Cathanna creció creyendo que su destino era convertirse en la esposa perfecta y una madre ejemplar. Pero todo cambió cuando ellas llegaron… Brujas que la reclamaban como suya. Porque Cathanna no era solo la hija de un importante miembro del consejo real, sino la clave para un regreso que el reino nunca creyó posible.
Arrancada de su hogar, fue llevada al castillo de los Cazadores, donde entrenaban a los guerreros más letales de todo el reino, para mantenerla lejos de aquellas mujeres. Pero la verdad no tardó en alcanzarla.
Cuando comprendió la razón por la que las brujas querían incendiar el reino hasta sus cimientos, dejó de verlas como monstruos. No eran crueles por capricho. Había un motivo detrás de su furia. Y ahora, ella también quería hacer temblar la tierra bajo sus pies, desafiando todo lo que crecía.
NovelToon tiene autorización de lili saon para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPÍTULO DIECISIETE: LÁGRIMAS DE SANGRE
La única mujer con la que tenía confianza era Louie. Ella no se encontraba en la habitación, la cual estaba hecha un desastre. Se acercó a su closet y tomo un atuendo negro de pantalón y camisa de mangas largas. Después, una chaqueta y chasqueo los dedos. Se la tiró a Cathanna y le indico con la cabeza que se fuera a vestir en el baño.
—Esto es tan incómodo —comentó ella, saliendo del baño ya vestido —. ¿De quién es? No creo que tú uses esto, ¿o me equivoco?
—No te interesa de quién es. ¿A dónde iremos?
Ella le indicó donde era. Con un solo chasquido llegaron al callejón que llevaba a la casa de Katrione. Comenzaron a caminar en silencio hasta que llegaron. Zareth le dio una mirada severa hasta desaparecer, al tiempo que la puerta era abierta por la madre de Katrione.
—Cathanna. —Sus ojos se elevaron —. Es un gusto tenerte aquí nuevamente. Katrione se encuentra en su habitación. No ha querido salir desde que llegó anoche. ¿Sabes qué sucede con ella? Intenté hablarle, pero no me hizo caso.
—Realmente no lo sé —apretó los labios —. Tal vez solo sean problemas en el trabajo. ¿Puedo subir?
—No hace falta que pidas permiso. Esta es tu casa.
Cathanna subió sin decir nada más. Había tres habitaciones. Tocó la de Katrione, la cual se abrió segundos después, mostrando a una perezosa chica, cuyos ojos se abrieron al ver a su amiga. La escaneó de arriba abajo, notando las vendas que tenía en sus manos y, sobre todo, en su rostro.
—¿Pero qué diablos te pasó?
—Es una historia larga. —Se adentró en la habitación —. El Cazador me llevó al castillo de Rivernum, me dieron una nueva identidad y ahora soy un aprendiz más en ese lugar. Es un asco todo lo que está pasando, Kat.
Katrione parpadeo varias veces, tratando de asimilar toda la información. Se sentó a su lado, sin saber qué decir. Tampoco quería decir algo que pudiera hacer sentir mal a su amiga, después de todo, lo que pasaba no era algo muy común.
—¿Y cómo estás? Rivernum no es conocido por ser muy amigable con sus aprendices. La última vez que leí el periódico, vi que habían muerto más de veinte personas en el Finit.
—Puedo haber sido peor. Tengo heridas en todas partes. Y mis manos ahora quedarán con unas grandes cicatrices. —La comisura de sus labios se elevaron con una amplia sonrisa —. Pero no estoy aquí para hablar sobre mí, ni de mi nueva vida. Vine porque te acompañaré a ese lugar.
—Pensé que me tocaría ir sola —bajo la mirada a sus manos —. Tengo miedo de que algo malo pase en el proceso. No deseo morir si llega a surgir una complicación.
Cathanna tomó sus manos.
—Todo estará bien —le dedico una sonrisa pequeña —. No pienses en cosas malas. Yo estaré contigo todo el tiempo. Ponte bella, no importa si es para ir a abortar a tu hijo.
