La Sombra De Ashfall

Cecil, con una sonrisa forzada que no llegaba a sus ojos, se giró hacia Lysander, quien la había detenido a la vista de todas las damas. La situación exigía decoro.

- Su Majestad - dijo Cecil, su voz amable, pero con un trasfondo de hielo -. Me imagino que Su Majestad estaba preocupado por el incidente con el té. No es algo que esperábamos de una Reina, nos ha faltado el respeto a todas.

- En efecto, Cecil. Temía que por este incidente nuestra amistad desapareciera. Tú y Gareth han sido mis amigos desde la infancia, y no desearía que todo terminara por un... percance -sus ojos se fijaron en ella, una súplica silenciosa.

- No debe preocuparse, Majestad - respondió Cecil, su sonrisa se hizo más convincente -. Por consideración a usted, no hablaré de lo ocurrido, pero espero que no se vuelva a repetir - la advertencia era clara.

- Me alegra escuchar eso, Cecil - bajando la voz ligeramente, solo para que ella lo escuchara -. Valoro su discreción en todos los asuntos. No quisiera que una... información delicada, por muy bien intencionada que sea, pudiera causar malentendidos.

- Comprendo, Majestad. Sé que ciertas revelaciones pueden tener consecuencias inesperadas para todos. Mi intención nunca ha sido la de generar problemas innecesarios.

- Me reconforta saberlo. La prudencia es una virtud, especialmente en estos tiempos. El bienestar del reino... exige sacrificios, a veces y el silencio.

- El bienestar del reino es primordial, Majestad. Y confío en que, a largo plazo, la verdad siempre sale a la luz, pero le aseguro que, por el momento, lo que sé... permanecerá conmigo. No diré nada.

- Agradezco su comprensión, Cecil. Verdaderamente.

- Si, Su Majestad no necesita nada más, entonces me retiro – levanta la voz, para que todas pueden escucharla.

Lysander asintió, su mirada fija en ella mientras se giraba y se unía a las demás, quienes la rodearon protectoramente. Se marcharon del palacio, dejando a un Lysander dividido entre el alivio de su promesa y la creciente angustia de un secreto que se negaba a permanecer enterrado.

Al llegar al Ducado Kaeldron, Gareth y sus padres ya las esperaba ahí, Al llegar al Ducado Kaeldron, Gareth y sus padres ya las esperaban, una mezcla de alivio y preocupación en sus rostros. Al ver el cambio de vestidos de Cecil, Thorne y Zylia, no necesitaron explicaciones para suponer que habían tenido un inconveniente en la fiesta del té. Mientras Thorne y Zylia se apresuraban a relatar lo sucedido a sus padres y a los de Cecil, Gareth y Cecil se alejaron, buscando un rincón para hablar a solas, la urgencia en sus miradas evidente.

Una vez a salvo de oídos curiosos, Cecil se giró hacia Gareth, su rostro sombrío.

- No encontramos nada en el palacio, Gareth. La oficina de Lysander estaba limpia. Parece que el Rey Alexander tenía razón; no sería tan obvio.

- ¿Y qué hay de la conversación con el rey Alexander?

El rostro de Cecil se ensombreció aún más, y una profunda tristeza se instaló en sus ojos.

- Me dio los nombres de dos duques de Ironpeak en quienes dice que podemos confiar: el Duque Javier Urriaga y el Duque Emilio Andrade. Hombres rectos, dice - hizo una pausa, la voz apenas un susurro -, pero también... también me despedí de él. No de la manera que uno espera. Gareth... el rey Alexander pronto fallecerá. En unos días.

La revelación golpeó a Gareth, que conocía la debilidad del rey, pero no había esperado una noticia tan inminente. El peso de la información y la tristeza de Cecil eran palpables.

- ¿Podemos hacer algo para impedir su muerte? – cuestiona Gareth.

- No, su muerte es de causas naturales, no murió de manera trágica.

Cecil no pudo decir nada más. El peso de la información sobre el rey Alexander, la urgencia de su misión y la traición de Lysander la abrumaron. En lugar de palabras, encontró consuelo en el silencio de un abrazo con Gareth, quien la rodeó con sus brazos, comprendiendo la magnitud de su dolor y su carga. Permanecieron así por un largo rato, la quietud del Ducado Kaeldron envolviéndolos en su tristeza compartida.

A la mañana siguiente, el sol aún no había asomado por completo cuando Cecil se levantó. Una nueva determinación la impulsaba: iría a ver al rey Alexander, no importaba el riesgo; lo acompañaría los días que le quedaran de vida, permanecería a su lado, ofreciéndole su compañía y el consuelo que necesitaba.

Sin embargo, al llegar al salón principal, encontró a sus padres, Roric y Briar, esperándola. Sus rostros estaban graves, y una premonición helada recorrió a Cecil. Ellos la detuvieron antes de que pudiera pronunciar una palabra.

- Mi querida Cecil - dijo Briar, su voz suave y llena de pesar - tenemos una noticia muy triste - Roric continuó, su mirada llena de compasión.

- El rey Alexander... falleció anoche.

La noticia golpeó a Cecil como un rayo. No, no podía ser. Faltaban días, ella lo sabía. ¿Cómo había ocurrido tan rápido? La devastación la envolvió, y las lágrimas que había contenido se desbordaron sin control. El hombre que había sido un segundo padre, el único que la había entendido y apoyado incondicionalmente en ese palacio, se había ido para siempre.

Los padres de Cecil no dudaron en consolarla, abrazándola mientras las lágrimas fluían.

- Ve a cambiarte, mi amor - dijo Briar con suavidad - debemos asistir al funeral.

Aturdida por el dolor, Cecil asintió. Con la ayuda de sus doncellas, se vistió apropiadamente para la ocasión, el negro de luto sintiéndose pesado sobre sus hombros. Cuando estuvo lista y bajó al salón principal, se encontró con Gareth, quien la esperaba con los ojos llenos de comprensión. No dudó en abrazarla y consolarla, sintiendo también la profunda pérdida del rey Alexander, pero sabiendo que la relación entre Cecil y el monarca era mucho más profunda, casi paternal.

Subieron a los carruajes. Durante el camino, Cecil iba apoyada en Gareth, sumida en un silencio de dolor. Al llegar al palacio de Ashfall, ya había varias personas congregadas, pero a ellos los dejaron pasar sin problemas. No era de extrañarse; el reino entero sabía que el rey Alexander solo había mostrado su lado más tierno y amable ante tres personas en toda su vida: su hijo Lysander, Cecil y Gareth. La ausencia de ese faro de bondad se sentía en el aire, una tristeza compartida que unía a la multitud.