Dos jóvenes de la misma clase social, pero con diferentes personalidades. Se verán envueltos en una difícil situación. Ambos serán secuestrados, para beneficios de otros. ¿Qué pasará con ellos? ¿Lograrán salir ilesos luego de pasar un proceso traumático? Los invito a leer
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Capitulo 22
Ellos decidieron terminar de contarle todo a la señora.— Sospechamos que Samuel y la señorita Alondra eran amantes, y fueron descubiertos por el señor Edgar. — comentó Joel.
La señora se entristeció. Ciertamente, Samuel le tenía envidia a su hijo, pero de ahí a estar con su prometida, era una deshonra.
Entre los tres llegaron a un acuerdo. Rodrigo y Joel, se encargarían de averiguar todo acerca de Samuel. Buscarían hasta debajo de las hojas, para encontrar a su jefe.
En la cabaña de Grifor, Madolyn miraba a través de la ventana, las enormes montañas. Suspiró con destreza, su vida llena de lujos, de pasarelas, de viajes, de sueños, se extinguió frente a sus narices. Reflexionó en cuanto a sus amados padres, ellos la querían tanto, que la dejaron convertir en una mujer caprichosa, e insensible con los demás.
La joven tenía dos días que no veía a Edgar y para ella era un alivio. No sabría cómo actuar delante de él, después de lo ocurrido.
Samuel y Alondra debían continuar con el plan, no se podían dar el gusto de perder tiempo. Su meta era que naciera un bebé, sin importar que se convertirán en unos verdaderos déspotas.
Edgar tenía unas ojeras bien marcadas. No podía dormir, no se estaba alimentando, y los recuerdos lo torturaban. Que Madolyn no estuviera cerca de él, le generaba un poco de paz a su atormentada vida. Prefería no ver aquellos ojos color miel, ya que ellos lo mirarían con desprecio y reproche.
Era de tarde, Samuel fue a visitar a Edgar. Como de costumbre, entró al sótano sonriente por la desdicha de su primo. Resultaba gratificante para él, ver al rubio jodidamente abatido.
Para seguir con la satisfacción de verlo destruido, y pidiendo que acabara con su existencia, le hizo una pregunta que obviamente ya sabía la respuesta. ¿Qué prefieres, volver a estar con Madolyn, o recibir latigazos?
Edgar, con una actitud desafiante y dispuesto a morir si fuese necesario, antes de ultrajar nuevamente a la joven, contestó apacible. — Prefiero la muerte, y si eso significa ser golpeado, no tengo ninguna objeción.
Samuel no esperaba más, Edgar sin dudas era un hueso duro de roer. Les pidió a los matones esposar al rubio y llevarlo al tronco.
Alondra se presentó en la habitación donde se hallaba Madolyn. Nunca entraba sola, se hacía acompañar de un sicario armando y Pilar.
La castaña estaba acostada con la mirada perdida en las cortinas, al escuchar el sonido de la puerta reaccionó exaltada.
— Sujétala. No quiero que explote la ira que lleva dentro, y termine agrediéndome. — ordenó Alondra.
Madolyn le dedicó una mirada vacía, sin emociones. El hombre se acercó a la joven y la sacó de la cama por el brazo.
— Bien, ahora colócala en la ventana. Quiero que veo la hermosa vista.— ordenó Alondra
La llevaron a dicho lugar. Madolyn podía ver con claridad, como sujetaban a Edgar para azotarlo.
— Lo vamos a castigar porque se niega a estar contigo. Estamos perdiendo la paciencia con ustedes. — dijo Alondra, mirando el acontecimiento frente a ella.
Mientras a Edgar le daban varios latigazos, las mujeres veían la escena.
— Maldición, no quería que esto pasara, no quiero que Samuel lo torture. Traté de impedirlo, pero lamentablemente no pude hacer nada. Si seguía insistiendo, Samuel descubría que estoy enamorada de Edgar. ¿Sabes? Te juro que no quiero que estés con él, la sola idea de imaginarte con ese hermoso rubio me disgusta.— expresó Alondra con tristeza, sentía compasión por él.
A Pilar se le cristalizaron los ojos, sentía pena por el joven.
En cambio, Madolyn, miraba con detenimiento cada detalle del evento. Observaba los latigazos, sin mostrar espanto, ni conmiseración. Todo lo contrario, sus ojos tenían un destello de luz. La joven suponía que él se merecía estar ahí, por haber abusado de ella. Tenía que ser castigado, tenía que pagar lo que le hizo.
Edgar era fuerte, tanto como para soportar cada golpe y seguir de pie.
Ya de noche, Edgar se hallaba en el sótano, sentado en la pequeña cama. No sentía dolor por los latigazos, lo que sí lo estaba consumiendo por dentro, fueron las palabras que le dijo Samuel, después de los azotes. “La próxima será Madolyn”. El rubio podría soportar cualquier cosa, menos que la castigaran a ella.
La señora Pilar entró a llevarle la cena y a ponerle unas hierbas medicinales en la espalda, por orden de Alondra.
— ¿Cómo está ella?— preguntó él, en voz baja, mientras la señora le colocaba las hierbas.
Pilar miró a los sicarios y ellos no estaban pendientes de ella, se encontraban mirando un vídeo en el teléfono.
— No muy bien, señor. ¿Qué puedo hacer por usted, joven Lewis?— preguntó en un susurro.
El rubio vio una luz al final del túnel.— Necesito las llaves de las cadenas.— susurró.
Edgar pidió lo más difícil. Samuel siempre llevaba con él esas lleves, por desconfianza a Alondra.
Unos de los hombres se percató de unas actitudes extrañas y dijo, “Debes irte, mujer”.
Pilar recogió las cosas y se retiró.
Minutos después, Pilar entró a la habitación que daba con Madolyn. Ahí no la vigilaban como cuando iba a donde el rubio, podía hablar con la joven.
— Señorita, aquí tienes los alimentos.
Madolyn no dijo nada, únicamente miró a la señora.
Pilar, cuidadosamente, se acercó a ella, fingiendo arreglar la sábana, y le dijo. — Me parece injusta su actitud. Él está allí, preocupado por usted, más que por sus propias dolencias, y usted lo culpa, lo juzga y lo condena sin razón. Todos sabemos lo que luchó ese joven para que no pasara nada entre ustedes, y aun después de lo sucedido se muestra reacio a tocarla. Debería cambiar su forma de proceder.
La Madolyn de unos días atrás la hubiese insultado por atrevida, más la joven del presente bajó la mirada con tristeza.
— Señorita, enfrente su realidad, usted no es la única ni la última mujer que pasa por situaciones similares. No le dé el placer a los señores de verla destruida.
Después de decir esas palabras, la señora se retiró.
Al día siguiente