Un deseo por lo prohibido
Viviendo en un matrimonio lleno de maltratos y abusos, donde su esposo dilapidó la fortuna familia, llevándolos a una crisis muy grave, no tuvo de otra más que hacerse cargo de la familia hasta el extremo de pedírsele lo imposible.
Teniendo que buscar la manera de ayudar a su esposo, un contrato de sumisión puede ser su salvación. En el cual, a cambio de sus "servicios", donde debía de entregársele por completo, deberá hacer algo que su moral y ética le prohíben, todo para conseguir el dinero que tanto necesita...
¿Será que ese contrato es su perdición?
¿O le dará la libertad que tanto ha anhelado?
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Capitulo 19
Muriel era una de sus víctimas favoritas, porque le decía palabras ofensivas, y ella solo le respondía, “Dios tenga misericordia”.
De algún modo, la empleada malvada se enteró de que Muriel había saldado su deuda con el banco, y ese hecho la dejó intrigada. Quería saber de dónde provino tal cantidad de dinero. Sin más, se acercó a ella. Obviamente para molestarla.
— Aquí está la santurrona. ¿Estás pidiendo por tu atormentada alma?— le preguntó en voz alta, para satisfacer su arrogancia.
Muriel no se molestó en contestar, con ignorarla era suficiente.
— Oye, Muriel, ¿Qué hiciste para conseguir tanto dinero y pagar tus deudas?
En vista de que Muriel no reaccionaba, continuó con sus preguntas.
¿De dónde una pobre diabla como tú, sacó esa cantidad de dinero de la noche a la mañana? Porque el paralítico de tu esposo no tiene ningún tipo de recursos económicos. Y tú eres una huérfana sin familia. Anda, ¿Dime qué hiciste?— la empleada hablaba en un tono de mala fe. Quería dejarla en vergüenza.
Muriel se puso a su altura, la miró fijamente a los ojos, y le respondió. — Le abrí las piernas a alguien y me pagó muy bien. ¿Y sabes que fue lo mejor?… Que me quedó gustando.
Todos los que escucharon esa respuesta quedaron asombrados, luego se burlaron de Yoselin. Muriel no era de contestar con esas palabras.
Yoselin se molestó, no esperaba esa reacción, pero continuó hablando. — Ya entiendo. Te está cogiendo con el viejo Pedro y él te pagó las deudas.
— ¿Con el señor Pedro? ¿Y por qué no con el señor Richardson?
Yoselin explotó en carcajadas. Sonrío una y otra vez. — En serio, es el mejor chiste que es escuchado en mucho tiempo.
— Me alegro de que te gustara el chiste. De hecho, lo hice para ver esas arrugas que se forman en tu rostro cuando ríes. Son horrorosas. — se burló Muriel, y empezó a trabajar. Sin duda, arrepentida de lo que dijo.
Yoselin cambió el semblante, evidentemente estaba enojada.— ¿La escucharon? Es una maldita zorra. Yo sabía que detrás de esa carita angelical, se escondía un demonio. De santa no tiene nada.
Se formó un murmullo entre los empleados, y Yoselin continuó insultando a Muriel, con palabras subidas de tuno. De pronto, se abrió el ascensor y se produjo un silencio sepulcral. Todos corrieron a sus puestos, mientras que Yoselin, quedó ahí parada, sin hacer movimiento alguno.
Muriel se ruborizó. Automáticamente, sintió un calor en todo el cuerpo.
Un hombre, cuya presencia causaba sobresaltos en algunos empleados, y sus hermosos ojos eran capaces de intimidar a cualquiera que tuviera contacto visual con ellos. Pudo notar cómo sus subordinados se dispersaron, ante su aparición.
— ¿Qué está pasando? — preguntó Yeikol
Nadie se atrevió a decir nada, excepto Yoselin, que tiró a Muriel al agua, para salvarse ella.— Señor, todo fue mi culpa. Me molestó que la señora Brown, hiciera una broma sobre su persona. No me parece justo que una empleada haga comentario acerca de su jefe.
Yeikol no siguió indagando, pero claramente estaba molesto y desconcertado. No le gustaban las trifulcas entre sus empleados. Se dirigió al cuarto de la seguridad del lugar, y pidió ver las grabaciones de las cámaras de vigilancia. Específicamente del área de servicio al cliente, del presente día. Pudo ver y escuchar toda la discusión desde un principio. Unas de las palabras que dijo Muriel le causaron intriga.
— Alfred, llévalas a mi oficina.— dijo y salió.
Minutos después, las dos empleadas estaban en la oficina de su jefe. Todos permanecían callados, en espera de las palabras Yeikol, quién estaba sentado revisando una información en el computador. Ignorando todo a su alrededor.
Muriel estaba nerviosa y avergonzada. No sabía qué repercusión podría tomar Yeikol, por lo que ella dijo. “De aquí voy directamente a prisión, por incumplimiento de contrato”, pensó la mujer.
Yeikol terminó de trabajar en su computador y alzó la mirada. Suspiró, y se reclinó en el sillón. Después de analizar a las dos mujeres por unos segundos, le indicó tomar asientos, y dijo; — Bien… Señorita Yoselin, ¿Qué fue lo que sucedió, exactamente?— él sabía la respuesta, pero quería escucharla hablar.
— Señor, insulté a esta señora, porque se lo merecía, por igualada. Se atrevió a bromear con que le abrió las piernas a usted.
— ¿Cuáles fueron las palabras de la señora?
Yoselin quería salir bien librada, y respondió.— Sin malas intenciones le pregunté de donde había sacado el dinero, y me dijo, “Le abrí las piernas al señor Richardson”.
Muriel negó con la cabeza y sonrió levemente.
— ¿Y qué opinión tiene usted sobre eso?— preguntó Yeikol.
— La verdad, ella me parece una desquiciada. Una mujer como ella no debería soñar con alguien como usted.
— ¿Por qué?— indagó el jefe curioso.
— Sencillo, señor, ella no es de su nivel. Es una poquita cosa insignificante. Una pobre desdichada sin suerte. Una mujer
— Suficiente.— la interrumpió Yeikol. — ¿Quién le dio la información de que la señora Brown había saldado su deuda?
A Yeikol le faltaba corroborar ese detalle, para tomar una decisión. Yoselin no quería hablar, pero se sintió intimidada. — David.— soltó sin más.
— Puede retirarse. Pase por recursos humanos, estás despedida. Alfred, encárgate de acompañar a la señorita.— dijo Yeikol.
La empleada empezó a pedir disculpas y a suplicar por otra oportunidad. Suplicó con tanta destreza que irritó a Yeikol.— Alfred, ¿qué estás esperando?
El asistente no la quería sacar a la fuerza. — Señorita, acompáñame, por favor.
Yoselin gritó, pero sus llantos no fueron escuchados y Alfred la acompañó a recursos humanos.
Muriel quedó paralizada, no fue grato para ella presenciar un despido.
— Disculpe, señor, ¿Podría darle una oportunidad? Todos tenemos derecho a equivocarnos.
Yeikol se levantó y se acercó a ella. Tan cerca que podía escuchar su corazón latir. — Así como lo hizo usted, ¿Verdad?
Ella lo miró fijamente a los ojos.— Sí, así como yo, y no me parece justo que la despida por mi culpa.
— No lo hago por usted… Lo hago por los demás empleados. Personas con ese tipo de conducta, no merecen trabajar en mi banco.