Hace dieciocho años, el reino de Eldoria fue consumido por la traición y la guerra. En medio del caos, mientras el Rey Gustavo luchaba una batalla perdida contra su ambiciosa hermanastra, la Reina Roxana se vio obligada a huir. Con el corazón roto y un adiós desgarrador a su amado, confió el futuro de su linaje a tres pequeñas vidas: sus hijas trillizas, recién nacidas y destinadas a heredar el trono.
Hoy, esas princesas viven una existencia humilde y oculta bajo los nombres de Nyx, Ignis y Luna. Tras la reciente pérdida de su madre, estas jóvenes campesinas se enfrentan solas a la dureza de la vida, sin saber que la sangre real corre por sus venas ni que cada una posee un don mágico latente: el control de las Sombras, el Fuego y la luz, respectivamente.
Pero el destino tiene otros planes. La llegada de un misterioso anciano, portador de secretos ancestrales y verdades olvidadas, irrumpirá en sus vidas, desvelando la usurpación de su reino y profecías...
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La sombra del engañó
Víspera, la ciudad de la oscuridad, se alza imponente, en un laberinto de piedra y penumbra, donde la luz es un lujo y el silencio un himno.
Las sombras danzan en torno a la figura de Corvus mientras regresa.
Su figura, esbelta y ágil, se desliza desde la oscuridad. Lleva una capa oscura, con detalles que recuerdan a las plumas de un cuervo.
Llega ante la imponente estructura que sirve de cuartel general para la matriarca, Nyxara.
Al acercarse, se arrodilla sobre una rodilla, y la cabeza ligeramente inclinada en señal de respeto, o quizás de sumisión forzada
Nyxara está sentada en su trono de obsidiana, con su figura envuelta en velos purpuras oscuros, sus ojos brillaron con una luz propia en la penumbra.
—Madre— Su voz es un susurro grave, desprovisto de emoción, como el roce de dos piedras. Se arrodilla en una reverencia impecable, con su mano sobre el pecho, en un gesto de sumisión que es más una formalidad que un sentimiento genuino. —He regresado de las fronteras—
La luz en los ojos de Nyxara se intensifica levemente, en una señal de que ha reconocido la presencia de su hijo. Su voz, un eco frío y resonante, llena la vasta sala.
—Ponte de pie, Corvus. ¿Qué has encontrado, mi cuervo? háblame de lo que tus ojos han presenciado en la luz ¿Sigue siendo tan cegadora como la recordaba?—
Permanece arrodillado, con su mirada fija en el suelo, aunque sus ojos bajo la capucha escudriñan el espacio con una agudeza sobrenatural. Después de un breve momento se levanta, pero mantiene la cabeza ligeramente inclinada. Sus ojos, aunque ocultos bajo la capucha, transmiten una frialdad calculada.
—La luz es persistente, Madre. Pero no invencible. Estuve en las afueras de su dominio, observando. La caverna está rodeada por barreras que ellos consideran infranqueables. Pero no son magia pura, sino un reflejo de su fe. Una fe que puede ser quebrada—
Un sonido gutural, una especie de risa sin alegría emergió de ella. —La fe es el veneno más dulce. ¿Y los guardianes? ¿Los que llaman "Centinelas"?—
—Son... rudimentarios. Su número es considerable, sí, pero su entrenamiento es básico. Se basan en su unidad y en su creencia. No son un obstáculo insuperable. Me mezclaré entre ellos, encapuchado, observaré sus costumbres, sus rituales de luz. Puedo ver de primera mano cómo su "esperanza" se manifiesta— levanta su cabeza para mirarla fijamente. —Propongo un camino, madre. Uno que nos permita golpear donde más les duele, desde adentro—
—Explícate, Corvus. Nuestros métodos siempre han sido directos. La fuerza bruta ha sido nuestra aliada.—
—La fuerza bruta nos ha llevado a un estancamiento, madre. Ellos son muchos, y su luz, aunque débil, es persistente. Pero si conocemos sus movimientos, sus planes, sus vulnerabilidades...— Corvus se acerca un poco, su figura alta y esbelta proyecta una larga sombra en la sala. —Me infiltraré en sus filas. Me haré pasar por uno de ellos. Un guerrero perdido, un superviviente de nuestra propia oscuridad. Me ganaré su confianza. Ascenderé en sus rangos. Y desde adentro, desmantelaré sus defensas. Recopilaré información crucial sobre la caverna, sus entradas, sus guardias, sus secretos más profundos y sobre todo, de ellas—
Nyxara permanece inmóvil en su trono, sus ojos brillan con una intensidad que podría congelar el alma. El silencio en la sala es tan denso que casi se puede tocar. Corvus espera, inquebrantable, la respuesta de su madre.
