Catalina una joven hija de un ex convicto, creció sin madre con una crianza llena de armas y entrenada por su padre desde niña, decidió no seguir sus paso cuando su padre fue arrestado, arreglándose sola a los 18 años,terminó sus estudios alistandose al ejército.
Pero su vida dio un giro al morir en combate, reencarnando en la protagonista Eludy Volcania de su libro que nunca le gustó, donde la Emperatriz era sumisa a su esposo, quien siempre se mostró el " Gran hombre y esposo" terminando ella con un final colgada frente a todos para ser decapitada.
- Maldita sea, soy la Idiota de la Emperatriz ¿ Porque ella? - Maldecía mientras gritaba al cielo
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Primer movimiento
Eludy bajaba por las grandes escaleras y miró disimuladamente a su alrededor. El palacio era tan hermoso por dentro que quería salir corriendo a recorrerlo entero; parecía un museo… pero uno de los lindos y caros.
Vio al Duque entrar casi corriendo por la puerta. Avanzó hacia él con paso rápido y, al ver que Astrid también se acercaba, la chocó sutilmente con el hombro.
—Padre, viniste —lo tomó del brazo, alejándolo hacia el exterior—. ¡¡Te extrañé tanto!! —sonrió.
—Mi hermosa Eludy, no sabes cómo me preocupé al oír sobre tu caída —dijo él, visiblemente inquieto.
Astrid carraspeó, sacándolos de su burbuja.
—Padre, me alegra mucho que…
Intentó tomarlo del brazo, pero Eludy lo jaló antes, llevándoselo al jardín y dejándola con la palabra en la boca.
(Maldita zorra,), maldecía Astrid por dentro al verla hacerle un gesto burlón con el dedo. No sabía qué significaba, pero se sintió insultada.
(Vamos a ver si seguís sonriendo cuando venga madre.)
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(Tengo que recuperar la confianza del Duque. Después de todo, es mi padre. Espero que no sea tan tonto si le doy un avivaburros.)
Pensó mientras sonreía con tranquilidad fingida.
Tomaron el té en el jardín. Eludy debía aprovechar que las arpías no estaban para hacer su primer movimiento.
—Padre… no sabes cuánto te extraño en el palacio —dijo, dejando caer unas lágrimas.
—Mi niña, no llores…
—Pero entiendo que estás muy ocupado… —bajó la cabeza, triste—. Hablando de eso, ¿cómo te va, Padre?
Entonces lo recordó: antes de su caída se había comentado que las entregas del Duque tenían bajas.
Carlos se sorprendió. Su hija jamás había mostrado interés por su trabajo.
—Estamos con algunas pérdidas… por eso estoy tan ocupado. Mis hombres están investigando los detalles de esos problemas —suspiró.
—Oh, padre… cuánto lamento escucharlo —dijo preocupada.
Una punzada le atravesó la cabeza. Y entonces lo recordó todo.
Dos días antes, Eludy había visto a Celia reunirse en los pasillos con un hombre de aspecto horrible, casi un maleante. Escuchó que robarían mercancías del Duque… por orden de ella.
Luego, al meterse en la oficina de su padre, encontró cheques y documentos de altos valores firmados, no por él, sino por su madrastra.
Astrid la vio salir y avisó a su madre. Celia, furiosa por verla fuera sin permiso, decidió darle “una lección”. Envió ladrones tras su carruaje.
El ataque ocurrió antes de que Eludy llegara al lugar de trabajo de Carlos. Uno de los hombres que vio junto a Celia la golpeó… dejándola tendida en el suelo.
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(Tengo que conseguir esos papeles… necesitaré ayuda.)
Pensó, apretando el mango de la taza de té.
—Padre, quiero decirte que voy a retomar mi mando de Emperatriz como heredera al trono —dijo con esperanza.
El Duque sonrió, sorprendido y aliviado.
—Oh, mi niña, qué buena noticia. Pensé que lo dejarías a tu hermana. Celia me comentó que no lo querías.
—Oh, no, padre. Todo lo contrario. Le pedí unos días para estar segura. Me dijo que estaba muy contenta y que cuando decidiera hacerlo fuera una sorpresa para ella… y para todo el reino —sonrió mientras pensaba:
(No pienso entregarte mi cabeza en bandeja, maldita arpía.)