Katrione soltó una pequeña risa mientras asentía. Se levantó y se cambió rápido. Salieron de la habitación. Ambas estaban tensas, Cathanna porque sentía que estaba desafiando a su dios, y Katrione porque tenía mucho miedo.
Salieron de la casa y se dirigieron hacia aquel lugar. Estaba en un callejón oscuro, en el centro de la ciudad, donde casi nadie transcurría. Llegaron después de una extensa caminata.
Katrione sintió ganas de llorar. Tomó una fuerte bocanada de aire y entraron, cerrando la puerta detrás. No había nada en la sala de estar, solo unos pequeños cuadros de Celia, quien salió poco después. Tenía un vestido largo que rozaba el suelo.
—Katrione, pensé que no vendrías —Su voz sonó con fuerza. Era gruesa, como las paredes de la casa —. Te llevaré a la habitación. Todo estará bien, ¿de acuerdo?
Katrione entrelazo su brazo con el de Cathanna. Subieron hacia la habitación, la cual estaba en penumbras, apenas iluminada por la luz vacilante de un candil y las velas en la pared. Todas las cortinas estaban cerradas. Katrione se sentó en la cama con las manos en su regazo, siguiendo las indicaciones de Celia. Sus uñas se clavaban en su piel y respiraciones pesadas salían y entraban de su cuerpo.
Celia preparaba todo con cuidado. Sacó un frasco de vidrio con líquido y unas hojas secas que parecían tan viejas como la casa misma. Cathanna miro todo con recelo. Su estómago se estrujó. Puso sus manos en los hombros de Katrione y le hizo masajes para ayudarla a calmarse.
—Bébelo todo —ordenó Celia, tendiéndole el brebaje a Katrione.
El olor era amargo, terroso, con un dejo metálico que le revolvió el estómago. Katrione miró la taza con la garganta cerrada. Sabía lo que esto significaba. Las lágrimas se abultaron en sus ojos y poco a poco comenzaron a bajar. Sintió el masaje en sus hombros. Agradecía tenerla en ese momento con ella, porque sabía que, si estuviera sola, no lo hubiera podido hacer.
—¿Dolerá mucho? —su voz tembló.
—Sí —respondió Celia, sin rodeos—. Pero pasará.
Katrione bebió. La infusión le quemó la lengua y la garganta, dejándole un regusto a tierra y hierro. Su cuerpo temblaba. No de frío, sino de terror. El tiempo pasó lento. Al principio, nada. Solo el nudo de ansiedad en su vientre. Luego, la primera punzada. Le pareció soportable hasta que la segunda la dobló sobre sí misma.
—Acuéstate. No grites —le advirtió Celia.
Katrione obedeció, mordiéndose el labio hasta hacerse sangre. Cathanna la miró asustada. No quería que nada malo le pasara. Se sentó a su lado, intentando tomarla.
El dolor llegó como una marea implacable. Olas de calambres, de espasmos, de ardor profundo en su vientre. Se abrazó a sí misma, doblando las piernas. El sudor le pegaba el cabello a la frente. La sangre llegó después. Al principio, solo un hilo tibio entre sus muslos. Luego, un torrente caliente, imparable. Sintió la humedad manchar las sábanas, el olor ferroso impregnando la habitación. Se cubrió la boca con la mano para no gritar.
Se sintió partirse por dentro. Algo cayó entre sus piernas. No quiso mirar. No hacía falta que lo hiciera. Pero Cathanna sí lo vio. El shock la inundó por completo. No podía despegar su mirada del no nacido.
Celia se movió rápido, limpiando el desastre con frialdad.
—Descansa —ordenó hacia Katrione.
Pero Katrione no pudo dormir. Se quedó con los ojos abiertos, sintiendo el vacío donde antes había habido algo. Donde antes había habido alguien. Las lágrimas bajaron con intensidad mientras abrazaba a Cathanna. Sus brazos temblaron como su cuerpo, el cual tenía un dolor insoportable. Ninguna de las dos quería hablar.
