Amor, traición, asesinato, misterio que se irán descubriendo poco a poco sobre todo quien es la que se oculta tras los sucesos misteriosos que ocurren tras la guerra de poderes para obtener el dominio absoluto de las empresas Santibáñez.
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Capitulo 21 Confesión II
Camila subió por las escaleras, mientras era seguida por Gustavo, esta entra en su habitación, se quita los zapatos de tacón alto y la chaqueta de jean, entra al baño y se termina de desvestir, se mete en la ducha que tiene una puerta de vidrio, se da un baño de agua tibia y cuando está saliendo de la ducha, y se está envolviendo con la toalla irrumpe Gustavo. Camila voltea alterada y le grita.
- ¿Qué haces aqui Gustavo?
El con una sonrisa coqueta le responde.
- Se acabo tu baño asi que sal, que tenemos que hablar.
Camila dibuja una expresión de molestia y le responde con voz fría.
- ¿Tu como que te volviste loco?, no te das cuenta que estoy desnuda. - dice mientras se aferra con ambas manos a la toalla que cubre su cuerpo húmedo.
El la mira de arriba a abajo con una mirada que derrite todo lo que se ponga enfrente
- ¿Si? Es que si no me lo dices, no me doy cuenta. - Se rie conquetamente para luego darse la vuelta y caminar a la salida, Pero antes de salir, voltea y le dice
- Entonces creo que deberia salir para que te puedas poner algo mas que esa sexy toalla para que podamos hablar.
Camila lo mira con una mirada llena de furia, mientras el se rie.
- Esta bien, voy a ser piadoso contigo y voy a salir, para que te puedas vestir, a menos que desees que me quede y te ayude.
- ¡Claro que no¡ - le grita Camila con el rostro ruborizado.
Él le sonrie y antes de salir por la puerta le dice, te espero en la sala y le guiña un ojo antes de desaparecer por la puerta
Camila, aún envuelta en la toalla, apretaba los dientes mientras veía cómo Gustavo salía de su habitación con una sonrisa burlona en el rostro. Respiró profundamente, tratando de calmar la furia que hervía en su interior. ¡Cómo se atrevía! pensó, mientras buscaba su ropa en el armario.
Gustavo, por su parte, bajó las escaleras con una satisfacción evidente. Había logrado descolocarla y, aunque sabía que estaba jugando con fuego, no podía evitar disfrutar el caos que desataba cada vez que estaba cerca de Camila. Se dejó caer en el sofá de la sala, cruzando los brazos detrás de la cabeza, esperando a que ella apareciera.
Camila tardó unos minutos en bajar, y cuando lo hizo, llevaba un conjunto de pantalones de algodón y una camiseta básica, claramente cómoda pero igualmente atractiva. Su cabello mojado caía sobre sus hombros, y sus ojos chispeaban con furia contenida.
—Bien, aquí estoy. ¿Qué es tan importante que tuviste que irrumpir en mi baño y hacer esa escena ridícula? —dijo ella, cruzando los brazos frente a él.
Gustavo la miró de arriba a abajo nuevamente, esta vez con menos descaro, aunque la intensidad en su mirada no había disminuido.
—Quiero que dejes de jugar conmigo, Camila. Sé que te estás divirtiendo viendo cómo me revuelco en celos, pero ya basta.
Ella arqueó una ceja y soltó una risa irónica.
—¿Jugar contigo? Perdóname, Gustavo, pero tú no eres el centro de mi universo. Lo que haga con Cristian o con cualquier otra persona no es asunto tuyo.
Él se levantó del sofá y se acercó a ella, quedando peligrosamente cerca.
—Claro que es asunto mío. Porque no soporto la idea de que alguien más te tenga, de que alguien más reciba esas sonrisas que antes eran solo para mí.
Camila lo miró fijamente, tratando de no dejarse afectar por la intensidad de sus palabras ni por la proximidad de su cuerpo.
—Lo que no soportas, Gustavo, es que ya no estoy detrás de ti. No puedes manejar que ahora soy yo quien tiene el control —respondió ella, su voz firme pero cargada de emoción.
Gustavo levantó una mano, como si fuera a tocar su rostro, pero se detuvo a pocos centímetros.
—Tienes razón, Camila. Tú tienes el control, y eso me está volviendo loco.
El silencio que siguió estuvo cargado de tensión. Ambos se miraban, desafiándose mutuamente, hasta que Gustavo dio un paso atrás, como si estuviera luchando consigo mismo para no cruzar una línea.
—Voy a demostrarte que no soy el mismo hombre que te rechazó hace años —dijo finalmente, con voz grave y decidida—. Pero quiero que sepas algo: no voy a rendirme.
Sin esperar una respuesta, Gustavo se dio la vuelta y salió de la sala, dejándola ahí, confundida y con el corazón latiendo a mil por hora.