El mal ronda en cualquier lado, tienes que ser cuidadoso y desconfiar, una vez que te atrapa, es difícil que te suelte.
Nuestros protagonistas se verán obligados a enfrentar sus peores miedos y a luchar por sobrevivir y proteger a su pequeña familia ante una presencia sobrenatural que parece estar determinada a destruirlos.
La historia explora temas de miedo, supervivencia y la naturaleza del mal, mientras que Elizabeth y Elías se ven obligados a tomar decisiones difíciles para sobrevivir, ¿Podrán superar está situación?
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CAPITULO 18
No entendía por qué, pero mi pecho estaba helado, como si un cubo de agua hubiese sido lanzado sobre mi cuerpo, me senté lentamente, mirando a mi alrededor, Elías aún dormía profundamente, como si estuviese bajo un encantamiento, fue entonces cuando sentí que algo me observaba desde la puerta entreabierta.
Allí estaba, la mujer, una silueta empapada, con el cuello doblado hacia un lado y la boca abierta en una mueca sin sonido, el agua goteaba de su cuerpo al suelo con un ritmo constante, haciendo compás con el reloj.
Quise gritar, pero mi voz se quedó atrapada en mi garganta, quise moverme, pero mis piernas no respondieron, la mujer avanzó, lenta, segura, ladeando la cabeza, dejando un rastro oscuro por la alfombra, su aliento gélido llenó la habitación, se inclinó sobre mi, podía oler él fango, el moho, la muerte, está figura se acercó a mí oído y, con una voz terrorífica, susurró.
—Tú no deberías estar aquí-- Mi mundo se detuvo aún más, sentí que me quedaba sin oxígeno.
Y entonces, de repente, como si fuese una alucinación, la figura se desvaneció ante mis ojos, evaporándose como agua para convertirse en nube, y finalmente salió por la ventana que estaba entreabierta.
Me quedé sola, temblando, con el corazón a punto de estallar, sabiendo que aquello no había terminado, esa cosa había logrado abrir el pozo nuevamente.
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El amanecer llegó con un cielo parcialmente nublado, sin canto de aves, sin viento, todo parecía suspendido en una calma aterradora, yo apenas había dormido; seguía pálida, temblorosa, y tenía las ojeras marcadas y los ojos fijos en el pozo que se divisaba desde la ventana de mi habitación, no había dicho una palabra en toda la mañana.
Elías, preocupado, llamó al padre Ignacio, el sacerdote llegó a mitad de la tarde, Elías pidió permiso en su trabajo para poder estar con nosotros, el padre llegó vestido con su sotana negra, su estola morada al cuello, y una Biblia gastada bajo el brazo.
—¿El pozo? —preguntó en cuanto cruzó la puerta, sin siquiera saludar.
Asentí lentamente —Ella… salió de ahí-- le señalé el lugar
El sacerdote frunció el ceño y se apresuró a persignarse en silencio, Tomás jugaba en la sala, inconsciente de todo, como si estuviera protegido por una capa que nadie podría atravesar.
—A veces —dijo el padre Ignacio, mientras se preparaba— las cosas enterradas no se quedan enterradas, no si fueron malditas, no si alguien las llama… o si tienen cuentas pendientes-- Recordé al fantasma del niño, quien buscó vengarse de su madre por lo que le hizo.
Salimos al patio, la tierra alrededor del pozo estaba húmeda, aunque no había llovido hace dos días; La tapa de hierro seguía en el suelo, oxidada, con marcas de uñas en el borde, como si alguien hubiese salido arrastrándose con furia desde las profundidades, el ambiente se volvió tenso.
El sacerdote roció agua bendita alrededor del pozo en círculo mientras recitaba salmos en latín. El aire se volvió más frío, yo lo observaba desde la puerta, sentí que algo invisible me oprimía el pecho, como si cada palabra pronunciada despertara una fuerza que dormía durante el día.
Cuando el padre Ignacio comenzó a leer una oración de exorcismo y protección, el viento comenzó a correr de pronto y un aullido desgarrador se escuchó desde el fondo del pozo, no era humano.
Era un lamento profundo, como si el alma de la mujer atrapada en el fango gritara al ser arrancada de su refugio, el agua que había dentro del pozo, burbujeó violentamente, luego, una columna de agua negra se alzó por un instante, y entre las gotas se dibujó una figura, el rostro de aquella mujer, los ojos llenos de furia, el cabello agitándose con brusquedad y desespero, su boca se abrió, dejando escapar un grito mudo que hizo vibrar los árboles al rededor.
El padre Ignacio no se detuvo, levantó la cruz, la apuntó directamente al pozo y gritó con voz
firme—¡En el nombre de Dios, yo te ordeno que regreses a la oscuridad de donde saliste! ¡Que ningún espíritu impuro habite este lugar! ¡Que el agua se purifique, que la tierra se selle, que tu presencia desaparezca!--
Una ráfaga de viento empujó violentamente al sacerdote haciéndolo caer hacia atrás, corrí hacia él, pero se levantó de inmediato, firme, sin miedo, siguió con la oración, salpicando más agua bendita hasta que el pozo dejó de burbujear, el viento que hace un rato estaba violento, se pasmo de repente y un cuervo graznó a lo lejos, recordé aquel ave que se posaba en la ventana a observar a Tomás.
Todo se calmó en un instante—¿Se ha ido? — pregunté con la voz quebrada.
El sacerdote no respondió de inmediato, se acercó al borde del pozo, observó con cautela, el agua estaba negra, pero inmóvil.
—Por ahora —dijo finalmente— pero esto no ha comenzado aquí, este lugar oculta algo más profundo, no basta con sellar lo visible… habrá que descubrir por qué no puede descansar-- concluyó.
- Quizás la culpa no la deja descansar, probablemente lo que le hizo a su hijo no se lo ha podido perdonar-- agregué.
-Pero entonces, ¿por qué insiste en atormentarte?-- me dijo el sacerdote, mi esposo intervino.
- Se me ocurre una razón, quizás se vio reflejada en Elizabeth, y piensa que ella le hará daño a Tomás, así como ella lo hizo con su hijo, y quiere llevarse a mi esposa con ella, antes de que eso suceda-- comentó, el padre se quedó analizando sus palabras.
- Es algo razonable lo que dices, entonces deberíamos hacer algo para protegerte, también vamos a bendecir cada rincón de la casa, y recemos para que funcione, la presencia de ella es fuerte -- nos dijo.
En conclusión, el pozo había sido silenciado… pero no cerrado del todo.
Entramos a la casa, el padre encendió algunos cirios, nos dió uno a cada uno, y nos hizo caminar tras el por toda la casa, el sostenía su biblia con el escapulario en su mano, mientras Tomás llevaba el recipiente con el agua bendita, cada que llegaba a un punto de referencia, empapaba el hisopo de esta agua y la rociaba por cada rincón, mientras recitaba una oración, así hizo por toda la casa, antes de finalizar, me hizo poner frente a el, colocó su mano derecha en mi cabeza y me bendijo, luego rocío agua bendita a cada uno de nosotros, incluído Max, el padre Ignacio terminó, se persigno, luego se despidió de nosotros y se marchó, se veía realmente agotado.