Elica Klare

Elica terminó de untar la mantequilla y respondió con voz monótona, sin apartar la mirada de su pan.

—Sí, he rezado. He pedido a Dios que me dé sabiduría para entender sus palabras y fortaleza para enfrentar los desafíos del mundo secular.

Ella dio un pequeño mordisco al pan y luego agregó:

—Además, he pedido que me proteja de los pecadores que intentarán corromper mi fe. Como tú, padre.

Su comentario era claramente una provocación hacia Carlo, quien siempre había sido más abierto y tolerante que ella.

María sintió cómo el ambiente se tensaba con el comentario de Elica. Ella sabía que su hija no respetaba a Carlo y que lo consideraba un pecador por no compartir sus creencias extremistas. Intentó desviar la conversación hacia un terreno más neutral.

—Elica, ¿has empacado todo lo que necesitas para el colegio? —preguntó María, tratando de sonar casual.

Ella sabía que Elica probablemente había preparado su maleta con cuidado meticuloso, siguiendo algún ritual religioso que ella desconocía.

Elica asintió con la cabeza, terminando su pan y limpiándose las manos con una servilleta.

—Sí, madre. He empacado mi Biblia, mis rosarios y mis notas de estudio. Todo lo necesario para servir a Dios en el colegio.

Ella se levantó de la mesa y se dirigió hacia la puerta, lista para salir. Antes de irse, se detuvo y se volvió hacia sus padres una última vez.

—No me esperen despiertos esta noche. Tengo mucho que estudiar y orar

María suspiró internamente mientras veía a Elica alejarse. Se sentía impotente ante la situación, incapaz de hacer algo para traer de vuelta a su hija. Miró a Carlo, quien parecía igualmente derrotado.

—Ella ni siquiera se despidió —murmuró María, con lágrimas en los ojos.

Ella sabía que Elica había cambiado para siempre y que su relación como madre e hija estaba rota. La distancia entre ellas era ahora una barrera invisible pero insuperable.

Carlo tomó la mano de María y la apretó suavemente, tratando de consolarla. Él sabía que ella estaba sufriendo más que nadie en esta situación. Su voz sonaba cansada cuando habló.

—No esperes demasiado de ella, María. El espíritu la tiene bajo su control total. Cada día se aleja más de nosotros y se acerca más a él.

Él se pasó una mano por el rostro, frustrado y preocupado por el futuro de Elica.

—No sé qué hacer para ayudarla. Cada vez que intentamos acercarnos, nos aleja con sus palabras crueles

María soltó un sollozo contenido y se secó las lágrimas con la manga de su camisa. Sabía que Carlo tenía razón, pero no podía simplemente rendirse. A pesar del dolor y la distancia, seguía siendo su madre y nunca dejaría de amarla.

—No podemos rendirnos —dijo María con determinación, aunque su voz temblaba ligeramente. —Ella es nuestra hija. Debemos seguir intentando comunicarnos con ella, aunque sea difícil.

Ella miró hacia la puerta por donde Elica había salido, imaginando cómo estaría ahora en el colegio, completamente absorta en su fe.

Mientras tanto, Elica caminaba hacia el colegio con paso firme y decidido. Llevaba su maleta de cuero negro en una mano y un rosario de cuentas de madera en la otra. Sus ojos estaban fijos en el frente, ignorando a los demás estudiantes que la rodeaban. Algunos la miraban con curiosidad y otros con miedo, ya que su aura era intimidante y su expresión seria.

En su mente, el espíritu le susurraba instrucciones y le recordaba su misión: ser la defensora de la fe en un mundo lleno de herejes y pecadores.

Los chicos no podían evitar mirar a Elica, especialmente los más jóvenes. Su belleza era innegable, con su piel pálida y sus rasgos finos. Sin embargo, su expresión severa y su comportamiento distante les hacían mantener una distancia prudencial. Algunos incluso se cruzaban de brazos o se burlaban entre ellos, creyendo que ella era una especie de santurrona.

Uno de ellos, un chico de pelo negro y ojos azules, la observó con más atención que los demás. A pesar de su actitud, le parecía intrigante.

