Descubrimos con Miguel, a través de diferentes episodios que le ocurrieron en su infancia y adolescencia, por qué le teme a estar solo en la oscuridad
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Allí a tu lado
Habían pasado al menos unos 10 años del episodio de Pablito en el cuarto de Miguel. Su primo dejó de ser un niño para convertirse en un adolescente. Aún no había perdido esa chispa que lo caracterizaba cuando pequeño, pero ya no era aquel niño extremadamente inquieto y juguetón que era antes. Sin embargo, aún seguía siendo muy perspicaz, demasiado decían los demás. Su mamá le había prometido dejarlo pasar una semana en casa de su tía si salía bien en el colegio y el chiquillo había dado todo para ser el mejor estudiante de su salón (y vaya que lo logró). Había vuelto a dormir en el cuarto de Miguel y, en mitad de una noche lluviosa, le había contado a su primo un suceso extraño que presenció. Pablo le comentó a Miguel que una noche, se quedaron en casa de los abuelos porque cayó un soberano aguacero que nos lo dejó salir. Como había llovido fuertemente hasta muy entrada la noche, su abuela les había pedido a él y a su mamá quedarse e irse al día siguiente. Como tenían mucho tiempo que no se quedaban allá, decidieron pasar la noche e irse al día siguiente. Como su tía se había casado y ocupaba el cuarto donde dormían cuando Pablo era pequeño, decidieron dormir en el segundo cuarto de la casa. Improvisaron una cama con unas mesas del jardín infantil que funcionaba allí en la casa y un colchón que no se usaba pero que estaba en muy buenas condiciones. A Pablo no le gustaba que ese cuarto fuera tan oscuro, aunque tampoco es que le molestara en demasía. Le preocupaba más la bulla que venia de la calle ya que este cuarto estaba comunicado con el primero y este último tenia un amplio ventanal, con unos cuantos vidrios rotos, aunque con barrotes protectores. Había un gato negro que siempre entraba a buscar comida en la noche y emitía unos sonidos muy raros. Sus maullidos también eran muy altos, aparte de raros, y por eso a Pablo no le gustaba tenerlo cerca. A pesar de que se fueron a la cama temprano, Pablo no conciliaba el sueño, aunque su mamá no se dio cuenta ya que, del cansancio, cayó rendida como una piedra sobre la cama. Debía haber pasado más o menos una hora, según Pablo, cuando le dieron ganas de orinar. Como no le tenía miedo a la oscuridad, se levantó el solo al baño. Para no levantar a su mamá, no encendió la luz ni tampoco abrió la puerta del cuarto. En cambio, atravesó la puerta que comunicaba el cuarto donde estaban con el primer cuarto de la casa, abrió la puerta de este y se encaminó al largo pasillo. Dice él que no sabe si fue el cansancio lo que hizo que viera, justo delante de él, una sombra como de una mujer que abrió la puerta de uno de los baños y camino hacia el otro. Creyó al comienzo que era su tía que se había levantado al baño ya que lo que vio era más alta que su abuela. Sin embargo, cuando llego al baño e iba a abrir la puerta miró hacia el otro baño y notó que la luz estaba apagada. Abrió la puerta entonces, pero dentro no encontró a nadie. Abrió luego la puerta que estaba delante de él mientras pensaba para sus adentros que quizás su tía no había abierto la puerta del baño sino la de su cuarto. Con este pensamiento en mente entró al baño y una vez hubo terminado, caminó de vuelta al primer cuarto. Allí se encontró con una sombra sentada en una de las mesas que habían quedado libres al lado de la “cama” improvisada. Una figura que había sentido susurrarle suavemente “No temas”. Una figura que no había reconocido sino hasta ese día en que visitaba nuevamente a su tía y dormía en el cuarto de su primo. Aquella figura que estaba viendo claramente sentado, en el borde de la cama, a un lado de su primo y que ya una vez había jugado con él y le había dicho que se llamaba Juancho…