María, una joven viuda de 28 años, cuya belleza física le ha traído más desgracias que alegrías. Contexto: María proviene de una familia humilde, pero siempre fue considerada la chica más hermosa de su pueblo. Cuando era adolescente, se casó con Rodrigo, un hombre adinerado mucho mayor que ella, quien la sacó de la pobreza pero a cambio la sometía a constantes abusos físicos y psicológicos. Trama: Tras la muerte de Rodrigo, María se encuentra sola, sin recursos y con un hijo pequeño llamado Zabdiel a su cargo. Se ve obligada a vivir en una precaria vivienda hecha de hojas de zinc, luchando día a día por sobrevivir en medio de la pobreza. María intenta reconstruir su vida y encontrar un futuro mejor para ella y Zabdiel, pero los fantasmas de su turbulento matrimonio la persiguen. Su belleza, en vez de ser una bendición, se ha convertido en una maldición que le ha traído más problemas que soluciones. A lo largo de la trama, María debe enfrentar el rechazo y los prejuicios de una sociedad que la juzga por su pasado. Paralelamente, lucha por sanar sus traumas y aprender a valorarse a sí misma, mientras busca la manera de brindarle a su hijo la vida que merece. Desenlace: Tras un doloroso proceso de autodescubrimiento y superación, María logra encontrar la fuerza y la determinación para salir adelante. Finalmente, consigue mejorar sus condiciones de vida y construir un futuro más estable y feliz para ella y Zabdiel, demostrando que la verdadera belleza reside en el espíritu y no en la apariencia física.
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Un Futuro Lleno de Promesas
El hombre le dio unas palmadas cariñosas en la espalda, dirigiéndose hacia la puerta.
—Sé que no lo harán, muchacho —dijo, con una sonrisa—. Nos vemos mañana.
Una vez que don Enrique se hubo marchado, Zabdiel se abalanzó sobre su madre, abrazándola con una emoción desbordante.
—¡Mami, no puedo creerlo! —exclamó, con una sonrisa radiante—. ¡Esto es lo mejor que nos ha pasado!
María lo estrechó con fuerza, sintiendo cómo las lágrimas de alegría rodaban por sus mejillas.
—Lo sé, mi amor —respondió, con voz temblorosa—. Ahora podremos tener un futuro más tranquilo y seguro.
Zabdiel se separó del abrazo, mirándola con una mezcla de esperanza y emoción.
—Y tú podrás descansar un poco, mami —dijo, con entusiasmo—. Ya no tendrás que esforzarte tanto.
María le acarició el rostro con ternura, brindándole una sonrisa llena de orgullo.
—Eso me alegra mucho, mi vida —murmuró, con suavidad—. Pero recuerda que tú también tienes que seguir esforzándote en la escuela.
El niño asintió, con una expresión decidida.
—Lo haré, mami —afirmó, con convicción—. Voy a dar lo mejor de mí para que tú y don Enrique se sientan orgullosos.
María lo abrazó una vez más, sintiéndose profundamente agradecida.
—Estoy segura de que lo harás, mi amor —dijo, con una sonrisa—. Eres un niño muy inteligente y trabajador.
En ese momento, doña Clementina regresó a la choza, percatándose de la alegría que inundaba el ambiente.
—¡Pero qué caras tan felices! —exclamó, con una sonrisa—. ¿Qué ha pasado?
Zabdiel corrió a abrazarla, con una expresión radiante.
—¡Doña Clementina, don Enrique nos ofreció un trabajo a mamá y a mí! —anunció, con entusiasmo.
La anciana mujer los miró con sorpresa, pero pronto una sonrisa se dibujó en su rostro.
—¡Eso es maravilloso, hijos! —exclamó, con alegría—. ¿Y en qué van a trabajar?
María se acercó a ella, tomando sus manos con gratitud.
—Don Enrique nos ofreció un trabajo en su tienda —explicó, con una sonrisa emocionada—. ¡Ahora podremos tener un ingreso fijo y estable!
Doña Clementina las envolvió a ambas en un cálido abrazo, riendo con satisfacción.
—¡Qué alegría me da escuchar eso! —exclamó, con orgullo—. Sabía que ustedes merecían tener una oportunidad como esta.
Zabdiel se unió al abrazo, sintiéndose más seguro y confiado que nunca.
—Gracias, doña Clementina —dijo, con sinceridad—. Usted también ha sido un gran apoyo para nosotros.
La anciana mujer le dio unas palmaditas cariñosas en la espalda, mirándolo con ternura.
—Ustedes son mi familia, pequeño —respondió, con convicción—. Y me alegro mucho de que por fin puedan tener un poco de tranquilidad y estabilidad.
María los observaba con el corazón rebosante de gratitud, sintiendo cómo una inmensa esperanza se apoderaba de ella.
—No sé cómo vamos a poder agradecerles todo lo que han hecho por nosotros —dijo, con voz emocionada—. Ustedes han sido un pilar fundamental en nuestras vidas.
Doña Clementina le dedicó una sonrisa cálida, apretando suavemente su mano.
—No tienes nada que agradecer, hija —aseguró, con suavidad—. Ustedes se lo merecen. Ahora podrán construir un futuro mejor.
Zabdiel los miró a ambas con admiración, sintiendo cómo la emoción le oprimía el pecho.
—Gracias a ustedes, mami y doña Clementina —murmuró, con sinceridad—. Ahora sí puedo soñar con un futuro lleno de posibilidades.
Las mujeres lo abrazaron con ternura, sintiendo cómo la esperanza les daba fuerzas para afrontar lo que se avecinara.
Al día siguiente, María y Zabdiel se presentaron temprano en la tienda de don Enrique, listos para iniciar esta nueva etapa. El hombre los recibió con una sonrisa amable, guiándolos a través del establecimiento.
—Bienvenidos, María y Zabdiel —dijo, con entusiasmo—. Les mostraré sus puestos de trabajo y les explicaré las tareas que tendrán.
Madre e hijo lo siguieron con atención, observando cada rincón de la tienda con curiosidad.
—Aquí está tu puesto, María —señaló don Enrique, indicando un mostrador cerca de la entrada—. Tu trabajo será atender a los clientes, cobrar y mantener el orden y la limpieza.
María asintió, sintiéndose emocionada y nerviosa a la vez.
—Muchas gracias, don Enrique —respondió, con una sonrisa—. Daré lo mejor de mí.
El hombre le brindó una mirada de confianza, palmeando suavemente su hombro.
—Estoy seguro de que lo harás —aseguró, con firmeza—. Y tú, Zabdiel, te encargarás de acomodar los productos, reabastecerlos y ayudar a tu madre con algunas tareas.
El niño lo miró con entusiasmo, asintiendo con determinación.
—¡Lo haré muy bien, don Enrique! —exclamó, con una sonrisa radiante.
Don Enrique les dedicó una mirada satisfecha, visiblemente complacido con su nueva contratación.
—Perfecto —dijo, con aprobación—. Ahora, vamos a que les enseñe el resto de la tienda y les explique algunos detalles más.
Durante las siguientes horas, María y Zabdiel se sumergieron de lleno en sus nuevas responsabilidades, demostrando su compromiso y habilidad en cada tarea que se les encomendaba.
Don Enrique los observaba con orgullo, impresionado por la dedicación y el entusiasmo que ambos mostraban.
—Lo están haciendo excelente —los felicitó, al final de la jornada—. Me alegro mucho de haberlos contratado.
María le dedicó una sonrisa agradecida, sintiéndose más segura y confiada que nunca.
—Muchas gracias, don Enrique —respondió, con sinceridad—. Usted no sabe cuánto significa esto para nosotros.