. En un par de semanas os enviaré un enlace por correo electrónico para que podáis acceder a la galería privada. Felicidades otra vez.

Desafortunadamente, Valeria me alcanzó rápidamente en el pasillo y salimos del edificio juntos, envueltos en un silencio incómodo que me hacía maldecir en mi mente. Y no solo me refería al beso, sino a toda la sesión de fotos en general. Debería haber sobornado a alguien para que hiciera un montaje en Photoshop donde apareciéramos Valeria y yo en paisajes de ensueño; así me habría ahorrado tener que lidiar con... esto. Ese zumbido constante bajo mi piel. Cómo se me habían tensado todos los músculos cuando su fragancia había invadido mi nariz. El recuerdo persistente de su boda, tocando y cediendo bajo la mía.

No era solo por el beso; lo habíamos hecho para que Silvia no sospechara. Era porque no me había alejado cuando debía. Me había quedado, disfrutando de ella, saboreando su rendición momentánea como un hombre sediento en el desierto.

Cuando salimos del edificio y nos adentramos en la Quinta Avenida, Valeria finalmente rompió el silencio.

—Oye, lo del beso... —comenzó, su voz más suave de lo habitual.

—Fue solo para la foto —la interrumpí sin mirarla, acelerando el paso.

—Ya lo sé, pero... —insistió, y noté que se mordía el labio de nuevo por el rabillo del ojo.

—¿Tienes hambre? —cambié de tema abruptamente, señalando con la cabeza un carrito de comida que había en la esquina, con mi nombre orgullosamente pintado en un lado: "Omar's Delights". Prefería inhalar el humo de los coches que seguir hablando de lo que había pasado.

Valeria suspiró, pero cedió. —Un poco —admitió, y su mirada se posó en el carrito con curiosidad.

Al ver que me detenía frente a él, arqueó las cejas perfectamente delineadas. —¿Qué haces?

—Voy a comprar el desayuno —respondí, sacando un billete de cincuenta dólares perfectamente planchado de mi cartera de piel—. Dos cafés negros y dos bagels de todo. Quédate con el cambio. Gracias, Omar.

Quería alejarme de Valeria lo más rápido posible, pero un hambre feroz me retorcía el estómago. Cuando nos vestimos para la sesión, era demasiado temprano para comer, y ahora no podía comprarme algo sin ofrecerle a ella también. Era un cabrón, pero no un maleducado.

Me di la vuelta y la encontré mirándome como si me hubiesen crecido cuernos y empezado a escupir fuego en medio de la acera.

—¿Qué? —pregunté, un poco irritado.

—Te tuteas con el propietario del carrito —dijo, como si acabara de descubrir la penicilina.

—Claro —asentí, guardando mi cartera en el bolsillo interior de la chaqueta—. Cuando tengo tiempo, suelo venir a correr por aquí por las mañanas y he probado la comida de todos los carritos de la zona. El de Omar es, sin duda, el mejor.

—Y yo que pensaba que solo comías caviar y corazones humanos —bromeó, y una sonrisa genuina —la primera de verdad desde que comenzamos esta farsa— apareció en sus labios.

—Vaya tontería —respondí, aunque noté que la comisura de mis labios se curvaba un poco—. El caviar y los corazones humanos, juntos, saben fatal.

La risa de Valeria —una carcajada clara y sin forzar— me provocó una extraña sensación en el pecho, un calor que se expandió detrás del esternón. «¿Acidez estomacal? Tendré que revisarlo más tarde», me dije a mí mismo.

Cogí la comida y le pasé uno de los vasos de cartón humeantes y un bagel envuelto en papel.

—Lo que me importa es la calidad, no el precio —dije, sosteniendo su mirada—. Que algo sea caro no significa que sea bueno, y menos aún cuando se trata de comida.

—Por una vez, estamos de acuerdo en algo —admitió, y me siguió hasta un banco de piedra cercano. Se acomodó la falda del vestido bajo los muslos con un cuidado exquisito antes de sentarse—. Deberíamos ver qué temperatura hace en el infierno.

Una media sonrisa se me escapó, pero me aseguré de reprimirla antes de que Valeria se diera cuenta del todo.