Lloraba también porque ya no quería seguir esa vida que tenía, una donde solo valía unas cuantas monedas, donde nadie se preocupaba por cómo estaba. Un mundo que la obligaba a hacer cosas que no quería solo porque necesitaba el dinero. Un mundo que nunca la vería como algo más que solo carne para los perros. No quería seguir ahí, pero le daba miedo abandonarlo porque estaba amenazada.
Desde el primer momento que llegó a ese lugar, le dijeron que, si lo abandonaba, no solo la mataban a ella, sino a su madre también. Era una niña inocente cuando aceptó eso, una cuya mente no pensaba como lo hacía en la actualidad. Se arrepentía por haber aceptado trabajar ahí.
Pero la necesidad a veces hacía que las personas tomaran caminos que no eran lo mejor, uno donde sus vidas dejaban de pertenecerles a ellos, para serlo de otras personas. Esas cuyos corazones no funcionaban, que no tenían amor, ni empatía.
—No sé cómo hacer para no estar más en ese lugar —comenzó con la voz rota —. Me da miedo abandonarlo. Sé que, si voy ahí y digo mí decisión, ellos me matarán y yo no quiero morir. Pero tampoco quiero seguir viviendo siendo solo una prostituta más. Me da asco todos esos hombres. Los odio a todos.
Cathanna soto un suspiro pesado, acariciando su cabello.
—Si no quieres estar ahí, deja ese mundo —dijo con una voz suave —. Sé que no te gusta que te ofrezca cosas, pero por favor, déjame ayudarte. Mi padre podría buscar alguna opción donde puedas trabajar sin la necesidad de que asquerosos hombres te toquen. Permíteme pedirle ayuda.
—¿De verdad crees que él me ayudará? —soltó una risa carente de humor—. Personas como yo ya estamos manchadas. La única opción sería irme de Aureum, empezar una nueva vida lejos de todo esto… y es imposible. Necesito mucho dinero para irme con mi madre.
—Le diré a mi padre que te busque trabajo lejos, donde nadie te conozca. Lo único que importa es tu bienestar, que estés a salvo. Vete lejos de esta ciudad, donde nadie pueda encontrarte.
—¿De verdad harías eso por mí?
—Katrione, eres mi mejor amiga, una de las personas que más amo en este mundo. —Tomó sus manos con suavidad—. Quiero que estés bien. Sé que, si te vas, quizá no volvamos a vernos, pero eso no importa. Te extrañaré con el alma, pero prefiero saber que estás lejos de todo esto, a salvo.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—No soporto la idea de que tengas que recurrir a eso solo para sobrevivir. Eres una persona increíble y mereces algo mejor, lo mejor del mundo. Estoy profundamente agradecida por todo lo que me enseñaste, Katrione. Me hiciste ver la vida de una manera diferente.
Cathanna le dio un beso en la frente antes de abrazarla con fuerza, temiendo que se fuera de su lado. Sabía que era lo mejor, que ella necesitaba estar lejos de esa ciudad para su bien. Pero el hecho de que ya no la volvería a ver, le hacía doler el corazón. Eran amigas, personas que, aunque nacieron en mundo diferente, conectaron muy bien, como nunca lo habían hecho con alguien más.
—Eres la mejor amiga que alguien puede tener —le dijo Katrione, abrazándola con fuerza —. De verdad me alegro de que nos hayamos conocido.
Los minutos pasaron lentos, ellas solo estaban sentadas juntas, sus manos unidas. La separación no era algo fácil. Cathanna sabía que cuando entrara a Rivernum para empezar su entrenamiento, no saldría más, y no vería más a su gran amor.
Salieron de la casa en silencio. La noche los envolvía con su manto oscuro y fresco, y sus pasos resonaban suaves sobre el empedrado. Caminaban sin prisa, sin temor a nada.
—¿Y estás bien?
—No tienes que preguntarme cada diez minutos como estoy, Hanna.
Cuando llegaron a la casa de Katrione, se detuvieron frente a la puerta. Se miraron en la penumbra y, sin necesidad de palabras, se fundieron en un último abrazo. Fue más intenso que el anterior, más apretado, como si con él pudieran decirse todo lo que no se atrevían a pronunciar.