—Qué bueno, mi niña. Firmaré tus papeles cuando me los entregues. Celia estará contenta, seguro. Iré a contár…
—No, padre. ¡Es una sorpresa! —rio—. Ella misma me pidió que no se lo dijera. Quiere verme con la corona cuando ya tenga el mando. Dice que estaría orgullosa de celebrarlo conmigo… confía muchísimo en mí.
El Duque asintió, encantado.
—Está bien, cariño. Será nuestro secreto. Seguro se pondrá feliz —rió cómplice.
(Mierda, estuvo cerca. Casi mete la pata.)
Suspiró aliviada, volviendo a sentarse.
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Astrid fue directo a la habitación de su madre. Abrió la puerta sin llamar.
Celia estaba reprendiendo a su doncella por no poder peinarla como quería. Tenía las manos rojas de tanto golpearla con el peine. La joven aguantaba las lágrimas, sabiendo que llorar sería otro castigo.
—¡Madre! —exclamó Astrid—. La estúpida de Eludy está contestona y sonriente con el Duque.
—¡Astrid! ¿Cuántas veces te dije que toques antes de entrar? —se sobresaltó, creyendo que era alguien más—. ¿Qué quieres decir con que está contestona? —su expresión se volvió fría.
—Sí, madre… cuando despertó me contestó como si me desafiara. Y hoy me hizo un gesto horrible cuando me acerqué a padre —suplicaba como niña.
—¿El Duque está aquí? —miró por la ventana.
Vio a Carlos y Eludy riendo juntos en el jardín.
—¿POR QUÉ NADIE ME AVISÓ? —gritó a las doncellas, que estaban demasiado asustadas para contestar.
—Le borraré esa sonrisa a esa maldita —murmuró mientras levantaba el vestido para caminar más rápido. Regañó a Astrid por dejarla sola con el Duque.
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—¿Entonces te quedas estos días? —preguntó Eludy, alegre.
—Sí, cariño. Pedí tres días para verte —respondió Carlos.
—Cariño, llegaste —la voz de Celia los interrumpió. Se acercó a saludarlo, pero clavó sus ojos filosos en Eludy, que solo desvió la mirada y siguió con su té.
—Celia, sí… le comenté a Eludy que me quedaré tres días —dijo Carlos, cálido.
—Qué bueno, cariño. Así podrás pasar tiempo con nosotras —dijo ella con un tono quejoso que él no notó—. Eludy… Veo que estás mucho mejor y fuera de peligro…
—Sí… madre —respondió Eludy, casi atragantándose al decir “madre”.
—Espero que la próxima vez me escuches cuando te advierta que salir tarde al pueblo es peligroso… y nada decente para una señorita —la acusó, haciéndola quedar mal frente al Duque.
—¿Saliste de noche, Eludy? Eso no es apropiado para una dama —reclamó Carlos.
(Qué tonto este Duque…)
—Pero, madre, yo recuerdo muy bien que nunca te dije a dónde iba… y tampoco que fuera de noche —dijo firme.
Celia quedó muda. El Duque la miró con duda.
—¿Qué estás insinuando, Eludy? ¿Que miento? Yo solo intento cuidarte —se victimizó.
—Eludy, discúlpate con Celia —pidió el Duque, intentando calmarla. Celia sonrió victoriosa.
—Yo no dije eso, padre. Pero si no me crees… pregúntale al cochero. De hecho, ¿por qué no lo hacemos ahora? —se levantó y caminó hacia donde estaba él.
Celia se tensó, nerviosa, al ver que Carlos la seguía.
—Cariño, no hace falta. Seguramente es un berrinche. El cochero no debe acordarse —intentó frenarlos, desesperada.
—Tranquila, cariño. Si es un berrinche, tendrá su castigo —respondió Carlos, avanzando.
Eludy sonrió por dentro. Jef, el cochero, era su amigo. Era el único que se quedaba con ella cuando lloraba en el jardín. Un anciano bondadoso… el único que dejó una flor en su lápida en el final de la novela .
o se porque pero pareciera que le pagarán por colocar esa frase que incómodo ya se me hace ha mi en lo personal