Al ver que ella no dice nada, el vuelve a intervenir. —Es un riesgo, lo sé. Pero es el único camino para asegurar nuestra victoria, para reclamar lo que es nuestro por derecho. Para que la oscuridad prevalezca. Necesito tu permiso, madre. Y tu apoyo—
Un largo y gélido momento de silencio se extiende, solo roto por el leve susurro de las sombras danzando en la cripta. Nyxara inclina ligeramente su cabeza, una acción que en ella es tan expresiva como un grito. Sus ojos, dos brasas en la penumbra, se fijan en la figura de Corvus, escrutándolo con una intensidad que parece desentrañar cada fibra de su ser.
—Infiltración... Un juego peligroso, Corvus. Uno que pocos de los nuestros han dominado sin perderse en el velo de la mentira. ¿Crees que puedes engañarlos? ¿Creerán ellos que eres uno de los suyos, cuando la oscuridad corre por tus venas?—
La voz de Corvus sigue siendo un murmullo grave, pero ahora con un matiz de fría determinación. —He estudiado sus costumbres, madre. Sus debilidades. Su necesidad de redimir a los "perdidos". Me presentaré como un alma atormentada por la oscuridad, un desterrado de las profundidades que busca la "salvación" en su luz. Ellos son crédulos, madre. Su compasión es su mayor flaqueza—
Nyxara emite un sonido gutural, una especie de risa áspera que no contiene alegría, sino una profunda y antigua ironía.
—La compasión... Una enfermedad que los aflige. Y tú, mi hijo, ¿estás dispuesto a beber de esa ponzoña? ¿A fingir que la luz te ha tocado, incluso por un instante?—
La capucha de Corvus se mueve apenas, en un asentimiento casi imperceptible. —Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para cumplir nuestro objetivo. Mi lealtad es inquebrantable, madre. La oscuridad es mi sangre, mi aliento. Ninguna luz, por brillante que sea, podrá extinguir la llama que arde dentro de mí. Solo la usaré como un disfraz, y una herramienta.—
Nyxara se recuesta un poco más en su trono de obsidiana, sus velos oscuros parecen absorber aún más la luz. La atmósfera en la sala se vuelve aún más opresiva y, cargada con la pesada decisión que está a punto de tomar.
—Es un plan arriesgado, Corvus. Si fallas, no solo tu vida estará en juego, sino también el secreto de nuestra existencia y la vulnerabilidad de nuestra causa. Los Centinelas son perros de caza implacables. Si descubren tu engaño, no habrá refugio para ti—
Corvus se inclina ligeramente, un gesto de respeto y desafío a la vez. —Lo sé, madre. Y acepto el riesgo. La victoria exige sacrificios. Pero no fallaré. Regresaré con la información que necesitamos, y con las llaves de su fortaleza—
Nyxara cierra los ojos por un momento, como si sopesara el peso de las eras. Cuando los abre de nuevo, la luz en ellos es más intensa, y más fría que antes.
—Muy bien, hijo mio. Te concedo mi permiso. Pero no estarás solo. Te enviaré a Morwen, nuestra tejedora de sombras. Ella te proporcionará las herramientas necesarias para tu disfraz: ilusiones, encantamientos para ocultar tu verdadera esencia, y un medio para comunicarte conmigo sin levantar sospechas—
La voz de Nyxara se vuelve más grave, casi un conjuro.
—Recuerda esto, hijo. No eres uno de ellos. Nunca lo serás. No te dejes engañar por sus sonrisas o sus promesas. Eres la sombra que se arrastra en su luz, y el veneno que se mezcla en su néctar. Tu misión es desmantelarlos desde adentro. No olvides quién eres, ni de dónde vienes. Ve, Corvus. Y que la oscuridad guíe tus pasos—
Corvus se arrodilla de nuevo y, esta vez con una reverencia más profunda, una promesa silenciosa.
La misión ha sido aprobada. El camino hacia la infiltración se ha abierto...