Y entonces, justo cuando Cathanna se disponía a soltarla, Katrione tomó una decisión. Sin pensarlo demasiado, sin medir consecuencias, pegó sus labios a los de ella. Porque sí. Porque la quería. Porque, de alguna manera imposible, se había enamorado de Cathanna de una forma que nunca creyó posible. Y eso lo complicaba todo. Eran amigas. Y un romance entre ellas… simplemente no podía ser.
Cathanna se quedó tiesa, con el corazón, martilleándole el pecho, incapaz de procesar lo que acababa de ocurrir. Cuando sus labios se separaron, su mente aún no había alcanzado a reaccionar.
Katrione la miró por un instante y, antes de entrar en casa, sonrió. No una sonrisa burlona ni de arrepentimiento. Solo una sonrisa pequeña, cargada de algo que Cathanna no supo descifrar. Luego, la puerta se cerró tras ella, dejando a Cathanna con la piel aun ardiendo y la mente hecha un caos.
Detrás de ella, se encontraba Zareth. Su rostro estaba tenso, su postura rígida, como si su propio cuerpo intentará procesar lo que acababa de presenciar. Había visto aquel beso. Lo había visto con claridad, y aunque no entendía por qué, algo dentro de él se removió. No era enojo. No era tristeza. Solo… una extraña sensación que no podía nombrar.
—¿Es tu amiga o tú… novia? —soltó lo último con un dejo de desagrado, aunque no supo por qué.
—Solo somos amigas.
Zareth arqueó una ceja, cruzándose de brazos.
—¿Las amigas se besan?
—No nos besamos… Tal vez solo miraste mal.
—No soy estúpido ni ciego.
—Bueno, no debería importarte lo que haga o deje de hacer.
—Si viniste solo a besarla, me hubieras dicho desde el principio y no te habría esperado aquí durante horas como un idiota —resopló, rodando los ojos con fastidio.
—¿Por qué te molesta tanto? — frunció el ceño.
—No me molesta. No te hagas escenarios en la cabeza.
—Entonces no me hagas reclamos, pareces celoso.
Zareth entreabrió los labios, pero no respondió de inmediato. Su mirada se oscureció por un instante, como si la palabra le hubiera golpeado con más fuerza de la que estaba dispuesto a admitir.
—¿Por qué tendría que estar celoso? —Zareth acortó la distancia entre ellos, su mirada estaba afilada—. Solo me habrías dicho que viniste aquí para ir a algún lado y simplemente coger. No es tan difícil.
Cathanna abrió la boca, incrédula. Una furia caliente le recorrió el cuerpo en un latigazo.
—No sabes nada, Zareth —espetó, con su voz cargada de veneno—. No supongas cosas solo por lo que ves. Es idiota. Y, además, si yo viniera con ella a eso, no es tu maldito problema. —Dio un paso al frente, desafiándolo con la mirada—. Recuerda tu lugar. Solo eres un Cazador que cuida de mí. No tengo por qué brindarte explicaciones de las mierdas que haga. ¿Lo entiendes o te lo explico con dibujos?
Zareth mantuvo su expresión impasible, pero su mandíbula se tensó.
—Y ahora llévame con mi padre. No te lo pediré dos veces.
—Tengo más cosas que hacer.
—¿Y crees que eso me importa? —Cathanna alzó el mentón, con la mirada encendida—. Soy tu responsabilidad y debes hacer lo que te diga, cuando lo diga.
Zareth soltó una risa seca, sin rastro de humor.
—Tienes la mentalidad de una niña pequeña —su voz era áspera—. Las órdenes no las das tú, Cathanna. —Se inclinó apenas hacia ella, como si quisiera asegurarse de que sus palabras la atravesaran como una daga—. No tienes derecho ni siquiera a abrir la boca.
Cathanna sintió la furia subiéndole por la garganta, quemándole el orgullo. Que dijera eso solo la hacía recordar todas las veces que en su familia la callaron porque según ellos, aún era muy joven para saber sobre la vida, pero claro, no era joven para unirse a alguien mayor que ella en matrimonio.
