Laura Díaz y Felipe Núñez parecen tenerlo todo: un matrimonio de cinco años, la riqueza y el prestigio que él ha construido como empresario. A los ojos de todos, son la pareja perfecta. Sin embargo, detrás de la fachada, su amor se tambalea. La incapacidad de Laura para quedar embarazada ha creado una fisura en su relación.
Felipe le asegura que no hay nada de qué preocuparse, que su sueño de ser padres se hará realidad. Pero mientras sus palabras intentan calmar, la tensión crece. El silencio de una cuna vacía amenaza con convertirse en el eco que destruya su matrimonio, revelando si su amor es tan sólido como creían o si solo era parte del perfecto decorado que han construido.
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Capitulo VIII El sueño de un hombre
Punto de vista de Damián
El sueño de un hombre es construir una vida con la mujer que ama, ver a sus hijos crecer, envejecer al lado de su esposa. Pero ese no fue mi destino. Soy Damián Miller. Hace seis años, perdí al amor de mi vida.
Gabriela y yo nos dirigíamos a la clínica. Nuestra hija iba a nacer, y la emoción me desbordaba. Ella, en cambio, estaba serena, con una paz que me asombraba.
—Amor, cálmate. Aún tenemos tiempo de llegar al hospital —dijo con esa voz dulce que me tranquilizaba.
—¿Cómo puedes estar tan tranquila? No puedo controlar los nervios.
Una risa hermosa inundó el auto. —Serás el mejor padre del mundo. Prométeme que nunca olvidarás lo importante que Zoé es para mí.
Algo en su voz sonó a despedida, como si estuviera entregando a nuestra hija a mi cuidado. Mi corazón se encogió.
—Tú y ella son lo más importante. Mi vida entera. —Una sonrisa iluminó su rostro mientras acariciaba mi mejilla.
Conduje por una calle solitaria, una ruta tranquila cerca de nuestra casa en lo alto de la ciudad. Estaba tan embargado por la emoción que no me di cuenta de que nos seguían. En ese entonces, yo no era un hombre de fortunas, aunque mi empresa crecía a un ritmo vertiginoso. Con solo veintinueve años, estaba construyendo un imperio de la nada.
En una intersección, un auto apareció de la nada y abrió fuego. No tuve tiempo de reaccionar. Sentí el impacto de varias balas en mi cuerpo, pero mi preocupación se desvaneció al ver a mi lado a Gabriela, mi hermosa Gabriela, con una herida en el pecho.
Saqué fuerzas de donde no las tenía y aceleré hacia la clínica. Chocamos contra una ambulancia, y en un instante, el personal médico nos rodeó. Los doctores corrían, y la pusieron en un quirófano al lado del mío. Yo solo repetía su nombre.
—Gabriela, Gabriela, amor mío, resiste. —Mi consciencia se desvaneció.
Desperté confundido, llamando a mi esposa. Mis padres estaban a mi lado, y en sus miradas vi lo inevitable, lo que mi alma se negaba a aceptar.
—¿Dónde está mi esposa? —pregunté, intentando levantarme.
—Hijo, aún estás muy delicado, tienes que descansar —dijo mi madre, intentando detenerme.
—Mamá, por favor, dime que Gabriela y mi bebé están bien.
—El bebé está bien. Gabriela fue muy fuerte... —La noticia me dio un momento de alivio, pero lo que vino después me destrozó el corazón. —Lo siento, hijo. Después de que Zoé naciera, Gabriela no resistió. Partió de este mundo.
Mis manos se cerraron en puños, la mandíbula se tensó y mi corazón se aceleró, queriendo salirse de mi pecho. El dolor era un grito mudo que me desgarraba por dentro.
Mi mundo se desmoronó. Los doctores me hablaron, mis padres trataron de consolarme, pero sus voces se ahogaron en el eco de la muerte. Lo único que me importaba era mi hija. Quería ver a ese pequeño ser por el que Gabriela había dado su vida. Me arrastré por el hospital, mi cuerpo adolorido, hasta que encontré la cuna.
Ahí estaba. Zoé. Un pequeño milagro con una mancha de cabello castaño y los ojos más hermosos que jamás había visto. Era la viva imagen de su madre. La sostuve en mis brazos, y supe que tenía que ser fuerte por ella. La vida de mi esposa había sido canjeada por la suya, y yo no iba a desperdiciar esa oportunidad.
Esa noche, cuando los doctores me sedaron, tuve una pesadilla recurrente. El auto, el tiroteo, la cara de Gabriela ensangrentada. Pero lo que más me atormentaba no era la violencia, sino el rostro de un hombre en la escena, un hombre que no había visto al momento del atentado, pero que mi mente ahora reproducía con claridad. Era el mismo hombre que me seguía desde hacía meses, el mismo que intentó comprar mi empresa varias veces.
Años después, en un evento de negocios, lo reconocí. Era el padre de Felipe Núñez. Lo miré con el mismo odio que había sentido por años. Él, al ver mi rostro, se apartó. No entendía cómo lo había reconocido, pero no me importó. Me acerqué, tomé su mano y se la estreché. Le dije con voz tranquila y firme: "La familia siempre será lo más importante, ¿no, señor Núñez?". Su rostro se tornó blanco.
A partir de ese día, me dediqué a desmantelar su imperio. Quería que sufriera lo que yo había sufrido. Le quité negocios, le robé clientes y le di la espalda. Él, sin saber la razón, solo vio a un hombre que buscaba venganza por algo que desconocía.
Laura fue la mujer que el abuelo de Felipe había escogido para ser la madre de su nieto, en el testamento se especificaba que los hijos de ellos serían los herederos de la fortuna Nuñez, aunque había una cláusula de que si Laura fuera estéril Felipe podría casarse con otra mujer y tener a su nieto, pero si fuese Felipe el que no pudiera tener hijos entonces la mitad de la fortuna pasaría a manos de Laura por compensación y la otra se iría a una institución benefica. El viejo Nuñez estaba bien desquiciado cuando propuso algo así.
Cuando Felipe y Laura se casaron, mi plan se intensificó. Laura era el punto débil de la familia, el eslabón frágil que, al romperse, haría que todo el imperio Núñez colapsara. Sabía que ella era la pieza que necesitaba para completar mi juego. La mujer que Felipe amaba y que se convertiría en la que ayudaría a la familia a seguir su línea de sangre.
Ahora, seis años después, aquí estoy. Con ella. La mujer que mi corazón había elegido como el mejor pago por la vida de mi esposa. No sé qué me depara el destino, pero sí sé que no voy a dejarla ir.
En un principio quería hacerla sufrir, me había enterado de que Felipe tendría un hijo asumiendo que era de su esposa decidí ir por ella para qué pagará por la muerte de mi esposa, como dicen por ahí: ojo por ojo y diente por diente. Pero al ver la reacción de Zoé cuando la vio y saber que ella y Felipe ya no estaban juntos y que además ella no esperaba un hijo de ese imbécil me hizo recapacitar mi decisión, así que opte por dejarla para mí, dejarla para que cuidara de mi hija y se convirtiera en mi mujer.
Si ella tuviera un hijo mío la mitad del dinero de los Nuñez sería de mi hijo y así les daría una cucharada de su propia medicina, pero Laura no puede tener hijos por lo que deseche esa idea rápidamente.