El chico se acercó a Elica con confianza, aunque manteniendo una sonrisa arrogante en su rostro. Era alto y bien proporcionado, con un aire de chico malo que atraía la atención de muchas chicas. Sus ojos azules estaban fijos en ella mientras se ponía a su lado.

—Hola, preciosa —dijo el chico con voz seductora. —No te había visto antes por aquí. ¿Eres nueva?

Elica se detuvo y lo miró con calma, pero sus ojos no mostraban ningún rastro de amabilidad. Su respuesta fue cortante y directa, sin el menor interés en la conversación.

—Sí, soy nueva.

Ella mantuvo su expresión seria y su postura erguida, sin darle ninguna señal de que quisiera continuar hablando. Su maleta seguía colgada de su hombro y el rosario seguía entre sus dedos, como un recordatorio constante de su fe.

El chico guapo, lejos de intimidarse por la falta de respuesta de Elica, se rio ligeramente y siguió hablando, claramente acostumbrado a obtener lo que quería con su apariencia y su encanto.

—Eres muy callada, ¿no? Me gustan las chicas misteriosas.

Se apoyó contra la pared del pasillo, bloqueando ligeramente su camino. Su sonrisa se volvió más burlona mientras la examinaba de arriba abajo.

—¿Cuál es tu nombre, belleza?

Elica mantuvo su calma aparente, aunque internamente se sentía irritada por la presencia y el comportamiento del chico. Respondió con un tono seco y directo, sin mostrar ninguna emoción.

—Elica.

No añadió nada más, ni su apellido ni ninguna otra información personal. Su mirada era fría y calculadora mientras lo evaluaba, tratando de descifrar sus intenciones.

El chico guapo se rio de nuevo, divertido por su respuesta escueta. Se incorporó y se acercó un poco más a ella, invadiendo su espacio personal sin vergüenza.

—Elica... —repitió él, como saboreando su nombre. —Un nombre tan bonito para una chica tan fría. Me pregunto si esa frialdad se extiende a todo tu ser o solo a tus palabras.

Se inclinó ligeramente hacia ella, con una sonrisa de suficiencia en su rostro.

—No te preocupes, a mí me gustan los desafíos.

Elica se mantuvo impasible ante su insinuación, pero algo cambió en su voz. Su tono se volvió más suave, casi melódico, como si estuviera recitando un canto celestial. Era una calma sobrenatural que emanaba de ella, a pesar de la provocación del chico.

—Los desafíos son una distracción del camino divino. Y yo estoy aquí para servir a Dios, no para entretener a los pecadores como tú.

Sus palabras eran claras y firmes, cargadas de una fe inquebrantable que irradiaba como una luz tenue a su alrededor.

El chico guapo se quedó momentáneamente desconcertado por el cambio en la voz de Elica. Había algo hipnótico en su tono, una calma sobrenatural que le resultaba inquietante. Sin embargo, se recuperó rápidamente y volvió a adoptar su actitud arrogante.

—Vaya, vaya... una pequeña fanática religiosa.

Se rio de nuevo, pero esta vez había un toque de nerviosismo en su risa. Se pasó una mano por el pelo y la miró con una mezcla de burla y curiosidad.

—No sabía que había un club de adoradores de Dios en este colegio. ¿Qué te hace pensar que eres mejor que nosotros, Elica?

Elica lo miró directamente a los ojos, sin parpadear. Su mirada era intensa y penetrante, como si pudiera ver a través de su alma. Su voz sonaba como un canto celestial, pero sus palabras eran letales.

—No pienso que sea mejor que nadie. Sé que soy mejor porque Dios me ha elegido. Él me ha dado un propósito y una misión divina que ustedes, los pecadores, nunca entenderán.

Ella dio un paso hacia él, acortando la distancia entre ambos. Su expresión se volvió aún más seria y su aura se volvió más intensa.

—Yo estoy aquí para salvar a los perdidos, para llevarlos al camino correcto. Y tú, con tu falta de fe y tu comportamiento pecaminoso, eres uno de los que más necesitan ser salvados.