—Te llevaré con tu padre, pero no porque tú lo digas. Solo lo haré para que vean que su estúpida hija sigue con vida.
—Bien.
—Toma mi mano.
Solo bastó un segundo para que estuvieran dentro del castillo familiar. Ella lo miró por última vez antes de apresurarse a ir a la oficina de su padre, rogando porque estuviera dentro. En el camino se encontró a miembros de su familia, guardias y doncellas, pero no se detuvo para hablar con ninguno.
Entró a la oficina sin tocar, donde se encontraba Xaren y Vermon, con rostros tensos que cambiaron cuando la vieron.
—¿Cathanna? —Xaren se levantó, sin creerlo —. Pensé que volverías en unos días. ¿A dónde te llevo el Cazador?
—Soy aprendiz de Rivernum. Pase el Finit y bueno. —Mostró las vendas en su mano —. Que en Estrategia. Es extraño porque, según muchos, no uso el cerebro.
La sala quedó sumida en un silencio por unos segundos. Xaren y Vermon se vieron, incrédulos y sorprendidos, pues sabían que Cathanna no era la persona más fuerte del mundo. La consideraban débil, y que haya pasado la prueba para convertirse en aprendiz era una verdadera noticia.
Vermon se acercó a ella y la abrazó con fuerza. Cathanna le devolvió el abrazo, haciendo una marca de dolor y con el sabor amargo de que nunca le dijeron nada sobre la maldición de su familia. Él se alejó y Xaren la levantó con cuidado, besando su cabellera.
—Me alegra saber que estás bien —susurro en su oído —. Estoy orgulloso de ti. Nunca lo olvides.
—Tendré que volver a Rivernum —dijo, sentándose en la silla —. Zareth dice que es el lugar más seguro donde puedo estar. Y viene aquí porque necesito que hagas algo por mí, padre.
—¿De qué se trata?
—Katrione.
—¿Qué pasó con ella? —preguntó Xaren.
—Necesita irse lejos de Aureum.
—Sabes que no ayudaré a ninguna prostituta, Cathanna —sentenció con asco—. No me importa que la apedreen por venderse de esa manera tan asquerosa.
Cathanna sintió una punzada de rabia en el pecho. Apretó la mandíbula antes de hablar.
—No tienes derecho a juzgarla, padre.
—No la defiendas —espetó él, mirándola con severidad.
—Si me quieres, ayúdala. —Su padre dejó escapar un resoplido de fastidio, pero ella no le dio oportunidad de interrumpirla—. Ella quiere dejar ese mundo, pero se encuentra amenazada. Katrione ha sido mi única amiga y no quiero que le pase nada. Por favor, padre, ayúdala —su voz se volvió un susurro mientras lo miraba directamente a los ojos—. Ella me importa. Y si algo le pasa, yo sufriré mucho.
—Cathanna…
—Y tú dijiste que no me harías sufrir —añadió Cathanna, dando el golpe final—. Ayúdala por mí. Además, me debes una compensación por haberme ocultado sobre lo que sucedía con las brujas. Tienes una deuda conmigo.
Su padre la observó con atención, evaluándola, midiendo sus palabras. Y por primera vez en mucho tiempo, Cathanna sintió que tenía el control. Sonrió, levantándose para ir con él, lo abrazó como hacía cuando quería conseguir algo.
—La ayudaré, pero no porque quiera hacerlo.
—Solo importa que la ayudes. Te amo, padre.
—-Ahora entiendo por qué quedaste en Estrategia —Xaren sonrió —. Buena suerte en tu entrenamiento, aprendiz. Sí que lo vas a necesitar.
—Gracias, jinete —respondió de la misma manera —. Creo que iré a mi habitación por unas cosas. ¿Dónde se encuentra Azlieh? Siento que la necesitaré.
—Desapareció —dijo Xaren —. No sabemos por qué motivo.
—Qué extraño —entrecerró los ojos —. Es una lástima. Bueno, nos veremos en un rato.
Hizo una pequeña reverencia antes de salir de la oficina. Al cerrar la puerta tras de sí, se encontró con Zareth, quien estaba recostado contra la pared, brazos cruzados y una expresión de aburrimiento pintada en el rostro.
Cathanna lo ignoró por completo y se dirigió a su habitación sin decir una sola palabra. Al entrar, echó un vistazo rápido a su alrededor: todo estaba en orden, tal como lo había dejado.
Caminó hasta el baúl y, a pesar del ardor en sus manos, lo arrastró hacia la cama con un gesto de esfuerzo. Zareth no tardó en seguirla, entrando sin pedir permiso y dejándose caer sobre el colchón, observándola en silencio.
Ella, fingiendo que no lo veía, comenzó a colocar dentro del baúl la mayor cantidad de vestidos, zapatos y joyas posible. Los palillos con adornos bordados fueron los que más llenaron el pequeño espacio.
—¿Piensas abrir una tienda de lujo? —preguntó con sorna.
—Solo son cosas esenciales —respondió sin verlo.
—La mayoría de esas cosas no las necesitarás en Rivernum.
—Nunca se sabe —Se detuvo, mirándolo —. ¿Y si hay un baile? ¿Qué me pondré? No pienso ir con uniforme. Es horrible y poco elegante.
—Cathanna, estarás en un lugar lleno de personas dementes, ¿y te preocupas por un baile inexistente? No me estés jodiendo, mujer.
—Se puede dar una ocasión. —Se cruzó de brazos —. No creo que sean tan anticuados en ese lugar para nunca hacer uno. Se hacen en todas las academias.
—Pero la diferencia de Rivernum es que no es una academia.
—¿Si no es una academia, entonces qué es?
—Es un centro de entrenamiento. Un lugar donde se forjan guerreros, no simples estudiantes, como lo hacen en esas academias que conoces.
—Eso suena exactamente como una academia —replicó Cathanna, alzando una ceja.
—No lo es. En una academia te enseñan, aquí te moldean. En una academia te instruyen, aquí te rompen y te reconstruyen. Rivernum no es para débiles. Ahí no aprenderás para aprobar exámenes, aprenderás para sobrevivir.
—¿En serio no había otro lugar donde pudieras llevarme? —Siguió metiendo cosas en el baúl —. El reino es enorme, con muchas ciudades, y en lugar de llevarme a alguna de ellas y hacerme pasar por una ciudadana ordinaria más, tenía que ser ese lugar donde en cualquier momento la muerte me llevara.
—¿Cuándo dejarás de ser tan dramática? —sonrió de lado —. Siento que podría hacer un libro con las veces que has exagerado la situación.
—¿Dramática? Claro. Es fácil para ti porque ya estás metido en ese mundo. Yo no. No me interesa matar para sobrevivir, no cuando puedo tener a tantas personas detrás de mí que darían su vida por mantener la mía.
Zareth soltó una risa seca, sin rastro de humor.
—Qué conveniente para ti.
—No es cuestión de conveniencia, es cuestión de lógica. Si tengo un ejército dispuesto a protegerme, ¿para qué ensuciarme las manos?
—Qué visión más ingenua. Crees que siempre tendrás a alguien detrás de ti, pero algún día, Cathanna, puede que mires a tu alrededor y descubras que no queda nadie.
—Espero que ese momento nunca llegue —respondió Cathanna con un deje de arrogancia, apartando la vista—. Y ahora toma el baúl. Llévalo al castillo. Yo me iré a despedir de mis padres.
Zareth ni se movió.
—No soy tu sirviente.
—No seas tan dramático.
Zareth la miró con incredulidad.
—¿Dramático? ¿Por qué me negué a cargar con tus trapos y joyas como si fuera una mula?
—Dramático porque al final lo harás de todas formas.
Zareth apretó la mandíbula, pero no dijo nada. Solo chasqueó la lengua con fastidio antes de agarrar el baúl, levantándolo sin esfuerzo aparente.
—Recuerda que no me das órdenes, lo hago porque quiero.